Lo primero que corresponde es admitir que estuvimos profundamente equivocados. Tal como ya han reconocido algunos -pero no todos lo suficiente- los medios de comunicación, incluidos los periodistas, sus columnistas y otros comentaristas de la plaza, leímos mal e interpretamos peor los signos y síntomas de la realidad social; corroborando una vez más la diferencia que existe entre la opinión pública y la opinión publicada. Lo más fácil sería responsabilizar a las encuestas. El fallo generalizado de casi todos los sondeos de opinión pudo haber contribuido a generar un diagnóstico equivocado, al que nos plegamos sin mucho sentido crítico, dejándonos llevar por una corriente que nos hizo naufragar de manera vergonzosa, cuando no humillante. Pero ya que no soy muy amigo de las teorías de conspiración y considerando que el error de las encuestas fue políticamente transversal, afectando no solo a las financiadas por importantes grupos económicos, me interesa explorar la razón por la cual en casi todos los resultados se subestimó la votación de Beatriz Sánchez y se exageró el potencial electoral de Sebastián Piñera.

Con la cautela propia de quienes no estamos para grandes sentencias o veredictos, tengo la intuición de que lo ocurrido con la mala interpretación del "voto probable" se emparenta a otro convencimiento que también deberíamos poner en cuestión: la supuesta mayoritaria adhesión ciudadana, especialmente de la clase media, hacia las bondades de un modelo de desarrollo o -como lo llama un viejo y admirado profesor- al proceso de modernización capitalista.

Fue ese convencimiento, el que alimentado por muchas encuestas y otros estudios, sumado al significativo rechazo registrado por este gobierno en la aplicación de sus principales reformas, apresuradamente nos llevó a subestimar el malestar ciudadano que tendimos a minimizar, cuando no ningunear. Por el contrario, y quizás amparados en los evidentes progresos de la sociedad chilena, confundimos la activa participación y los correspondientes logros de las personas y familias bajo un esquema de movilidad y consumo, con una suerte de conformidad; palabra que a ratos está más cerca de la resignación que de la felicidad.

Y así como se acusó en su momento a la izquierda de haber exagerado el malestar e indignación ciudadanas, distorsionando un diagnóstico sobre nuestra sociedad, los resultados electorales del domingo también podrían desnudar a una derecha que subestima las fragilidades y angustias que padecen las personas, lo que sumado a su eterna incapacidad para leer el sentido subjetivo de la política la llevó a creer que para hacerse del triunfo le bastaba con proclamar nuestra criolla y provinciana versión de El fin de la Historia.