En la Antigua Grecia pocos hombres fueron más astutos que Sísifo, fundador y rey de Corinto. Dentro de su mentalidad lucrativa y calculadora ideó cosas como ésta: levantó grandes murallas alrededor de la ciudad para que los viajeros que debían pasar por ella tuviesen que pagar cada vez que lo hacían.

En tiempos de dioses, no tuvo problema en delatar al gran Zeus, quien había secuestrado a la bella hija de Asopo, dios de los ríos, a cambio de que éste último dispusiera en Corinto de un río que llevara agua a toda la ciudad.

La astucia de Sísifo le ganó el respeto de sus pares. Su vecino Autólico, quien había sido favorecido por el dios Hermes para poder convertir los toros en vacas y, además, pasarlos del color blanco al rojo -de manera tal que los verdaderos dueños jamás pudieran reconocerlos-, se aprovechó de esto para robarle animales. Intrigado por la inexplicable reducción de su ganado y ante el aumento del número de cabezas que Autólico tenía, decidió marcar sus toros con una leyenda en sus pezuñas que decía: "Me ha robado Autólico". Frente a esa demostración de astucia, Autólico prácticamente entregó a su hija a Sísifo, para que ella pudiera darle nietos tan inteligentes como su vecino. Sísifo, sumido en su soberbia, sintiéndose superior al resto, desafió incluso a la muerte, y se libró de ella, mediante su ingenio, un par de veces. Así hasta que Zeus pudo atraparlo y condenarlo a un castigo eterno: no sólo lo dejó ciego, sino también lo sentenció a empujar eternamente una roca hasta la cima de una colina, para luego, una vez que la roca rodaba hasta el lugar inicial, volverla a empujar hasta la cima. Así, hasta el infinito.

Los griegos supieron explicar su vida a través de los mitos. Platón hizo célebre el mito de la caverna, en donde un grupo de hombres permanecieron confinados a ella desde niños. Atados de espaldas a la entrada, detrás de ellos la luz de un fuego proyectaba sobre las paredes de la caverna el mundo al que ellos podían acceder: un mundo de sombras. El mito en cuestión apunta al limitado saber al que está condenado el hombre mientras permanezca dentro de la caverna.

La gracia de los mitos es que trascienden los tiempos y sirven para explicar tanto lo que ocurría en la Antigua Grecia como lo que puede pasar en el Chile de hoy.

Y en ese plan, aunque suene forzado, ambos mitos pueden servir para explicar lo que pasa en el fútbol nacional. El mito de la caverna, para hacernos entender que las formas que tuvieron los dirigentes de defraudar aún no las conocemos del todo -y hablo en plural porque me cuesta creer que solo Jadue haya sido quien ideó este plan-; que hay una trama que todavía permanece oculta, que hasta ahora sólo hemos visto indicios, manchas, sombras.

Por otro lado, el propio Sísifo es una metáfora de una organización que articuló maneras perversas de lucrar, sin importar los métodos ni sus implicancias éticas o delictivas. Lamentablemente para el fútbol chileno, el capítulo que se ha abierto encuentra su perfecto correlato en el fin de la historia de Sísifo: el fútbol chileno condenado a empujar una roca hasta la cima de una colina, solo para verla caer hasta el lugar original.