A propósito del artículo "Un peronista en el Potomac" publicado por The Economist se ha resucitado la antigua e incombustible discusión acerca del lugar del populismo en estas latitudes. Por cierto la amplia difusión de la práctica política populista en esta parte del mundo a menudo hace identificar dicho fenómeno político con nuestra región. Sin embargo propongo que el semanario inglés eligió mirar al sur, soslayando lo que pasa al lado
En efecto The economist parece olvidar es que el populismo no fue inventado en América Latina sino que bastante más al norte: Concretamente en los partidos agrario comunitarias rusos del siglo XIX y el propio Medio Oeste norteamericano decimonónico. Con ello se puede establecer una primera diferencia con la tradición populista latinoamericana claramente urbana. Es que aun cuando Trump y varios líderes de la nueva izquierda latinoamericana son parte del registro populista corresponden a dos cepas diferentes.
Más que ensayar una definición acerca del populismo, concepto ambiguo y resbaladizo, pretendo recordar parte de lo que tiene en común todo populismo, las diferencias, para al final repasar que es una tendencia no tan ajena a la práctica política chilensis.
El populismo es sobre todo una estrategia discursiva para acceder y /o preservar el poder mediante la apelación al pueblo como categoría política definitiva, lo que se traduce en la habilidad para conectarse con la gente directamente en alocuciones en plazas públicas y manifestaciones multitudinarias (el ecuatoriano Velasco Ibarra alcanzó cinco veces la presidencia con la fórmula "Denme un balcón y seré Presidente") o indirectamente por medio de la utilización de los medios de comunicación masiva. Un personaje de la talla de Perón, que contaba su carismática esposa Evita, logró combinar la apelación directa a las masas con el discurso radial, obteniendo exitosos resultados en las elecciones que participó. De la misma forma el Presidente norteamericano, hizo gala de su experiencia como presentador del reality "El aprendiz" al movilizar a la industria norteamericana de las noticias en torno a lo que decía en sus alocuciones televisadas o mediante un simple twiteo. El estilo desenfadado y políticamente incorrecto de Trump le permitió cultivar una conflictiva relación con una prensa que al retransmitir sus posiciones –sin querer- le hizo pare de la campaña al colocarlo en la cresta de la ola mediática.
Pero aquellos detalles son sólo la punta del iceberg de la estrategia populista, que al fondo alude a aquel candidato que reemplaza el tradicional eje binario de la política "derecha contra izquierda" por un nueva fisura: los de abajo versus los de arriba. El líder populista es aquel que logra desplazar las coordenadas de la política tradicional para proponer una nueva: el pueblo, la nación, los olvidados contra el bloque histórico de poder representado por los poderosos. Para Perón el adversario eran el capital transnacional y ciertos segmentos de la gran burguesía nacional (no toda). Para Chávez los políticos del punto fijo (sistema que gobernó Venezuela desde 1958 hasta 1999), las gremiales empresariales, pero también los sindicatos históricos que velaban por los beneficios de los trabajadores de la economía formal, pero no por el sector informal que había crecido al ritmo de la desindustrialización del país (fenómeno que advirtió y explotó antes Fujimori). Trump fijo sus enemigos entre los políticos del congreso (al llamar "pantano" al capitolio) y particularmente en el mundo de la especulación representada por Wall Street. Y aunque difícilmente se puede creer que un magnate de la construcción y la industria de la entretención hotelera no sea parte de la elite, su discurso logró conectarse con una parte relevante de los ciudadanos de a pie, particularmente con los desempleados de una industria nacional que se mudó a otras latitudes buscando mano de obra barata, y finalmente sectores de la clase media que con la progresiva presión sobre los servicios de seguridad social que implica una población en constante crecimiento migratorio, y la política de alza de impuestos, vio disminuir poder adquisitivo y beneficios. Una parte de Estados Unidos exigía un nuevo pacto social y Trump levantó dicha demanda. Pero hasta aquí los parecidos. Los populismos latinoamericanos del último tiempo han sido serios detractores de los tratados de libre comercio, al igual que Trump, y defensores –sin decirlo- de un capitalismo de Estado, nuevamente al igual que Trump, pero difícilmente pueden ser caratulados como globofóbicos. Más bien destacaron por su impulso para construir alianzas alternativas (ALBA) a menudo contra-hegemónicas. Trump en cambio quiere restituir la "época dorada" de la hegemonía norteamericana, resucitando tradiciones aislacionistas y a lo sumo de equilibrio de poder. En el fondo, aunque los populismos latinoamericanos son furiosamente anti-elitistas colocan los énfasis en la inclusión doméstica antes que la exclusión externa. El muro con México y los decretos migratorios de Trump en cambio lo vinculan con otro tipo de trayectoria política, la del nacional populismo de la segregación, campeante en la política europea de los años 20 y 30 del siglo pasado y que ha cobrado fuerza en los últimos años de la mano de candidatos al estilo de Marine Le Pen. Y este nacional populismo es lo que omite el citado artículo.
Lo central entonces es que existen diversos grados de populismo al decir de Panizza y Arditi. Todo buen político debe tener dosis de empatía pública, telegenia, además una retórica que genere proxemica social. Enseguida existe otro nivel con un discurso anti-político que genera un proyecto de reforma social mediante el registro de la democracia directa y una mayor concentración del poder del Ejecutivo, como el caso de la Venezuela Chavista. Y finalmente un tercer caso que traspasa las fronteras democráticas para instalarse en el ámbito del autoritarismo competitivo (el ejemplo Fujimori) con desprecio de cualquier contrapeso al gobierno desde otros poderes del Estado. A poco más de un mes de inaugurar su período Trump aún se mueve en una difusa frontera entre las dos últimas gradaciones.
Finalmente, aunque Chile destacó por partidos políticos fuertes e ideológicos, no ha estado absolutamente "inmune" –como sugiere el semanario inglés- a ciertas tendencias populistas en su historia, y no me refiero solamente a las campañas de políticos actuales que alegan una supuesta independencia o liderar un cambio más cosmético que efectivo. Están los casos de la campaña de Alessandri en los veinte ("chusma inconsciente") o el emulo nacional de Perón, el general Carlos Ibañez del Campo, sin olvidar que incluso la trayectoria de Allende tuvo momentos populistas como asegura el historiador norteamericano Paul Drake. La actual crisis de credibilidad de partidos y personeros políticos puede abrir espacio a discursos anti-políticos. Es lo que aparece en una pre-campaña en la que los pre-candidatos se esfuerzan en decir lo que la gente quiere escuchar, inclusive si se trata de aludir a la migración como amenaza, en un país en que fenómenos apenas podría superar el 3% del total poblacional. En aquello si hay un parecido germinal con Trump.