Hace casi un año, exactamente el 18 de abril de 2014, en la cascada de hielo de Khumbu, en el monte Everest, murieron al menos 16 guías nepalíes.  Trece de esos cuerpos habían sido recuperados, pero la búsqueda de los restantes fue cancelada debido a las dificultades de acceso y al peligro de una nueva avalancha blanca.

Nosotros, nuestra expedición de chilenos en busca de los montes más altos del mundo, llegó dos días después, palpitando el olor a tragedia que hizo suspender todos los ascensos a la cima. Se respiraba dolor en todas partes.

Nepal siempre ha sido un país marcado por los desastres naturales, todos ligados a su monte y a su vapuleado pueblo. También no ha logrado el foco en su desarrollo, pese a su extraordinaria potencia turística, que en esta época congrega a cerca de 300.000 turistas que buscan acercarse al techo del mundo. Los contrastes sociales y la carencia de infraestructura son grandes en todo sentido.

Por eso, el terremoto del sábado pasado arrasó con todo lo que tenía a su paso: construcciones históricas, patrimonio de la Humanidad como la torre  Basantapur, donde además murieron numerosos visitantes que ahí se encontraban. En el suelo estaban edificios antiquísimos, fundamentalmente reflejo de una tradición religiosa milenaria; más de cuatro mil víctimas fatales  junto a miles de heridos y desaparecidos no pudieron contra la naturaleza, sumados a otra avalancha en la zona del campamento base del monte Everest qué cobró 18 vidas entre las expedicionarios.

Son desastres naturales ante lo cual es poco lo que se puede hacer, pero el maravilloso pueblo de Nepal, su modestia, innata alegría, y su extraordinario sentido ético merecen mucho más que ser un destino de grandes expediciones. Así se lo comunicó al mundo Sir Edmund Hillarry, el primero en llegar a la cima del Everest, al inaugurar la escuela que lleva su nombre en el pequeño poblado de Khumjung, donde se exhibe  una maravillosa muestra de sus habitantes y especialmente el carácter de sus niños.

Llama la atención la reacción internacional. Se anuncian iniciativas de ayuda económica cuyo monto resulta insignificante frente al tamaño de la desgracia. También es posible constatar un fuerte énfasis en la evacuación de los connacionales y de los miembros de algunas expediciones, más que en brindar una ayuda efectiva a un país desolado.

Es de esperar que cuando termine el conteo de las víctimas y vuelvan las expediciones, este pueblo no tenga que sufrir el olvido por parte de otras naciones. Las recientes desgracias naturales sufridas por nuestro país, los aluviones e inundaciones en Copiapó, los incendios en diversas localidades y la erupción del Volcán Calbuco, aún en curso, sumados a la larga historia que poseemos en materia de desastres naturales, nos ligan en muchos aspectos con este lejano país en los Himalayas.

Países de montaña con una naturaleza fuerte, con gente acostumbrada a grandes sacrificios y dolores, donde se cultiva  un gran espíritu solidario nos retratan, pese a la distancia, con un gran parecido. Así lo señalan las permanentes muestras de admiración por el pueblo nepalí que nos han manifestado nuestros grandes andinistas que han visitado allá las montañas más altas de la Tierra.

Nepal es uno de los países de mayor pobreza en el Asia, sin embargo, su riqueza espiritual y la natural bondad de sus habitantes debe ser motivo de envidia para países poderosos. Es así como lo comunicaba ayer un buen amigo nuestro nepalí, Puru Timalsena, líder de nuestra expedición al campamento base en 2014: "la casa se ha ido, pero la familia y los muchachos estamos bien".

Qué gran parecido con tantos chilenos que asumen estas tragedias con entereza y siempre mirando hacia adelante. Ojalá desde la distancia podamos dirigir alguna ayuda, aunque sea una simple oración.