Uno puede exponerse por primera vez a un capítulo de Scandal y pensar bah, otra serie-teleserie de Shonda  Rhimes (Grey's Anatomy, Private Practice). Una historia de Washington, con la Casablanca de escenario, donde la protagonista es la asesora comunicacional y encargada de gestión de crisis de los poderosos: Olivia Pope (Kerry Washington, nominada al Emmy por el papel). Un capítulo, un escándalo que hay que manejar. Entre medio, la (¿clásica?) historia de amor imposible, entre Pope y el Presidente Fitzgerald.

Ya que la serie no se ve mala, tampoco buena, pero sí entretenida, y uno no vive sólo de Mad Men, le da un capítulo más.

Luego, sin saber cómo, por qué, o qué día es, uno se encuentra aún frente al televisor, habiendo consumido un número inconfesable de capítulos, queriendo más, y pensando que de ahora en adelante sólo va a usar ropa blanca, negra o color crudo, como Olivia Pope, la mejor vestida de Washington (junto a Claire Underwood de House of Cards).

Y después puede que uno le cuente a sus seres queridos que esto existe, que lo comente en Twitter, en el pasillo: para cuando se aburran de pensar en si existe Dios con True Detective o en sufrir con los asesinados en The Killing, cuando se quiere descansar del dolor televisivo, está serie Scandal, que tiene a EE.UU. bajo adicción hace tres temporadas (la última se acaba de estrenar en Chile por Sony, y están todas disponibles en Netflix).

Y entonces puede que, desde entonces, nadie le hable de otra cosa que de Scandal, que cuando cuente que hay capítulos nuevos  la gente se pare -literalmente- de la mesa a buscarlos, y que hasta en los pasillos de una radio, mientras un ministro espera ser entrevistado, el entrevistador le pregunte a uno que cuándo, ¡cuándo!, llega la próxima temporada.

En Scandal no hay segundas lecturas sobre la muerte. Acá no hay metáforas de nuestra sociedad. Acá hay una mujer, espectacularmente vestida, que es la mejor en lo que hace, que se enreda con el primer mandatario y con el jefe del servicio de inteligencia -todos guapísimos por supuesto-, que tiene un equipo de investigadores y encubridores a los que ha rescatado de disímiles situaciones, con quienes ayuda a los políticos a esconder la mugre debajo de la alfombra. Olivia Pope llama a su equipo "gladiadores", lo que las primeras tres veces suena estúpido, pero ya a la quinta uno quiere, por favor, ser uno de ellos.

En esta última temporada, un personaje mascará su propia muñeca para cortarse las venas, y mejores amigos intercambiarán papeles a torturador y torturada. Y Olivia Pope se sentará en su casa a comer popcorn junto a una copa de vino tinto, mientras uno piensa: ¿qué diablos tiene Scandal? Es una serie sinvergüenza. Ante la crítica, ante la lógica, en pos del entretenimiento. Y a veces eso es todo lo que uno necesita.