Desde que Trump aseguró la nominación republicana, su círculo más cercano ha manifestado en reiteradas ocasiones que la campaña del magnate inmobiliario tiene muchas similitudes con la histórica campaña de Ronald Reagan en 1980. Tras la elección, estas voces parecen haber sido confirmadas: Trump al igual que Reagan proviene del mundo del espectáculo, ganó la primaria venciendo al favorito del establishment republicano, eligió como compañero de fórmula a un hombre respetado por el partido, enfrentó una férrea oposición de la élite político-social y de la prensa tradicional, obtuvo una victoria holgada sobre su contendor demócrata y ganó en los estados del medio-oeste. No son pocas cosas.
Si a primera vista las similitudes parecen abrumadoras, la verdad es que las diferencias son tanto o más notables, y conviene mirarlas con atención.
En primer lugar, Reagan llegó a Washington D.C. con una filosofía política clara, que fue tomando forma a lo largo de toda su vida. La nitidez de sus posturas e ideas en materia social, económica y política siempre fue un factor relevante en su carrera política, y posteriormente en su gestión. Por su parte, el presidente electo hace ostentación de una mentalidad que busca soluciones, adaptándose a aquello que más le conviene para lograr sus objetivos, sin dificultad alguna para cambiar rápidamente de postura si la ocasión lo requiere. En materia de doctrina hay diferencias evidentes.
En otro aspecto, antes de llegar a la Casa Blanca, Reagan fue presidente del Sindicato de Actores y gobernador de California en dos periodos. Esta experiencia le permitió comprender el valor de crear equipos de primer nivel, pero por sobre todo, la necesidad de "negociar" con los adversarios políticos para llevar adelante los grandes cambios. Comprendía la necesidad de sumar la mayor cantidad de apoyo posible, así como de hacer concesiones durante la negociación. Esta experiencia le enseñó que los tiempos de la política en la capital son extensos y que la paciencia es una virtud principal para lograr transformaciones profundas. Trump no tiene esta experiencia previa en los asuntos públicos, y existen serias dudas en torno a su capacidad para conformar equipos de trabajo. A esta situación se debe agregar su excesivo ímpetu, que amenaza con ser causante de traspiés y derrotas políticas, toda vez que también necesitará apoyo del Partido Demócrata en algunas ocasiones y no es claro si será capaz de dialogar y llegar a acuerdos.
Por otra parte, es necesario entender la victoria de Reagan en un contexto más amplio: el ascenso de la derecha republicana, que recoge las tradiciones conservadora y liberal. Se trata de un movimiento con ideas definidas, surgido en la década de 1950 y que fue ganando fuerza hasta llegar a la Casa Blanca. Por su parte, la elección de Trump parece un rechazo al estado actual de las cosas, la famosa crítica contra el establishment, en circunstancias en que Estados Unidos no logra superar los efectos de las crisis de 2007. Existe una expresión de frustración y rabia en un escenario concreto y ubicado en un momento histórico determinado.
Finalmente, es necesario partir de una realidad: pocas personas tienen el carisma y la personalidad de Reagan. Su actitud amable, afable y optimista fueron capaces de ganarle aliados y sinceros amigos más allá de su partido. Se podía estar en profundo desacuerdo con sus ideas y políticas públicas, pero nadie creía que era desagradable, mal educado o violento. Algunas de sus más grandes victorias se debieron a su personalidad, como la especial relación que forjó con Mijaíl Gorbachov. Era un hombre inteligente, sencillo, carismático. En cuanto a Trump, lo que hemos visto durante la campaña es una actitud diametralmente opuesta, a tal punto que gran parte de sus problemas se deben a características personales, generando un elevado nivel de rechazo y división tan solo por su forma de actuar y expresarse.
Los republicanos, Estados Unidos y el mundo tendrán 4 años para ver si la presidencia de Trump será en algo parecida a la de Reagan. Por lo pronto, las diferencias entre ambos se vislumbran como más profundas que las similitudes. Reagan fue uno de los líderes políticos más importantes del siglo XX en el mundo, y todavía no podemos sospechar cuál será el lugar de Trump en el siglo XXI.