CON MOTIVO de un viaje corto pero intenso, tuve la oportunidad de seguir los acontecimientos de esta semana a través de redes sociales y los destacados de prensa que ahí se consignaban. Por razones obvias, los múltiples incendios que afectan a nuestro país opacaron cualquier otro acontecimiento de relevancia nacional, concentrándonos todos en la tragedia que conmueve a tantos, y cuyas consecuencias nos acompañarán por muchas décadas. A estas alturas, es bien probable suponer que varios de los focos han sido intencionalmente originados, no debiendo tampoco descartarse los múltiples móviles que pueden subyacer a tamaña salvajada.

Por supuesto que se entiende la desesperación de tantos que han visto cómo el esfuerzo de una vida se consume en las llamas, o la tristeza de aquellos que han perdido a un ser querido, un compañero de trabajo o a un amigo. Pero ni eso justifica muchas de las cosas que se han dicho, como si una de las olas de calor más cruentas de las últimas décadas, el cambio de los vientos o la acción intencional o culposa de terceros, fuera responsabilidad del gobierno o alguna autoridad específica. Ya vendrá el tiempo de las evaluaciones, la crítica y las responsabilidades, pero a quién le puede caber duda de que enfrentamos una situación tan inédita como dramática.

Por eso impresiona que en momentos de tanto dolor y angustia, haya quienes no pierden la oportunidad para sacar pequeñas y miserables ventajas de todo lo que está ocurriendo, sea para ganar un par de puntos en las encuestas o para confirmar sus peregrinas tesis y estereotipos que con tanta vehemencia han vociferado. También están aquellos que viven haciendo gala de una supuesta solvencia técnica, que pareciera darles patente para criticarlo todo, sin hacer una sola propuesta conducente a mejor solucionar el problema. Y qué decir de esos catones de la moral pública -cuyo elenco incluye periodistas, columnistas y varios conspicuos opinólogos de la plaza digital- donde se habla con propiedad sobre temas de los que no tienen idea, cuestionando la legitimidad del trabajo que hacen otros, en una suerte de "certificadores éticos" del aporte realizado por los demás.

Hay algo parecido o igualmente infame que esos inescrupulosos de los cuales sospechamos una acción material y dolosa. Me refiero a los pirómanos de la palabra, que en el fondo les importa poco o nada lo que está ocurriendo; más bien ojalá para ellos fuera peor, porque así pueden mejor dar rienda suelta a sus pequeñeces, amarguras y resentimientos. Para ellos el dolor y la angustia de los demás, o los fracasos de la autoridad, bomberos, la policía y los muchos voluntarios que están colaborando y arriesgando sus vidas, es solo una obra de teatro que se contempla con inmisericorde voyerismo; multiplicando infundadas sospechas, rumores o noticias derechamente falsas, para así prolongar, agravar y entonces disfrutar de este dantesco espectáculo del cual somos parte.

Arde Chile, sus bosques, pero también algo de su alma.