Saldrá decepcionado quien quiera encontrar objetividad en El centro cederá, el documental sobre Joan Didion en Netflix. Griffin Dunne, el director, es sobrino de Joan, y tuvo claro desde el principio que lo suyo sería "una carta de amor". Era la única manera de que el documental existiera: Didion había rechazado muchos pedidos para hacerlo, y solo accedió porque un familiar querido se lo pedía. Dunne adopta un formato tradicional: una larga entrevista con Didion, y en torno a estas conversaciones con críticos y amigos -Vanessa Redgrave, Anne Wintour- con anécdotas y comentarios que construyen una imagen condensada de la escritora californiana, desde sus inicios a mediados de los setenta en la revista Vogue, hasta su consagración como escritora clave del "nuevo periodismo" y su descubrimiento por una nueva generación con El año del pensamiento mágico (2005). Dunne se aprovecha al máximo del acceso al archivo de su tía, con fotos y videos familiares que acompaña de música sentimental.
Didion tiene más de ochenta años y se muestra físicamente frágil en la entrevista: sus amigos conspiran cada día para que coma algo. Su rostro es tan expresivo como sus brazos, que agita mientras habla, como si la ayudaran a buscar palabras y bucear entre recuerdos. La fragilidad desaparece al llegar a la esencia de su vocación; cuando habla de la locura hippie de fines de los 60, Griffin le pregunta qué sintió la vez que vio en una casa de mala muerte a una niña de cinco años a la que sus padres le acababan de dar LSD: "Eso fue oro puro. Uno vive para momentos como ese, más allá de que sean buenos o malos". No hay rastros de sentimentalismo en su respuesta, más bien la convicción de que para escribir uno necesita un pedazo de hielo en el centro del corazón (esa frialdad le permite ir a comprarle a Linda Kasabian, una de las mujeres del clan Manson que ha accedido a darle una entrevista, la ropa con la que se presentará al juicio).
El documental muestra que Didion vivió conectada a los centros del poder cultural norteamericano, en un eje en el que se juntan el cine con la escritura, la música y el periodismo de investigación. Casada con otro escritor, John Gregory Dunne, se mudó a mediados de los sesenta a Los Angeles y estableció una casa en Malibu que se convirtió en punto de encuentro del establishment: a sus fiestas iban Janis Joplin, Scorsese y Warren Beatty (y su carpintero era un desempleado Harrison Ford). Didion se aprovechó del acceso que le brindaba ese poder para escribir las crónicas definitorias del período -en libros como Slouching Towards Bethlehem (1968) y The White Album (1979)-, pero eso no le impidió, como sugiere Louis Menand en The New Yorker, "fundirse en la escena hippie e internalizar sus confusiones".
La parte más conmovedora gira en torno a las muertes de su esposo y su hija Quintana Roo, sobre las que escribió en El año del pensamiento mágico y Blue Nights (2011). Si escribe sobre el duelo y la culpa ("ella era adoptada, me la dieron para cuidarla y yo fallé") es para perderle el miedo a aquello que desconoce (el dolor profundo y sus aristas). Solo podrá acercarse a esas muertes como si se tratara de un reportaje objetivo en el que esta vez la investigada es ella misma. La escritura ayuda a aceptar el fin de la vida, "la desaparición de la luminosidad".
El centro cederá nos cuenta lo anecdótico -a Didion le gustaba tomar Cocacola en el desayuno y, literalmente, guardaba sus manuscritos en el refrigerador--, pero no arroja luces sobre cómo la escritora conectó sus antenas con la locura y extrañeza de su tiempo. El crítico Hilton Hals es el más perspicaz: Didion fue una de las pocas que se dio cuenta de que el ensayo, dado a lo fragmentario más que a la perspectiva totalizadora, era el género más potente para narrar un periodo tan poco cohesivo como el de fines de los sesenta. Aparte de eso, no hay mucho más.