El 28 de julio de 1794 Maximilien Robespierre, el desagradable y mezquino autócrata -léase sobre él en Paris on terror de Stanley Loomis- que entonces reunía en sus manos la totalidad de los órganos de poder de la Francia revolucionaria, fue depuesto y guillotinado por la Convención, el Congreso de su época. Lo acompañaron en tan cortante trance los miembros de su círculo de hierro, algo más de una docena de personas. Con eso se puso abrupto fin a la fase llamada "El Terror" por muy buenas razones; en alrededor de un año Robespierre mandó a la guillotina a 17 mil personas a quienes consideró "elementos contrarrevolucionarios" conspirando o siquiera obstaculizando la materialización de su sueño, la "República de la Virtud". El ánimo feroz de esos tiempos aparece maravillosamente retratado en la novela Los dioses tienen sed de Anatole France.
Tanta "virtud" apoyada por violentas manifestaciones callejeras de algunos clubes políticos extremistas de París y el incesante subir y bajar de la cuchilla de la guillotina terminaron por hartar y luego asustar a los miembros de la Convención. Si Robespierre era capaz de defenestrar a sus colaboradores más íntimos, ¿cuándo les tocaría a ellos el turno de ser motejados de contrarrevolucionarios y perder sus cabezas? Así entonces hicieron que la de Robespierre fuese la que cayera al ya repleto canasto y se puso fin no sólo al terror sino a las fases delirantes y jacobinas de la revolución; las "conquistas" del proceso, las cuales, dicho sea de paso, se habían ganado muy al principio -todo lo que siguió a las iniciales deliberaciones de 1789 bien podría considerarse un muy largo y costoso anexo de cero utilidad marginal- se mantuvieron, se consolidaron y santificaron, pero ya no se agrandaron. A ese brusco frenazo de una revolución se le ha denominado, en la literatura histórica y de ciencias políticas, "thermidor", por haberse producido en julio, mes que la semántica revolucionaria había rebautizado con ese nombre.
En Chile...
Este breve recuento histórico tiene por objeto hacer un paralelo con Chile y el reciente cónclave palaciego en el que se acuñó la expresión "nuevo trato" para referirse a una fase en la que ya no se insistirá tanto en materializar todo el programa, sino en "priorizarlo". Es un paralelo cuyo recorrido está a muchísima distancia de la línea original trazada por los franceses del siglo XVIII porque no hay Robespierre y una república de la virtud sino sólo doña Michelle Bachelet y su difuso programa, porque no hay feroces miembros del "Comité de Salud Pública" sino personajes de aires más livianos y acrobáticos al estilo de Alejandro Navarro, Marcos Enríquez-Ominami o Guido Girardi y tampoco ruedan las cabezas sino sólo pitutos gubernamentales, pero por otra parte sí hay grupos extremistas al nivel de las instituciones y sobre todo de la calle tratando de imponer una política basada en algo de fuerza bruta y mucho de vociferaciones, sí hay demagogos avivando todas las cuecas, sí hay necios confundiendo la realidad con folletería de las ONG, sí hay promotores del "avanzar sin transar", sí hay desbarajuste económico y político y sí hay desplome de los valores tradicionales y su reemplazo por una retórica en parte progresista y en parte cantinflera, paranoica y termocéfala.
La pregunta es si este "nuevo trato" tendrá un carácter similar, aunque sea distante y desvaído, del "thermidor" de las jornadas de julio de 1794, cuando no sólo se decidieron cursos de acción mediante decretos, anuncios y deposiciones, sino en la calle, donde por medio de fuerza contundente se paró en seco el accionar de los grupos más extremos que pretendieron rescatar a Robespierre y re-ponerlo en el poder. Fue de ese modo porque las políticas no sólo se conceptualizan, se votan y se promulgan, sino se ejecutan. Hay, tarde o temprano, un momento en que lo decidido en una antesala ha de imponerse en una avenida.
