Los cuentos de Romina Reyes abordan con una prosa sumamente clara algunas situaciones oscuras en las vidas de varios veinteañeros. De esta manera, Reyes debuta en las letras nacionales con gracia y con una prestancia envidiable, pues en sus relatos no hay nada, absolutamente nada, que permita suponer que se trata de una escritora primeriza. Reinos es un conjunto de 6 historias breves pero contundentes, que dan para apreciar, de manera bastante veloz, varias cualidades del género: soltura en el manejo de la voz que narra (sea femenina o masculina), seguridad en la estructura y acierto en el desenlace.

A diferencia de gran parte de los narradores chilenos contemporáneos, Reyes demuestra aquí que puede tratar el sexo no sólo desde una perspectiva verosímil, sino que también bajo cierta propensión a un retorcimiento que produce pulsiones llamativas en sus personajes. En el primer cuento, titulado Julio, un joven padre se obsesiona con un consejo para lograr una felatio efectiva que lee en la revista Cosmopolitan. La manera bestial en que decide ponerlo a prueba provocará lágrimas en su entorno.

En Reinos, el último de los relatos, una de las protagonistas adora morder la carne de su amante, una chica que tal vez sea algo etérea. La historia termina en un rapto de violencia erótica que incluso puede tener un componente vampírico. Larvas alcanza el momento del desenlace, que también coincide con el clímax de uno de los personajes, entre golpes, acercamientos forzosos, acallamientos no solicitados y rendición. La tensión sexual y la violencia asociada al acto amatorio son 2 constantes muy bien administradas a lo largo del libro.

La contención es otra de las virtudes que uno aprecia con facilidad en los cuentos de Reyes. En ellos no hay palabras de más ni situaciones que se alarguen sin razón. El acertado manejo de los tiempos narrativos que propone la autora, más cierta agradable complejidad, no permiten que el lector se distraiga ni un instante. De hecho, las narraciones crean algo parecido a la ansiedad en quien lee: son impredecibles y siempre rozan algún giro endemoniadamente oscuro. Reyes también sabe, y bastante bien, el buen efecto que produce la sugerencia maldadosa, el insinuar sin descorrer el velo por completo.

La presencia de animales en los cuentos le otorga un aire de humanidad al libro que es poco frecuente en nuestras letras (eso de demostrar humanidad a través de la animalidad). El narrador del primer relato escribe en un diario los pormenores del día. Y en cierta jornada adquiere un erizo de tierra, Ernesto, con el que desarrolla una curiosa relación de poder: "No entiendo cuál es la gracia que causa en el resto. Yo creo que Ernesto es un pusilánime. A veces me lo pongo sobre el estómago y trato de hacer que me pinche o me agreda de alguna forma, pero no lo hace. Es un cobarde. ¡Cobarde!, le digo y me queda mirando".

Las personalidades de diversos quiltros hambreados están retratadas con dedicación, lo mismo que la muerte escalofriante que el padre de un protagonista les da a unos gatitos recién nacidos. En suma, el espectro de situaciones bien resueltas que nos ofrece Romina Reyes con su primer libro es sorprendente. Y es por eso que uno se alegra, y mucho, con un debut literario de estas características.