Las democracias sanas se caracterizan por tener altos niveles de participación política. En ellas, la gente confía en las instituciones, y por ende milita en partidos políticos y vota en elecciones. Creen que sus ideas se deben canalizar por medio de profesionales de la política que se eligen en elecciones libres, competitivas y transparentes. Por el contrario, cuando la gente desconfía de las instituciones, tienden a no militar en partidos y a abstenerse de votar. No creen que sus ideas sean relevantes. Piensan que la clase política es inepta o corrupta y que votar no cambia las cosas.

Chile se parece más al segundo tipo de democracia. La gente no confía en las instituciones, y por lo tanto milita en partidos y no vota en elecciones. Los datos muestran que los índices de confianza, el número de militantes y la tasa de participación electoral van a la baja. La última encuesta del CERC muestra que los partidos son las instituciones menos confiables del sistema; datos del Servel confirman que sólo 5% de los chilenos milita en un partido político; y la última elección presidencial y legislativa exhibe el mayor porcentaje de abstención desde el retorno de la democracia.

Estos tres datos son particularmente preocupantes, pues constituyen evidencia robusta a favor de la tesis de la crisis de legitimidad. La poca confianza en las instituciones es lo que explica la ausencia de la gente en política. No existe un escenario en el cual la gente reprueba el sistema, pero igual milita en partidos y vota en elecciones. Naturalmente, la caída del entusiasmo post transición y la voluntariedad del sufragio influyen en este diagnóstico. Sería imposible ignorarlo. Pero no cambian el hecho: hoy la gente participa significativamente menos que antes.

Las elecciones internas de los partidos políticos reflejan este problema a nivel conceptual. Son una instancia de interacción entre la militancia partidista y la participación electoral. En una democracia sana, hay altos niveles de participación en las elecciones internas de los partidos políticos. En esos casos, los ciudadanos entienden el rol de los partidos en la sociedad y no sólo escogen militar voluntariamente, sino que además deciden participar con regularidad, pues saben que la elección de la directiva, entre otras cosas, es crucial para la interpretar y proyectar sus propias ideas.

El caso de la DC, y su reciente elección interna, sirve para ejemplificar lo anterior. En 2014 el partido perdió su categoría como el partido más grande del país (fue reemplazado por el Partido Socialista). Por eso, tal vez no sorprendió que sólo 17% del padrón de militantes DC votó para elegir a la nueva directiva (un 4% menos que en la elección anterior). Ambos hechos advierten una pérdida en la capacidad del partido para interpretar y proyectar las ideas de sus militantes. La directiva simplemente no puede representar a todos cuando sólo una pequeña fracción de los militantes participa en el proceso de toma de decisiones.

Si fuera sólo la DC, sería un problema aislado. Pero hay evidencia que sugiere que cada vez menos personas se inscriben en partidos políticos, y de ese reducido grupo que sí lo hace, cada vez menos personas votan en sus elecciones internas. Es decir, es un fenómeno transversal que afecta a todos los partidos por igual (sin contar a aquellos que no utilizan procesos democráticos para sus elecciones internas). Así, un grupo de unos pocos está decidiendo el rumbo político del país, pues interpretan y proyectan las ideas de los sin voz a través de programas de gobierno y nominaciones de candidatos presidenciales.

No es fácil salir de una crisis de legitimidad, pero es posible. Para aquello es necesario reconstruir los lazos de confianza entre la ciudadanía y las instituciones. La gente debe volver a creer que los partidos son el canal más efectivo para canalizar sus ideas. Esto difícilmente ocurrirá mientras los partidos no asuman sus responsabilidades en la crisis. Si los actuales presidentes no hacen un mea culpa, la crisis se ahondara más. No pueden seguir ignorando que son elegidos por un pequeño grupo de personas, pero que sus decisiones afectan a todos los chilenos por igual.

Los casos Caval, Penta y Soquimich ofrecen un escenario ideal para que los presidentes de los partidos puedan dar un paso importante a la hora de reivindicar las instituciones políticas. Pero para eso deben estar dispuestos a sacrificar a todos los militantes que cayeron en irregularidades. Deben garantizar que en las instituciones políticas nadie está por sobre la ley. Deben demostrar que ellos son los primeros en condenar actos de cohecho y corrupción. Es un camino difícil, pero es un camino que vale la pena. Los presidentes que sigan este camino no s+olo le harán un favor a su partido, le harán un favor a la democracia.