Solvencia
Tal vez a eso se refería Osvaldo Andrade cuando insistió, en Tolerancia Cero, en la "solvencia" que ahora ha de mostrar el gobierno. Lo dijo a propósito del paro de los profesores, a quienes, consideró, no debe pagárseles sus salarios si no trabajan. Lo aseveró en el contexto del "nuevo trato" y seguramente no lo habría dicho antes de eso. Lo dijo, como quizás otros también lo dirían, porque hoy impera un clima muy distinto al de un año atrás. Un año atrás dicho porfiado paro habría sido visto como manifestación de las "luchas populares" u otra encantadora generalización por el estilo, pero hoy aparece más bien como un caso de infantilismo de izquierda poniendo en jaque el entero proceso de las "transformaciones profundas". Corren otros vientos. La realidad ha mostrado su hosco rostro, contra el cual no hay trapacería ideológica que valga. La realidad es Dios y el ministro Valdés su profeta: sencillamente éste ha revelado, mostrando las Tablas de la Ley llenas de alarmantes cifras, que no hay plata para todo ni apoyo ciudadano para casi nada y en breve muy poca agua en ninguna piscina.
Cabe preguntarse si los firmes enunciados de Andrade respecto del trato que merecerían los profesores que continúen en paro aun si la ley, tal como hoy es, se va a trámite al Congreso, se aplicarían también en otras áreas. Después de todo no es sólo con los profesores que el gobierno ha manifestado una inanidad y ausencia de voluntad rayana en la catalepsia; basta pensar en lo que sucede en una ENTERA región de Chile, La Araucanía, donde el Estado ha abdicado su autoridad en beneficio de la Coordinadora que se dice representativa del pueblo mapuche. Basta recordar que respecto de este fenómeno, el cual no puede calificarse sino como una insurrección, el gobierno no sólo mantiene en su cargo a un caballero que lejos de representar al Estado ha anunciado su voluntad de inmolarse a lo bonzo por el pueblo mapuche -esto es, por la Coordinadora-, sino además su acción se limita a pasear carabineros por caminos rurales, anunciar "su repudio" ante ciertos actos, celebrar CERO acción investigadora de incendiarios y criminales y permitir por default que se desarrolle gradualmente una situación que está a sólo pasos de un enfrentamiento civil armado
¿Habrá "solvencia" también en esto? ¿Y la habrá cuando se haga evidente por enésima vez que las tomas de colegios y universidades son protagonizadas por grupos minoritarios que, a la pasada, proceden a destruir todo lo que les pone por delante? ¿Seremos testigos de actos de solvencia frente a los encapuchados? ¿Y qué hay de la que se necesita para modificar los procedimientos legales y policiales, hoy en día muy del gusto de los delincuentes? ¿Se le restituirá a la policía los atributos que les permitan efectivamente actuar como fuerza de ley?
Dudas
Demasiadas preguntas y -por ahora- ninguna respuesta. Tal vez la postura tan decidida de Andrade no sea compartida en absoluto por una masa crítica de la NM. "Masa crítica" es la clave; las políticas no se ejecutan si no hay un amplio y profundo respaldo. Si en este caso no lo hay, entonces no estamos en presencia de un "thermidor", sino sólo de uno de esos intentos precoces y fallidos a la Mirabeau, personaje que Cavallo citó en una columna pasada a propósito de algo parecido. Los auténticos y efectivos thermidor no se quedan en el territorio de las declaraciones; los thermidor ponen policía en la calle, neutralizan a los adversarios porfiados, hacen funcionar la justicia e incluso en casos extremos, como el de Stalin, Gran Thermidoriano, llevan a cabo purgas masivas.
Aunque nada se puede descartar y posible es, aunque no tan probable, que seamos testigos de un cambio de rumbo siquiera relativo y de un endurecimiento no ya hacia la derecha sino hacia la izquierda, hacia los "infantilistas", posible es también y quizás mucho más probable que la pérdida de autoridad del gobierno no pueda ya detenerse y su cuerpo político termine víctima de una hemorragia masiva y letal de su credibilidad. De qué vaya a ser tendremos -parcialmente- un test con su conducta frente al profesorado y su propia ley de reforma