El régimen de Kim Jong-un lo hizo de nuevo. Con el reciente lanzamiento de un misil balístico intercontinental (ICBM, por su sigla en inglés), el régimen norcoreano no solo ha vuelto a poner en alerta a Estados Unidos, sino también a toda la comunidad internacional.
En apenas 39 minutos, el proyectil Hwasong-14 (o KN-14) alcanzó una altura de 2.800 kilómetros y recorrió una distancia de 993 km antes de caer en el mar, al oeste de Japón. Un "regalo" para "los bastardos estadounidenses", habría dicho Kim, considerando que su lanzamiento se concretó precisamente el pasado 4 de julio.
Además, según la agencia norcoreana KCNA, este proyectil sería capaz de transportar una cabeza nuclear.
Hace años que Washington y aliados asiáticos como Corea del Sur y Japón, miran con preocupación los avances del programa nuclear norcoreano, responsable de cinco ensayos subterráneos comprobados hasta hoy, así como de numerosas pruebas que ha realizado con misiles balísticos (este año ya van once).
Todo misil capaz de superar los 5.500 kilómetros de alcance es considerado un proyectil intercontinental. Y en esas condiciones, se calcula que el KN-14 podría llegar incluso hasta los 10.000 kilómetros, lo que le permitiría atacar territorio de EE.UU., específicamente, Alaska.
En este punto es que surgen un conjunto de interrogantes respecto del futuro. Por ejemplo, si Corea del Norte efectivamente atacara con un ICBM a EE.UU. —tuviese carga nuclear o no—, ¿acaso cree que no habría una respuesta de parte de Washington? ¿El régimen de Kim ha calculado realmente las consecuencias de un acto de este tipo? Porque no solo se activaría el escudo antimisiles estadounidense, lo que teóricamente permitiría interceptar el misil norcoreano en vuelo, sino que además sería esperable una respuesta militar demoledora.
En ese sentido, ¿cuál sería la actitud de China? ¿Beijing intentaría evitar ese ataque, aunque eso le significara bombardear a su aliado histórico? Después de todo, Kim está apostando a que el hecho de ser un país fronterizo con China, ubicado dentro de la esfera de influencia de este gigante asiático, le otorga una condición casi intocable frente a EE.UU.
Desde que llegó al poder en 2013, el Presidente Xi ha intentado avanzar en la desnuclearización de la península. Sin embargo, hasta ahora la posición de Pyongyang se ha resistido a cualquier gestión que implique perder su capacidad nuclear (tendría entre 8 y 10 ojivas), que además es su garantía de permanencia en el poder.
Sin embargo, a pesar de la amenaza que Norcorea representa para la región y que es el tema que permanentemente tensiona la relación Washington-Beijing, China sabe que la permanencia de la dinastía Kim representa una ventaja estratégica para sus intereses.
Es que la eventual caída de los Kim abriría de manera casi inevitable un escenario de reunificación entre las dos Coreas. Y que llevaría a Norcorea a ser absorbida por su vecino del sur, dando nacimiento a una Corea democrática, pro occidental y abierta al libre mercado. Pero sobre todo, esta Corea reunificada seguramente mantendría la presencia de los 30.000 efectivos estadounidenses desplegado actualmente en zona sur de la península. Un escenario que China no ve con buenos ojos.
Entonces, ¿queda alguna opción? Considerando que las numerosas sanciones de la ONU sobre Norcorea llevan años sin dar los resultados esperables, y que Kim Jong-un no parece dispuesto a facilitar una transición hacia un modelo democrático las opciones se ven reducidas.
La idea de un levantamiento similar al de Siria resulta poco probable, considerando lo difícil que sería que un grupo opositor lograra acceso a armas de guerra. Salvo, obviamente, que las fuerzas armadas norcoreanas se fracturaran, lo que hasta ahora se ve poco factible.
Otra opción es que finalmente el régimen norcoreano —ya sea Kim o un sucesor— acepteun cambio del modelo, promoviendo una mayor apertura económica, aunque conservando el régimen de partido único, similar al de China.
Un tercer escenario —más difícil, por cierto— es que finalmente Corea del Norte sea aceptada por la comunidad internacional como un actor nuclear más, al igual que India, Pakistán o Irán. Y sobre la base de eso, establecer las condiciones para una convivencia relativamente civilizada, bajo la tutela de países como China o Rusia.
De momento, todo indica que el mundo deberá seguir tolerando las bravuconadas de Kim, con el costo que eso implica para la estabilidad mundial. Sobre todo, considerando la impulsividad del actual inquilino de la Casa Blanca.







