No cumplió 70 años, pero vivió muchas vidas. Pablo Neruda fue muchos poetas: el provinciano y melancólico de los Veinte poemas; el hombre solo y angustiado de Residencia en la Tierra; el escritor que aprende la palabra fusil en la Guerra Civil Española; el vate que funda América en el Canto General; el poeta enamorado de los objetos con deslumbramiento infantil, el naif de las Odas y el panfletario de Incitación al Nixonicidio y alabanza de la Revolución Chilena. Son muchos Nerudas. ¿Cuál prefiere usted? ¿Con qué versión de sí mismo se queda él?

Confieso que he vivido no es sino una versión de Neruda: la versión que él mismo quiere legar. "Estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque así precisamente es la vida", escribe. Nos advierte así que su relato será necesariamente incompleto y arbitrario: una evocación de imágenes sacudidas "por el fuego y la sombra de su época".

En el libro hay omisiones, episodios minimizados y otros exaltados. Desde luego no está su hija Malva Marina, muerta en Holanda mientras él era cónsul en México. Todos los poetas chilenos aparecen disminuidos: desde Gabriela Mistral, quien lo apoyó generosamente, hasta Pablo de Rokha, a quien humilla con el apodo Perico de los Palotes. En cambio, dedica páginas glorificadoras a Federico García Lorca, Miguel Hernández y la empresa del Winnipeg.

Volodia Teiltelboim, uno de los excluidos, intenta tomar posesión de Neruda tras su muerte. Escribe ensayos y biografías que reivindican al poeta comunista. Jorge Edwards, en cambio, publica unas memorias que lo revelan como un socialdemócrata secretamente desencantado del comunismo. Más versiones de Neruda. Hasta la fundación elaboró la suya: el vate como souvenir turístico.

Creador de una obra monumental, dispareja y de cumbres brillantes, Neruda construyó  su propia leyenda. Basta leer el discurso de Estocolmo, cuando recibió el Nobel: lo que hizo allí fue relatar su vida como una gesta poética. Recordó su fuga de la justicia, como un bandido, entre los bosques y las montañas del sur del mundo. Habló de las batallas de los pueblos de América. Y citando a Rimbaud (acaso el poeta más mítico) anunció un nuevo amanecer para todos los hombres. El poeta visionario.

Desmemoriadas, caprichosas, injustas, narcisistas, las páginas de Confieso que vivido hay que leerlas así. No alcanzó a terminarlas, es cierto. Las armó su viuda, sí. ¿Pero habrían cambiado sustancialmente si su intención era publicarlas para su cumpleaños 70? Confieso que he vivido es sobre todo una obra poética: la última piedra en la construcción del mito.