“¡Son como The Clash!”: Así fue el debut de Los Prisioneros hace 40 años

Claudio Narea, Miguel Tapia y Jorge González, el 1 de julio de 1983, en el Instituto Miguel León Prado. Fue la primera vez que se presentaron como Los Prisioneros.

El 1 de julio de 1983, en el Instituto Miguel León Prado, Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia se presentaron por primera vez con el nombre que les dio fama. En la misma jornada y ante unas 300 personas, también tocó la banda de Álvaro Beltrán, el “cuarto prisionero”.


Era el evento cultural más esperado del año en San Miguel. Justo antes de las vacaciones de invierno, el Instituto Miguel León Prado organizaba el Festival de la Risa, que convocaba a distintas expresiones artísticas de la comuna, como rutinas humorísticas, coreografías y bailes de alumnas de escuelas del sector, pero también a bandas de rock. En aquel entonces el León Prado tenía un formidable auditorio, uno de los escasos lugares que los incipientes grupos musicales tenían para presentarse en San Miguel. Fue ese recinto el que Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia aprovecharon para debutar con el nombre de Los Prisioneros, el 1 de julio de 1983.

Jorge, Claudio y Miguel se habían graduado de cuarto medio el año anterior en el Liceo 6 Andrés Bello -ubicado a un par de cuadras del León Prado, aunque al otro lado de la Gran Avenida-, y Los Vinchukas, la banda que habían formado en sus años escolares junto a Álvaro Beltrán, ya eran cosa del pasado. A esa altura, el nombre del evento del León Prado también había mutado: ahora se denominaba Festival de la Expresión Joven.

Las “rivalidades escolares” eran pan de cada día entre los colegios de hombres de San Miguel, que también albergaba al Claretiano. En el caso de las escuelas para niñas, destacaba el Corazón de María y el Santa Rosa. Cuando ese día parte de la audiencia escolar divisó a González, Narea y Tapia, comenzó un tímido murmuro, con cierto aire de superioridad: “¿Qué hacen aquí en León Prado? Ellos son del Liceo 6″.

Claudio Narea durante la primera presentación como Los Prisioneros en el Instituto Miguel León Prado, el 1 de julio de 1983. Foto: gentileza Claudio Narea.

Gabriel Zapata cursaba segundo medio en el León Prado y por distintas vías había conseguido música de The Clash, Devo, Sex Pistols, Kraftwerk, y una serie de bandas new wave. Además, un afroamericano de intercambio al instituto había llevado a San Miguel material de Prince y también el baile que estaba de moda en Estados Unidos: el break dance. Zapata estaba resignado a ver bandas que no hacían precisamente rock o new wave en las kermeses de los colegios de su comuna. Por eso, cuando Los Prisioneros se subieron al escenario y Narea pulsó los primeros acordes de Paramar, este estudiante y varios de sus compañeros alucinaron: “¡Son como The Clash!”.

“No me van los charangos”

“Tocaron canciones medias punketas y eso nos gustó mucho. Yo no sabía que iban a tocar ese día”, recuerda Zapata en diálogo con Culto. “El festival se hacía temprano”, acota. Aquel invierno el país vivía una serie de protestas contra la dictadura de Pinochet que habían comenzado en mayo. Precisamente a mediados de julio, es decir, un par de semanas después de la presentación de Los Prisioneros, el régimen anunció toque de queda para la Región Metropolitana y Concepción, desde las 20:00 hasta la medianoche.

En aquel entonces Los Prisioneros no era una banda que disparara directamente contra La Moneda, sino que contra el sistema en general: las fronteras de su mensaje serían de alcance continental. El sonido que ese día lograron articular fue más bien precario. Pero los problemas técnicos eran algo absolutamente secundario. González, Narea y Tapia continuaron con Me importan más de lo que piensan, de pulso acelerado, muy Clash, y que no clasificó para La voz de los 80 del año siguiente. Su letra decía: “No me van los charangos, me crie con los Beatles, qué le voy a hacer. Hoy se visten artesa, los que hace unos años bailaban Travolta”. Esta canción -inédita hasta ahora-, era una incipiente declaración de principios, emparentada con la que luego fue Nunca quedas mal con nadie.

