En 30 años, Yo La Tengo se ha ganado el mote de banda favorita de los críticos por fundir diversidad estilística, autonomía y pretensión creativa. Su show del sábado por la noche en el teatro La Cúpula del Parque O'Higgins, con localidades absolutamente copadas, evidenció una vez más que los gustos especializados suelen lucir ajenos del radar masivo, con un resabio elitista y esnob que otorga alguna clase de puntaje extra, al discutible mérito de componer canciones empecinadas en rehuir formatos convencionales, sin entregar nada digno a cambio de tal sacrificio.

El trío estadounidense liderado por el cantante, guitarrista y tecladista Ira Kaplan efectivamente abraza distintos estilos, aunque siempre dentro de una misma categoría. Es un rock alternado entre la disonancia y el ruido, y lánguidos pasajes acústicos. Ambos vértices fueron expuestos antes de la media hora. Al principio los roles intercambiables en los instrumentos entre Kaplan, la baterista y vocalista Georgia Hubley, y el bajista, guitarrista y cantante James McNew, resulta indiscutidamente atractiva. Yo La Tengo traspasa formalidades y las adapta a su carácter voluble. Sin embargo, queman sus (pocos) cartuchos demasiado pronto.

A la altura de We're an american band del álbum I can hear the heart beating as one (1997), uno de esos títulos atesorados por expertos en sus discotecas, Kaplan ya había atacado violentamente la guitarra eléctrica sacándole toda clase de chirridos y acoples mediante movimientos espasmódicos, uno de sus grandes trucos, sino el más relevante. Pasada la media hora llegó un segmento acústico de efecto balsámico ante los estallidos de electricidad, que sumió a la audiencia en algo parecido al sopor.

Y eso ocurre porque Yo La Tengo practica la canción de escasos acordes y nulas progresiones rítmicas, bajo el dogma de rehuir cualquier aproximación a la idea de un coro. La actitud espartana, más que conmovedora, provoca dudas sobre lo comprendido por creatividad. Las cifras en batería son estáticas, jamás cabe un pase en tambores capaz de sazonar la métrica, como el bajo puede ejecutar tranquilamente por casi 20 minutos la misma frase, como sucedió antes del bis con Pass the hatchet, I think I'm goodkind, un ejemplo perfecto de las virtudes y defectos de Yo La Tengo. Resulta curioso que ese arsenal precario sea considerado sinónimo de ambición y libertad. La realidad es que el vocabulario en directo de Yo La Tengo resulta limitado, tedioso, y se consume con pasmosa rapidez.