Gran interés mediático y social ha provocado la confirmación del viaje del Papa Francisco a nuestro país, entre el 15 y el 18 de enero del 2018. Además de Santiago, la gira incluirá las ciudades de Iquique y Temuco. Consistente con su estilo pastoral, el Pontífice prefiere acudir y mostrar su cercanía hacia comunidades que viven en medio de las dificultades y la invisibilidad. Ello es evidente en el caso de la Región de la Araucanía, inmersa en un prolongado conflicto, con víctimas de ambos lados y autoridades que no logran consolidar un proceso que reestablezca la paz, en la región que además tiene el más alto índice de pobreza en el país (23,6% en contraste con el promedio nacional de 11,7%). Por su parte, la Región de Tarapacá, que acoge al mayor porcentaje de inmigrantes después de Santiago (representan el 7,4% de su población), también está sufriendo los efectos de la contracción de la actividad minera, con una cesantía que llega al 8,7%, dos puntos más que el promedio nacional.
A 30 años de la recordada visita de San Juan Pablo II, (1 al 6 de abril de 1987, visitando Antofagasta, La Serena, Valparaíso, Santiago, Concepción, Temuco, Puerto Montt y Punta Arenas), el Chile que espera al Pontífice no es el mismo. Hace 30 años el gran tema era la dictadura y la presión por volver a la democracia, lo que dotó de un cariz bastante político dicha visita. Es un secreto a voces que en su entrevista con Pinochet, el Papa no dudó en plantearle este punto con firmeza. Los católicos eran amplia mayoría en el país (bordeando el 80% de la población), y la Iglesia católica gozaba de prestigio, en una cultura marcada por un clericalismo que dejaba poco espacio para la participación del mundo laico. Hoy, la población que se autodenomina católica alcanza el 59% y bien es conocida la crisis de legitimidad institucional que ha afectado a la Iglesia, tras los muy mediáticos casos de abusos por parte de miembros del clero, algunos de los cuales, eran referente dentro del mundo eclesial.
Hoy, que contamos una situación política estable, sin embargo persisten desigualdades y deudas pendientes en nuestro país que seguramente serán abordadas por el Papa Francisco en esta visita, que sin duda, tendrá un tinte más social. Él quien ha sido promotor de la "cultura del encuentro", seguramente pondrá el énfasis en el restablecimiento del diálogo y la confianza. Para un Pontífice latinoamericano, que proviene de un país con una cultura tan similar a la nuestra, que vivió en nuestro país por más de un año y que como nosotros, vibra con el fútbol, un buen asado y la alegría propia de nuestra gente, que se da ánimo para "tirar para arriba" en tiempos de adversidad, venir a nuestro país, debe ser un poco como ir a casa, sentirse entre los suyos. Sus espontáneos gestos y agudas frases serán acá algo completamente familiar, no como ocurre con los europeos que quedan descolocados con este Papa que se sale del protocolo.
Vale preguntarnos ¿quién es Francisco y cuál ha sido el principal sello de sus 4 años de pontificado? El 2013, cuando fue elegido Papa, la Iglesia atravesaba por un complejo momento, que la tenía por así decirlo, paralizada. El 2010 se había dado el peak de denuncias por abusos de toda índole (sexuales, de poder, financieros, etc.), hacia miembros del clero y el correspondiente encubrimiento, con importantes coletazos los siguientes años. Había en la Iglesia (tanto clero como laicos) un sentimiento de desconcierto y de vergüenza, que la conminó a permanecer quieta y bajo el radar. Benedicto XVI hizo un gran trabajo "ordenando la casa". Habiendo sido cardenal miembro de la curia vaticana por décadas, cuando asumió el sillón de Pedro, supo que su rol principal sería de "saneamiento" en diversas áreas como las finanzas, la estructura de gobierno del Vaticano, la reforma de los procesos canónicos de investigación y sanciones de los casos de abuso, dejando un diagnóstico realista. Reemplazó a emblemáticas figuras de la Curia que llevaban décadas en sus cargos y según cuentan renombrados vaticanistas, se ganó varios enemigos en el proceso. Las cosas habían sido de determinada manera por tanto tiempo, y ahora no había piedra que quedara sin levantar. Por su avanzada edad, Benedicto XVI no se sintió capaz de proseguir con la segunda parte de la misión de reforma que había comenzado: la implementación de los cambios y de la estrategia para continuar la misión evangelizadora en aquel escenario, lo que derivó en una decisión impensable: la renuncia al papado. En 5 siglos no se había visto algo semejante.
