Un día como hoy triunfó el mal. Un día como hoy, reinó la desolación, el desconcierto, la esperanza pisoteada. El Hombre-Dios inocente, predicador del amor, sanador de cuerpos y almas, maestro de palabras de Vida Eterna, era aplastado con furia por los pecados del mundo y los de las personas de todos los tiempos. Por mis pecados.

Triturado por tanta injusticia, violencia y apego al poder y al dinero. Sobre la pesada cruz, Siria, Irak, Nigeria, Sudán, Corea del Norte, Somalia, los niños del Sename. Como ayer, las víctimas de hoy, en su mayoría inocentes. Otros Cristos cuyo sufrimiento rebela a los ángeles que ya quisieran acabar con este mundo.

El gran misterio de la iniquidad y el aparente triunfo de la muerte. El misterio de la libertad humana puesta al servicio del mal. ¿Es acaso el libre albedrío una maldición? Cómo es posible, si fuimos creados a imagen y semejanza de un Dios de Amor. El amor no puede existir si no es libre. La libertad es el oxígeno del amor. Pero la libertad mal utilizada, puede ser también el pavimento que construye infiernos en este mundo, que parecieran ser aún más macabros que los imaginados por los mismos demonios.

¿Entiende acaso Dios esta miseria? ¿Escucha realmente los gritos de los inocentes? ¿O nos abandona a nuestra suerte? ¿Por qué Él sigue confiando en estas creaturas y su evidente incapacidad para resolver los problemas e injusticias de este mundo que en lugar de superarse se reinventan y resurgen a veces con más fuerza, como si la historia no nos enseñara nada? Todos esos "nunca más" que siguieron a los genocidios históricos que bien conocemos, en especial los del siglo XX, dónde están ahora, en el siglo XXI? ¿Cuántos dudan de la existencia de Dios al constatar lo que ocurre en un mundo que sufre y cobra más y más víctimas?

Entonces, cuando pesamos que Dios mira de lejos este lamentable espectáculo, resuenan en nuestros oídos las palabras - Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? - (Mc 15,34 y Mt 27, 46 ) Aquel grito del Crucificado es el grito de todos quienes sufren y lloran en este mundo, en especial, de los inocentes que quedan en medio de las disputas de los poderosos. Dios, en su misericordia infinita, incomprensible para nosotros, quiso compartir con sus creaturas el sufrimiento físico, psicológico y espiritual que conlleva el mal uso de la libertad inherente a nuestra naturaleza.

Entonces, frente a la desolación y el abatimiento, podemos mirar a la Cruz y encontrarnos con la única persona que puede comprender cabalmente esos sentimientos. No necesitamos siquiera elaborar una explicación. Él sabe y nos promete que la cruz no es el fin del camino, sino sólo un paso. Un paso a la vida que no termina, un paso a la paz y a la luz.

«En la Pascua, Jesús transforma nuestro pecado en perdón, nuestra muerte en resurrección, nuestro miedo en esperanza: es por ello que allí, en la Cruz, ha nacido y renace siempre nuestra esperanza. Es por ello que, con Jesús toda oscuridad nuestra se puede transformar en luz, toda derrota en victoria, toda desilusión en esperanza». (Papa Francisco, abril 2017)

La muerte no tiene la última palabra. El Amor es más fuerte.