El par de epígrafes que anteceden a Ártico, la última narración de Mike Wilson, tienen que ver con la elaboración de listados, pero no en el sentido enumerador o acumulativo que les otorgaba a éstos Roberto Bolaño, por ejemplo, sino en otro más complejo, que, a punta de frases cortas –perfectamente podría tratarse de versos, eso queda a interpretación del lector– van articulando el relato dramático, en primera persona, de un hombre que avanza hacia su propia extinción. El protagonista innominado comienza a hablar desde un zoológico en ruinas ubicado en algún poblado del círculo ártico, un escenario cuasi apocalíptico, desolado, en donde encuentra el traje que lucirá hasta el fin del texto: "También hay un bulto rojizo / Me acerco / Es un disfraz podrido / Fieltro rojo y blanco / Del viejo Santa / A pocos metros la barba / Deshilachada y con barro / También el gorro / Pero las botas impecables / Me pongo el atuendo / Es enorme / Trae tiradores / No viene con relleno / Cuelga de mis huesos / La barba huele / El gorro es chico / Me lo pongo igual".
Contrariamente a lo que el lector podría pensar en un primer instante, el narrador no es un demente desatado, aunque, claro, tampoco se trata de un tipo normal. Algo lo aqueja, un dolor profundo, y ese mismo algo lo lleva a forzar el tranco hacia una tragedia que se desarrolla con matices, giros y divagaciones de diversa índole. El hombre maneja el arte de la declaración concisa y puede alternar entre uno y varios temas con rapidez y efectividad, como cuando reflexiona acerca de la impostura implícita en un zoológico que incluso en sus momentos de esplendor exhibía animales falsos:
"Me acuerdo / De los atados de paja / En la jaula / De los felinos / Y de las aves postizas / De los pingüinos de yeso / Con los osos polares / Ausentes / Ambas especies / En el mismo escenario / Árticos / Y antárticos / No se juntan / Lados opuestos / Del mundo / Sus fríos contrarios / Todos deberían saber eso / O quizá no / Pienso que hace tiempo / Dejamos de entender / A los animales del zoo / Y que se fueron / No por descuido / Ni por tedio / Nos abandonaron / Por incomprendidos / Quedan los de utilería / A esos los entendemos".
Ártico es un relato brevísimo que, no obstante, consigue transmitir una densidad inesperada y oscura que contrasta con la blancura de un paisaje que se transforma con la nevazón de rigor. La desesperación del protagonista va en aumento a partir de una trifulca sangrienta con el guardia del zoológico –hasta el final de la narración persiste la impresión inquietante de que el narrador anhela ser castigado con violencia y sin oponer mayor resistencia–, episodio que augura ese dolor, esta vez no físico, al que ya me he referido. El entorno, drástico, da pie para que todo el monólogo calce con las expectativas del que lee. Y eso, para terminar, habla de la propuesta de Mike Wilson, escritor que ha revelado cuánto puede evolucionar la voz propia, sin ceder en la búsqueda de una originalidad narrativa que hoy en día se percibe escasa.







