La última elección presidencial se puede describir como un proceso marcado por una sucesión de sorpresas que a todos -o casi, casi todos- nos desconcertó sucesivamente. El impacto mayor lo sufrió la Nueva Mayoría y la izquierda en general, con el resultado de segunda vuelta. ¿Por qué tantos nos equivocamos tanto? En mi caso particular confiaba bastante en el triunfo del expresidente Piñera, pero esperaba un resultado bastante mejor en primera vuelta y mucho menos contundente en segunda.
Cuando fallan los pronósticos acerca de la evolución de la realidad, lo más probable es que haya un diagnóstico equivocado de las circunstancias y, por lo tanto, de los supuestos sobre los que se formulan los augurios. Obvio, pero cuáles son esos errores, esa es la cuestión interesante. Una buena pista se encuentra en la satisfacción generalizada que se produjo el día de la elección y los inmediatamente siguientes con los gestos de los principales actores políticos: el candidato derrotado, la Presidenta de la República y, por cierto, el candidato ganador.
La imagen cordial de ambos contendores con sus respectivas señoras, uno reconociendo su derrota, el otro valorando la trayectoria del perdedor; la Presidenta que, superando sus obvios sentimientos políticos, llama al vencedor y lo visita en su casa a primera hora del día siguiente; el resultado que se proyecta a pocos minutos de cerradas las mesas y que se confirma en apenas dos horas como máximo.
Lo que los chilenos valoraron con una combinación de alegría, orgullo y alivio, fueron esas horas en que volvimos a ser un país cuyos líderes dejaron de lado los diagnósticos amargos, las descalificaciones a los adversarios, así como esa actitud grandilocuente desde la que se denuncia que el país se juega entre la justicia cuasi perfecta y el abuso inicuo de los poderosos sobre los débiles.
Parece que con su voto y con sus aplausos posteriores las personas nos estaban diciendo que nada es tan dramático, por ende no se justifican los proyectos refundacionales ni la polarización de los discursos. Que la impresión de fondo es que este país ha andado bien en los últimos 30 años y que la gente quiere -cómo no- que ande mejor, de hecho mejor y más rápido. Pero nada de partir de cero, de retroexcavadoras, de buenos y malos. Trabajemos para dar un salto hacia delante en la ruta, pero nada de cambiar el camino y mucho menos a golpes, todo lo contrario, es demasiado lo que se valora este país moderno, con malls, zapatillas de marca, estabilidad política y gusto a movilidad social.
Harían bien los políticos de centroizquierda, identificados con el período de la Concertación, en mirar estos signos y volver a creer en el proyecto de moderación y acuerdos que dejaron de lado por seguir un discurso y un estilo que fue lapidariamente derrotado el domingo de la elección, con los votos y con los gestos.