“Me concentré en escuchar más el ritmo que sus letras, la verdad”, apunta Yacky Peters, del colegio Santa Rosa, que también estuvo ahí ese día. Vestidos de jeans y ante una audiencia de unas 300 personas, Los Prisioneros también interpretaron ¿Quién Mató a Marilyn?, en voz de Miguel Tapia, y Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos. Ambos temas formarían después parte de su primer disco, que vio la luz en diciembre de 1984.

Marcela Olate y su grupo de baile, durante el Festival de la Expresión Joven, del León Prado. Foto: gentileza Marcela Olate.

El show del León Prado fue clave para la historia de la banda. “Días antes, quizás esa misma semana, le puse el nombre a Los Prisioneros. Ahí decidimos cambiarle el nombre a la banda. Los Vinchukas era un juego, no un nombre definitivo. Creo que eso fue lo más importante de ese show: le cambiamos el nombre a la banda”, dice Miguel Tapia a Culto. Los Vinchukas habían alcanzado a realizar un par de presentaciones, la primera el 14 de agosto de 1982 en el Liceo 6 y luego en octubre de ese mismo año en el Liceo 1 de niñas.

“Teníamos que ponernos un nombre de alguna manera, porque íbamos a tocar en un sitio. Queríamos un nombre serio, ya no nos queríamos llamar más Los Vinchukas, porque no le gustaba a nadie el nombre”, explicó Jorge González en una entrevista de mediados de los 80.

Con instrumentos prestados

El repertorio que presentó el grupo aquella tarde estuvo acotado al poco tiempo que les dieron los organizadores del festival. De todos modos, alcanzaron a presentar, además, dos temas de corte punk: Policías y ladrones, de González y Narea de la época de Los Pseudopillos, y Dejen respirar, de la era vinchuka y que habían grabado en 1982 en casa. El coro de ese tema rezaba: “Ya no quiero problemas, no me inventen sistemas, me aburren los dilemas, ¡dejen respirar! ¡dejen respirar!”.

Ambas canciones sonaron potentes, en parte gracias a que la batería era una Tama semi profesional que estaba en el lugar, y no la roja de segunda mano que poseía Tapia. “La batería y el bajo los prestaron ahí. Yo toqué con mi guitarra Cimar”, señala Narea a Culto. Esa guitarra terminó siendo adquirida en 1986 por un estudiante del León Prado que también vio el show, Arturo Osses. Este alumno de segundo medio tenía una banda de nombre Altura 2000, que interpretaba temas con charangos y percusión, y también se presentó en el festival escolar.

El debut de Jorge, Claudio y Miguel como Los Prisioneros fue la confirmación final de que a partir de ese momento continuarían como un trío y no como un cuarteto. Pero se dio la coincidencia de que ese día también se presentó Niebla, la banda de Álvaro Beltrán, del Claretiano. Ese grupo, que reversionaba temas de la banda española Tequila, tenía una particularidad, ya que poseía un cuerpo de baile, integrado por Cecilia Salvo, Claudia Lastra y Marcela Olate, del colegio Santa Rosa.

El grupo Altura 2000, formado por alumnos del León Prado. Foto: gentileza Arturo Osses.

“Nosotras bailábamos con el grupo Niebla mientras ellos tocaban. Hacíamos los coros. En esa ocasión ellos comenzaron sin nosotras, porque no tenían la intención de que nos presentásemos con ellos pese a que habíamos ensayado. Nos subimos igual al escenario mientras ellos tocaban Whip it, de Devo”, rememora Olate con Culto. Junto a otras estudiantes, Marcela integraba, además, el cuerpo de baile The Rebels Girls, que también se presentó ese día.

En Los Prisioneros, biografía de una amistad, Narea relata que “si se hubiese escuchado bien y el público hubiese estado atento, podríamos haber triunfado con ese repertorio, pero creo que pasamos sin pena ni gloria. Mal no nos fue, pero la recepción fue discreta. Mucho mejor le fue a Niebla, el grupo que Álvaro Beltrán formó después de salir de Los Vinchukas”. La historia, eso sí, dijo otra cosa no mucho después.

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