Solo el 29% de los jóvenes entre 18 y 24 años irá a votar con toda seguridad el próximo 19 de noviembre, según la última encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP). Así, la llamada "Generación Z" aparece como la menos interesada en participar en el próximo evento electoral, lo que confirma que nuestro sistema democrático envejece a pasos agigantados: la edad promedio de los chilenos que votará de todas maneras en la próxima elección presidencial es de 47 años, mientras que la edad media de los que no votarán por ningún motivo es de 39.

Todo parece indicar que, para los más jóvenes, las elecciones no resuelven nada que les parezca relevante, lo que parece un grave error si pensamos que, con nuestro voto, estamos dirigiendo el curso que seguirá la economía, la mayor o menor centralización del país, la ampliación o reducción de los derechos que nos importan, y el listado de prioridades que debería guiar a nuestras autoridades. Si estoy contra el aborto porque creo que la vida del nonato es lo más importante, lo primero que debo hacer en una democracia como la nuestra es votar. Y si estoy contra la AFP porque las considero un negocio inmoral que lucra con la vejez de nuestros padres, pues tengo que levantarme el día de la votación y depositar mi papeleta en la urna. Podré salir a la calle y manifestarme a favor de una u otra causa, y podré hacer más o menos activismo político y social en las redes sociales, pero, al final, lo único realmente decisivo es quién recoge el mayor número de votos.

El problema es que hay una alta correlación entre quienes nunca han votado y quienes no lo harán tampoco en el futuro, y quienes sí votaron y lo volverán a hacer. O sea, parece difícil convencer a quienes no votaron en el pasado que vayan a hacerlo el día de mañana, por más campañas de última hora que emprenda el Gobierno: los datos de la encuesta CEP indican que hay una significativa  correlación (0,55**) entre quienes votaron en la elección municipal de 2016, y los que irán a votar ahora. También hay una altísima correlación en sentido contrario, pues quienes no votaron en la elección municipal, tampoco lo harán el 19 de noviembre: el 85% de las personas que no votó en 2016 tampoco se acercará a las urnas en tres semanas.

Si nuestros políticos no logran convencer a la gente más joven respecto de la importancia que tiene la elección, la tremenda brecha que hemos descrito seguirá incrementándose, lo que puede tener consecuencias imprevistas, como el surgimiento de un populismo de derecha o de izquierda que ponga en riesgo nuestra democracia, pues los que se ven más favorecidos con la alta abstención son precisamente los mismos malos políticos a los que, supuestamente, los ciudadanos más jóvenes quieren evitar a toda costa. Así lo explicaba, con tanta sabiduría y elegancia, el historiador británico Arnold Toynbee: "El mayor castigo para quienes no se interesan en política: serán gobernados por quienes sí se interesan".