La complejidad del panorama político chileno no es tal, más bien son los medios –y los intereses políticos que allí se entretejen- los que abusan enredándolo. La disyuntiva del país no está entre el extremismo de izquierda o el de derecha, como sueñan Kast y Artés; es entre una modernidad viciada o un futuro que la supere.
Dos candidatos se acomodan para la segunda vuelta … y pareciera que la historia les prepara acertijos que tal vez no se vean a simple vista.
Piñera no está en condiciones de soltar amarras de aquella modernidad viciada, de la cual es uno de sus íconos. Del mismo modo que la gente de Guiller da la impresión estar atrapada en ella, contra su voluntad, con el miedo a que desenredarse sea no más que un salto al vacío "populista o revolucionario".
Imaginen los próximos cuatro años con uno u otro gobierno: Todo indica que habrá un alto porcentaje de la población - votantes y pueblo movilizado – que pedirá respuestas en las calles y el Parlamento a sus postergadas demandas, por lo demás, claras como el agua. Es evidente que ese 55 % que votó por la centroizquierda es como los músculos de un parto que habrá de producirse más temprano que tarde. Disculpas por la metáfora, pero la tentación es más grande; aunque no, no se trata otra vez de la revolución con empanadas y vino tinto, como quisieran pintar los "cavernarios".
La modernización viciada tiene a Chile empantanado. Pero el cambio es inevitable: las nuevas generaciones, que no pidieron permiso y que simplemente se tomaron la política, habrán de sacar al país del atolladero y encaminarlo a una sociedad civilizada, decente, normal. A una sociedad de bienestar, culturalmente libre y abierta, con una economía modernizada.
Cuando se habla de nueva Constitución, de una sociedad de derechos, de libertad para pensar y vivir, de cambiar el modelo neoliberal rentista, de no más AFP, de negociación por rama productiva; al menos yo, no estoy escuchando "patria o muerte … venceremos". Sino, tan sólo atisbo el reclamo profundo de quienes buscan una vida sencilla, razonablemente acomodada y con un futuro amable para sus hijos, un país pujante, "como existe en otras partes", como dirían los del Frente Amplio. El parto: "cambiar Chile, no es fácil", dijo Beatriz Sánchez;
Cierto es que la modernidad viciada tiene olor a cadáver. Sin embargo, alrededor de un 40% aún la añora y la vota. No es fácil y puede tomar tiempo, lo importante es la dirección, el sentido profundo de los cambios, insistiría Beatriz. Hay que quebrar huevos para superarla. Tal vez eso hoy signifique abrirse a pensar que el sorprendente resultado electoral reciente no es sino una manifestación de que algo está muriendo, aunque se resista, y que algo está por nacer, aunque le cueste. Tal vez sea preciso levantar la vista y observar que nada muy traumático hizo posible esas sociedades más civilizadas, allende los mares. Advertir, que unir voluntades y esfuerzos requiere botar anteojeras y prejuicios, (¡que tan bien alimenta el conservadurismo político y mediático!) para que, la mayoría que está disponible y presta a la acción, pueda desplegarse con convicción y alegría y, quizás, dar una nueva sorpresa este próximo 17 de diciembre.







