Por una parte, las columnas periodísticas de Wislawa Szymborska nos permiten reflexionar acerca de una asombrosa variedad de asuntos, y, por la otra, nos dan la oportunidad de tratar más de cerca a esta gran poeta polaca que, como bien dice en el prólogo Manel Bellmunt Serrano, el talentoso traductor de esta recopilación, era una completa desconocida en nuestra lengua cuando ganó el Premio Nobel de Literatura en 1996. En su breve introducción, la autora nos informa que decidió fijarse en ciertas obras a las que nadie les prestaba mucha atención: "La idea de escribir Lecturas no obligatorias surgió de la columna que normalmente aparece en todas las revistas literarias con el nombre de Libros recibidos. Era fácil comprobar que únicamente un pequeño porcentaje de los libros en ella mencionados conseguían después llegar al escritorio de los críticos".

Un poco más adelante, haciendo gala de una elegancia ante la que todos debiéramos caer rendidos, Szymborska se autodefine como una "lectora amateur". Y es allí, precisamente en ese magnífico atributo, en donde reside el mayor encanto de este libro fenomenal: la autora no se presenta en calidad de experta en "bellas letras", según señala ella misma en algún momento, sino que divaga a voluntad manteniendo como excusa una serie de "libros de divulgación científica o guías de todo tipo", libros que, bien leídos, dan para hablar de cualquier cosa.

Teniendo en cuenta que Chile pasó de ser un país de poetas a un país de columnistas –y en general de malos columnistas–, Lecturas no obligatorias puede resultarle muy útil a tanto mediocre que ventila sus opiniones por la prensa (y aquí me incluyo, puesto que ante la maestría de Szymborska, casi todos somos mediocres). La naturalidad para hilar una idea tras otra sin jamás utilizar el punto aparte, la carencia absoluta de fatuidad, la envidiable propiedad al hablar de sí misma cuando corresponde, el sentido del humor, la inteligencia amable, la frase fulminante ("La bondad sin astucia no sirve de nada"), todos estos son rasgos imitables y que aquí están a disposición de cualquier tipo de lector. La simpleza, dicho sea de paso, es otra de las cualidades de esta ejemplar lectora amateur.

Ya sea que hable de un calendario de pared para el año 1973, del Vademécum del turista a pie, de las aves de Polonia, de un terrario, de las enfermedades caninas, de los gladiadores, de cómo potenciar nuestra fuerza y agilidad, o de Hammurabi, Vermeer, Catalina de Médici, Saint-Simon y Montaigne, a quien con toda razón adora, Wislawa Szymborska demuestra ser una maestra de la prosa no poética, algo notable para alguien que, vuelvo a insistir, se dedicó a la poesía. En esto se parece a Zbigniew Herbert, otro gran poeta polaco que dejó una fascinante obra en prosa.

Volviendo a Montaigne: "Señores y señoras, el gran Michel de Montaigne era uno de esos bichos raros que no hacían ascos al agua. ¡Michel de Montaigne se bañaba! ¡Y a menudo! ¡Y con gusto, además! ¡A pesar de vivir en una época recubierta de mugre! De la admiración, se me cayó el bolígrafo al suelo". Algo similar me sucedió a mí con este libro. Y del entusiasmo, si se me permite admitirlo, pasé a la introspección: yo nunca he aspirado a otra cosa que a ser un buen lector amateur. Ahora veo que no es algo tan fácil de lograr.