El cuento norteamericano no falla a la hora de dar al menos un par de grandes libros al año. De 2017 quedará, seguro, Homesick for Another World, de Ottessa Moshfegh, una de las autoras recientemente escogidas por Granta entre las más representativas de la generación de menores de 40. Moshfegh es conocida en español gracias a Eileen (Alfaguara), un interesantísimo thriller literario, pero es por sus cuentos que merece todos los aplausos: tienen lenguaje, ritmo, capacidad para el detalle, atmósfera y personajes complejos. ¿Qué más se puede pedir?
Rodrigo Fresán llamó "neorara" a Moshfegh, mencionándola, junto a Emma Cline y Claire Vaye Watkins -otra cuentista extraordinaria, cuyo Battleborn (2012) será publicado en español el próximo año por Libros del Laurel-, como heredera de Joy Williams y su "inmaculada y turbulenta versión de realismo sucio" (hay también ecos de Flannery O'Connor). En efecto, es suficiente leer las primeras frases del primer cuento de Homesick, Bettering myself, para captar el ethos de esta escritora: "Mi clase estaba en el primer piso, al lado del salón de las monjas. Yo usaba su baño para vomitar por las mañanas".
La narradora de Bettering myself es un típico personaje de Moshfegh: una mujer divorciada en los márgenes de la sociedad, con algún tipo de adicción, enseñando en un colegio de mala muerte y haciendo todo lo posible para que la echen (contar chistes vulgares a sus alumnos, darles los resultados de los exámenes con anticipación). Su relación intensa con el cuerpo y sus fluidos es una marca de estilo: cuando el narrador de Dancing in the moonlight recibe un correo de la mujer que le interesa, va al baño a "vomitar con alegría"; en Malibu, el tío del narrador va a todas partes con su bolsa de colostomía (su sobrino se ocupa de limpiarlo). Lo que para otros es sórdido y abyecto es aquí no solo parte natural de la vida sino también algo digno de celebración.
Moshfegh es maravillosa para retratar personajes; Mr. Wu y No place for good people funcionan a partir de la exploración de una psiquis y sus vicisitudes. Los personajes dañados y extraños que abundan en el libro no pierden el humor pese a su desesperación: en A dark and winding road, el narrador se encuentra con una chica que va en busca de su hermano y se hace pasar por el amante gay del hermano. Otra cosa que no pierden es la autoestima, gracias a una generosa capacidad para el autoengaño: en An honest woman, Jeb puede ser derrotado por la vida, pero aún así es capaz de pensar que "él podría ser un Dios en la tierra si tan solo encontrara la tribu adecuada; qué lindo sería, que lo idolatraran y amaran".
Esos cuentos van conformando un retrato entrañable y crudo de un Estados Unidos de ciudades e individuos alejados del sueño americano: "imagínate una calle vacía con un auto estropeado, un triciclo oxidado abandonado en la vereda, una mujer arrugada rascándose mientras riega su jardín de colores pardos, la manguera retorciéndose perversamente en su puño apretado" (así se describe en Slumming la ciudad de Alna, modelo básico de las ciudades de Homesick).
Es difícil escoger el mejor cuento: podría ser The beach boy, por la profundidad con la que se revela el drama de un viudo al enterarse de secretos de su mujer recién fallecida; Nothing ever happens here, por la sorpresiva construcción de afectos en medio del mundo de sueños frustrados de los aspirantes a triunfar en el cine; No place for good people, por su forma de balancear humor con incorrección política en esta historia de un encargado de adultos "retardados" ("la palabra no me ofende siempre que sea usada correctamente, sin compasión"). Lo cierto es que casi todos estos cuentos son perfectos.