EL TATUAJE es una práctica que, aunque cada vez más extendida y tolerada, "de moda", no termina por extrañar. Sigue llamando la atención -se lo propone, o si no por qué hacerse acompañar de tanto exhibicionismo narcisista provocador. Se juega con el efecto: con las muchas asociaciones exóticas y negativas que todavía puede evocar.

Se marcan con tinturas y escarificaciones gente de culturas tribales. Se ha marcado a esclavos, a desertores, a criminales peligrosos, a prisioneros de campos de concentración. Se sigue marcando a animales. Sirven de signo los tatuajes a submundos de mala vida: mafiosos (rusos y japoneses), pandillas (como los "maras"), exconvictos, marineros y soldados. Insinúan prácticas de alto riesgo, siendo frecuentes en sementales y femmes fatales, cuando no ahombradas, en películas pornográficas. Se le ha calificado de costumbre vulgar, propia de clases populares, aun cuando ha sido tendencia en el beau monde, entendida siempre, eso sí, como una transgresión intencional.

La censura no siempre ha tenido que prohibirlos, bastando un mínimo decoro burgués para desalentar la práctica. Adolf Loos, pionero de la arquitectura moderna, en su famosa charla de 1908, "Ornamento y Delito", llamaba a erradicar toda decoración por parecerle un claro retroceso estético, también moral: "El papúa tatúa su piel, su barca, su remo. No es ningún criminal... Los tatuados que no están en prisión son delincuentes latentes o aristócratas degenerados. Si un tatuado muere en libertad, habrá muerto algunos años antes de llegar a cometer un crimen." Loos era un gran admirador del vestir inglés, sobrio y económico. Abominaba los excesos: "Puede medirse la cultura de un país por el grado en que están ensuciadas las paredes de los retretes." La cocina afrancesada con sus vistosos guisos adornados para hacer "más apetecibles los pavos, los faisanes, las langostas" -cadáveres disecados los llamaba-, le producían horror. "Yo como roast beaf", diría.

¿Qué impresión se llevarían burgueses de hace cien años y después si supieran que se venden espaldas tatuadas (no samoanas) por 150 mil dólares como "obras de arte" para colgarlas de las paredes post mortem, o se pasearan por nuestras playas por estos días? Ellos también fueron transgresores modernos y progresistas, si no revolucionarios. ¿Qué no quebrantaron en política, literatura, música, pintura y costumbres sociales? Siguen dando lecciones en esas materias cien años después. Pero en estética no hubiesen estado dispuestos a violar preceptos -eran clásicos puros. Esto de que las personas se pueden "expresar", pensar y hacer lo que se quiera, les habría parecido un disparate y regresión. Tom Hoving, director del Metropolitan Museum of Art, cuenta, en sus memorias, por qué las autoridades soviéticas se resistían a prestar un brazo tatuado de una tribu escita para exhibirlo en Nueva York durante los años 70: los rusos no se habrían expuesto a que en EE.UU. fueran a pensar que eran unos bárbaros asiáticos enviando un trozo humano tatuado.