Jerusalén nuevamente es el centro de atención para la Comunidad Internacional generando un clima de gran incertidumbre tras el anuncio del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de trasladar su embajada a Jerusalén y reconocer dicha ciudad como capital del Estado de Israel.

La peligrosidad del hecho, debemos entenderla a partir de ciertos ejes y propósitos que se buscan a partir de él. Estados Unidos es un conocido aliado de Israel, que si bien sus lazos se vieron algo mermados al término de la administración del Presidente Barack Obama, hoy están más vigentes que nunca en una amistad cercana entre Trump y el Primer Ministro Israelí Benjamin Netanyahu.

Esta profunda amistad, reafirma la tesis de que Estados Unidos hoy es un mediador deshonesto. Reafirma el rol de mediador en uno parcial y subjetivo, "en juez y parte", violentando uno de los principios básicos de cualquier proceso que se digne a ser justo. El principio de imparcialidad entonces, se ve aún más quebrantado cuando el Presidente Trump anuncia el traslado de su embajada a Jerusalén, ciudad considerada ocupada en su parte Este, según las Resoluciones 242, 338 y 2334 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Ni la legislación Internacional, ni tampoco la Comunidad Internacional reconocen soberanía israelí sobre la ciudad, por tanto la decisión de Trump es un apoyo sin límites al control israelí de la ciudad y a todas las medidas que tienen por objeto alterar la composición demográfica, el carácter y el estatuto del Territorio Palestino Ocupado desde 1967, especialmente de Jerusalén Oriental.

Esta burla a la Comunidad Internacional y a las normas internacionales, es no solo por el "espaldarazo" a las políticas de colonización de Israel en Territorio Ocupado, sino que también es una burla en contra de aquellos que aún creen en el llamado "Proceso de Paz" entre israelíes y palestinos, el que entiende que las partes deben llegar a acuerdos negociados y que Jerusalén Oriental sería la capital del futuro estado de Palestina.

El hecho por tanto, reafirma asimismo que Estados Unidos no puede ser garante de un "proceso de paz" el cual desde que se tiene su "generoso" auspicio ha dado luz verde a la construcción y expansión de los asentamientos; el traslado de colonos israelíes; la confiscación de tierras; la demolición de viviendas y el desplazamiento de civiles palestinos, entre otras actividades, todas constitutivas de crímenes de guerra. Ahora no solo le dirán a los palestinos confórmense en un Estado sobre el 8% de la Palestina Histórica, sino que también les está arrebatando su capital histórica, sin ningún derecho ni autoridad, sepultando así cualquier posibilidad a una solución biestatal. Solución, por lo demás, sobre la cual se ha engañado a palestinos descaradamente desde los Acuerdos de Oslo, momento desde el cual Israel no ha hecho más que avanzar en la colonización del territorio de Palestina y establecer un régimen de Apartheid.

No es casualidad tampoco el espacio de tiempo en el cual el presidente Trump anuncia el traslado de la Embajada, lo hace en un momento clave de reconciliación nacional entre las principales facciones palestinas, Hamas y Al Fatah. Ni a Israel ni a Estados Unidos les conviene esta frágil unidad palestina, por tanto el anuncio es un intento de sabotaje ideal para generar caos y diferencias dentro del perdido liderazgo palestino.

Con esta decisión de Donald Trump, no queda más que marginar el rol de Estados Unidos como mediador ya que comprueba que su país solo ha sido un aval de la destrucción del sueño de una Palestina libre, soberana y con Jerusalén Este como su capital.