Ya de vuelta en Moscú, tras el paso por la hermosa y acogedora Kazán, Chile empieza a masticar la opción real de pelear por el título de esta Copa Confederaciones. Un torneo que ha resultado estupendo, contra el pronóstico inicial de los amargos de siempre. De buen nivel futbolístico, de gran organización y de fantásticos e inalcanzables estadios… al menos para nuestra realidad, si de verdad soñamos con hacer alguna vez otro mundial. Una competencia, finalmente y quién lo iba a decir, que ha tenido una sorprendente asistencia de público, bordeando los 40 mil espectadores por partido. Muchísimos de ellos chilenos, ratificando que el rito entre este equipo y los hinchas es indisoluble se juegue donde se juegue.
En esos marcos saludables y robustos, propicios para el disfrute, el partido del jueves contra los alemanes fue un deleite. De lo mejorcito que hemos visto en un buen tiempo. Tal como dijeron en su momento Vidal, Aránguiz y Díaz -más conocedores que el resto, según se ve, de los nombres propios de la Bundesliga- los dirigidos de Low distaban mucho de ser un grupo de débiles o primerizos y convirtieron la lucha en una joya táctica. Un partido de verdad delicioso, no hay otra palabra, para ser analizado por quienes de verdad entienden el juego. Debido, entre otras cosas, a la propuesta sólida, moderna y eficiente de ambas escuadras. Sin pausa. Con movimientos tácticos no tan parecidos entre ambos como se anunciaba (Alemania de hecho jugó buena parte del partido con una clara línea de cinco atrás para evitar la posesión de Chile) y con una dinámica y una lucha por el protagonismo emocionante y digna de encomio. En esos marcos, jugando como deben jugar hoy los grandes, los que tienen de verdad alguna aspiración de elite o de gloria deportiva, Chile se vio siempre bien parado. A cargo, lo que no es poco y sigue maravillando a moros y cristianos. El primer tiempo sometió a su rival más allá del marcador, con un trabajo y una movilidad feroz de nombres que ya parecen parte de un capítulo de Barrabases más que de nuestra esmirriada realidad local. Sánchez, Vidal, Medel, Jara, Isla, Beausejour, Aránguiz y Marcelo Díaz (más impreciso que otras veces pero más luchador y con una capacidad de recuperación a ratos suprema), una vez más rindieron a gran altura hasta quitarle todo espacio a las jóvenes estrellas alemanas... que eso eran, de hecho.
¿Qué le faltó a la selección la tibia noche de Kazán para llevarse aún más alabanzas del rival y de los medios extranjeros presentes? Más poder de gol. Ahí seguimos tropezando. Otra vez estuvo intermitente Vargas (y no hay mucha capacidad de reemplazo en la banca, al menos al mismo nivel), muy tibio Hernández en la función ofensiva, sin muchas opciones de ganar espaldas Isla y Beausejour por la mencionada línea de cinco germana, los rojos no pudieron quedarse con el triunfo ya que faltó más potencia y precisión.
Johnny Herrera, la verdad, tuvo muy poco trabajo. Pagó cara la desaplicación del equipo en el único gol alemán. Ok. Pero sería todo. Lo más complejo de la jornada para Chile, en rigor, fuerom la amarilla absurda a Sánchez, la desgracia del palo de Vargas que pudo significar el 2 a 0 y la lesión de Medel. Poco, para estar jugando ante los mejores del mundo.
Acá en Rusia ha quedado claro lo que ya era evidente: ni Brasil, ni Argentina, ni España, ni Alemania son hoy más que Chile en una cancha de fútbol. Y eso es una maravilla. Un orgullo. Y no deja de ser emocionante. ¿Le puse mucho? No, es la realidad. Al revés: no verlo ya sería sospechoso a estas alturas. Como tapar el sol con un dedo. O tener demasiada animosidad. Parecida a la de Vidal contra Bielsa. Al punto de tratar de cambiar lo obvio (su rol fundamental) sólo porque siempre sintió que el rosarino no lo quería lo suficiente. Y lo quería. Pero lo quería como es hoy: ordenado, aplicado, entendiendo mejor el juego. Ya se dará cuenta. Y si no, es hora que se lo digan.







