SI SENADORES de la talla de Allamand, Larraín, Harboe, Montes y Zaldívar coinciden en una moción conviene prestar atención. Es lo que sucedió el jueves cuando esa quina transversal se puso de acuerdo en una reforma constitucional. El tema: cambios al presidencialismo; pero con una suerte de "realismo con renuncia" desde que renuncian a fórmulas semipresidenciales para perfeccionar los desafíos del régimen actual.

Partamos por el diagnóstico: como habría un problema en la sala de máquinas del ejercicio del poder público, se requiere de reformas al régimen de gobierno. Ello ha dado paso a un acuerdo abrumador en el mundo político (la fronda le llamaban algunos) para reemplazar nuestro presidencialismo por un semipresidencialismo. Éste combina un presidente elegido popularmente a cargo de áreas más bien simbólicas y un jefe de gobierno elegido por el Congreso que tiene el poder, la billetera y la agenda.

A mi juicio eso tiene problemas tanto institucionales como políticos. Entre los primeros, como lo recordó hace poco Arturo Valenzuela en el CEP, se institucionaliza el conflicto al interior del gobierno dado que hay dos polos de poder que compiten sin incentivo para cooperar entre sí. Y entre los políticos no hay que olvidar que Chile, nos guste o no, es presidencialista hasta la médula: ¿cómo un presidente que no manda podría responder a las expectativas de los electores?

Pero aun un fiel al presidencialismo debe reconocer que hay desafíos. El principal es la distancia que se produce entre el gobierno en La Moneda y su coalición en el Congreso. Esto no es nuevo: Frei Montalva alegaba que su partido no le había sido fiel y Allende se lamentaba de su coalición. Cierto o no, lo claro es que hoy con un sistema electoral tan fragmentado como el que dejará este gobierno, la crítica a la deslealtad se repetirá.

La moción se hace cargo de este desafío. Y para hacerlo mantiene la centralidad del Presidente pero incorpora una válvula: la posibilidad de empoderar de verdad a un Primer Ministro para que éste haga las veces de Jefe de Gobierno sin conflictuar con el Presidente sino que colaborando. Si colabora por convicción o por conveniencia es menos importante; lo relevante es que no compite porque solo uno mantiene la decisión final: el presidente.

Asimismo, la moción permite un tránsito más fluido entre Ejecutivo y Legislativo. Aunque requiere ajustes para asegurar la estética, este tránsito (que sonroja a muchos) no es otra cosa que reconocer que el liderazgo político ha estado y seguirá estando en el Congreso y que permitir el "ir y venir" fortalece políticamente a la coalición gobernante. De paso, es una excelente forma de traer al "oficialismo legislativo" a La Moneda, como lo mostró el Pdte. Piñera nombrando a Chadwick, Allamand y Longueira.

En definitiva, aun cuando puede complementarse en sus detalles, la propuesta recuerda el consejo de Aylwin. Hace un tiempo decía que los presidentes en Chile deben mandar; el que no lo hace, es un mal presidente. La virtud de la moción es que sin quitarle ese poder, entrega al presidente una herramienta para fortalecer la decisión colectiva de la alianza política a la que pertenece.