El cardenal Bergoglio, argentino, jesuita, tenía pistas de cómo abordar tamaño desafío, las que compartió en las congregaciones generales de cardenales en cónclave para elegir un nuevo Papa. Pistas que había tomado de las conclusiones de Aparecida (elaboradas por los obispos, sacerdotes y cardenales pertenecientes a la Conferencia Episcopal Latinoamericana, CELAM). Las conclusiones apuntaban principalmente, a cambiar el énfasis por mucho tiempo enfocado en la "mera conservación", para devolver a la Iglesia su cariz decididamente misionero. Para Bergoglio, la estrategia por excelencia tenía un nombre: La Misericordia.
Por ello, desde el primer instante de su pontificado, Francisco demostró el giro de timón que daría nuevos aires a la Iglesia. Recién investido y mostrándose al mundo por primera vez, en el balcón de la Plaza de San Pedro, bajó su cabeza pidiendo a la gente que oraran por él y por la misión que comenzaba. Cada vez que pronunciaba un discurso, homilía o daba una entrevista, recalcaba ese nuevo rumbo: "quiero una Iglesia pobre y para los pobres; obispos y sacerdotes con olor a oveja; la comunión no es un premio para los virtuosos, sino un remedio para los pecadores; quiero una Iglesia en salida, haciendo lío; prefiero una Iglesia accidentada, a una que está enferma por el encierro; construir una cultura del Encuentro, de la amistad, de hablar con quienes no piensan como nosotros, pues todos somos hijos de Dios".
Animó a perder el miedo, principal responsable de la renuncia a la misión evangelizadora inherente a todo cristiano; remarcó la primacía de la persona, animando a desarrollar un discernimiento maduro, en oposición a una obediencia ciega de las normas; ensalzó el rol de los laicos y de las mujeres dentro de la Iglesia; puso el acento en la importancia de abordar de frente la crisis social, humanitaria, económica y medioambiental por la que atraviesa el mundo en un lenguaje directo, sencillo, cercano y cargado de sabiduría y sentido del humor. (Otros pontífices habían tocado estos puntos, pero en una forma más intelectual y en una época en que la resonancia de las redes sociales no existía).
Muchas han sido también las acciones que han acompañado estas palabras, las que enumeradas acá alargarían sobremanera estas líneas. Baste un botón de muestra: Al día siguiente de ser electo Papa, llamó en persona a su suplementero, para cancelar su suscripción al diario, pues ya no estaría residiendo en su casa. Sus primeros viajes pastorales: la isla de Lampedusa (punto de arribo de migrantes que sobreviven el paso por el Mediterráneo), Albania, Cuba, Filipinas, Sri Lanka. Las periferias, los que no están presentes en los debates de la elite política y empresarial del mundo.
Podemos esperar a un Papa que no eluda pregunta, por incómoda que parezca. Que responderá de manera más honesta que diplomática, pudiendo despertar críticas (como el episodio de su opinión sobre lo justa de la demanda marítima de mar por parte de Bolivia), seguramente abundarán las bromas de índole futbolera, una de sus pasiones, sobre todo con el buen momento de nuestra selección. Se abrirán temas e interesantes debates que nos enriquecerán. Recibiremos a un pontífice que no pretende realizar una visita protocolar "de Estado", sino por el contrario, viene a traer la alegría del Evangelio. Ojalá sean vientos que nos renueven, nos acerquen, boten nuestras barreras y prejuicios, para volver a ser un país de hermanos.







