Casi como una profecía, el eslogan del encuentro latinoamericano de Empresas B, que se realizó en septiembre en Argentina, fue: "La fuerza del mercado frente a la inequidad y la crisis climática". Semanas después, explotó el estallido en Chile, lo que ha hecho que todas las capas y elementos de la sociedad se hagan un autoanálisis, incluyendo a las empresas.

Justamente, Sistema B Chile está haciendo esa introspección. "Nos costó mucho encontrarle una palabra a lo que estaba pasando. Finalmente definimos que la mejor era: conmoción", dice Josefa Monge, presidenta de esta entidad que se dedica a promover la sustentabilidad en las organizaciones, con la meta de que logren tener el sello de Empresas B. Este año llevan 47 empresas certificadas y esperan cerrar el año con 174 en total. Para el próximo año proyectan al menos 60 nuevas.

Monge agrega: "Esta es una crisis que no me sorprende. Venía incubándose hace tiempo. Lo que no sabíamos era cuándo y cómo sería, por eso nos ha conmocionado. Nos hemos cuestionado hasta qué punto debimos quizá haber sido más convincentes, más rápidos y más radicales en nuestro trabajo".

¿Hicieron una autocrítica como movimiento?

-Sí, y hemos tenido una jornada de reflexión al respecto e hicimos una autocrítica empresarial y como movimiento. Quizá no fuimos más eficaces. Y ahora creo que el apellido sostenible en los negocios es redundante. Es innecesario. Es un desde. Tenemos que dejar de seguir haciendo de esto un nicho. Tiene que ser el mainstream (lo principal).

¿Es culpa?

- La culpa es una palabra muy poco productiva. Prefiero la palabra "conciencia".

¿Pero han visto una autocrítica en las Empresas B certificadas?

-Nuestro sello no es una chapita para contarle al mundo lo buena que es la empresa, sino es un compromiso de mejora continua. El inicio de un camino. Eso es clave, porque hay organizaciones que pudiendo ser Empresas B, no se atreven, porque sienten que los van a poner bajo una lupa. Una empresa B va a tener los mismos riesgos que una que no lo es, pero la diferencia es que la primera hizo una declaración de ir por un camino de mejora.

¿Cree que cambiará la visión sobre la importancia de la sustentabilidad en los negocios?

-Por mucho tiempo el empresariado más tradicional nos trató de hippies o alarmistas. Incluso, encontraban simpático lo que hacíamos, pero que no teníamos idea de utilidades. Pero la verdad es que hemos vivido la tiranía de la utilidad y el ser humano necesita mucho más que dinero.

¿Qué necesita?

-Tenemos que volver a urdir ese tejido social, que es mucho más débil de lo que pensábamos.

¿Cuál debería ser ahora el rol de las empresas?

-Es obvio que deben ponerse al servicio de esta "falla de sistema" ambiental y social. Son tiempos de coraje para los empresarios y queremos que muchos recojan este guante.

¿Pero cuál fue el error del modelo chileno?

-Este modelo nos ha entregado muchas cosas, pero lo que hicimos mal fue contestar las demandas de la ciudadanía con gráficos o diciéndole a la gente que se comparara con sus abuelos. Y las personas no quieren gráficos.

¿Un ninguneo?

-Sí. Al final es un ninguneo. Veíamos el índice Gini, o datos de desigualdad, pero… ¿en qué estábamos pensando cuando sabíamos que había personas que recibían pensiones de $120.000? Les contestábamos que era producto de las lagunas previsionales o que así era el sistema ¡Pero si el sistema somos todos! Es imposible que todos estemos bien mientras haya gente sufriendo. Eso nos tenía que pegar tarde o temprano.

¿Cuáles son los primeros pasos que deberían hacer las empresas ahora?

-Esto es nuevo de puro viejo (ríe). Porque si miras hacia atrás, toda empresa nació de un dolor o para solucionar un problema. Todas han surgido con un propósito muy claro, como fue alguna vez -por ejemplo- Ford. Pero en alguna parte del camino, cuando entraron inversionistas o se fue diluyendo la propiedad, comenzó la tiranía de la utilidad y el propósito se fue perdiendo. La empresa perdió la calle. Perdió el trato personal. Cuando me voy al último piso de un rascacielos y redacto políticas, metas y KPI, no estoy en la calle.

¿Se puede recuperar ese propósito?

-No creo que la empresa sea un ente abusador per se. Lo que pasa es que ese propósito no se vive en todos los pisos de la empresa. Son declaraciones bonitas que a veces están puestas en el diario mural, pero no permea. Finalmente, los abusos lo cometen las personas y lo puede hacer cualquiera en su esfera de poder.

¿Y cómo se puede permear?

-Puedes tener un propósito precioso, pero si no mides a los trabajadores o ejecutivos con elementos que tienen que ver más con el impacto social y ambiental, es imposible llegar a todos. Incluso, si hoy una empresa no atiende al medioambiente y a las comunidades, a la larga le está haciendo un flaco favor al inversionista.

¿Los grandes empresarios chilenos están entendiendo esto ahora?

-(Da un largo suspiro) Los he visto mucho más conscientes y preocupados, pensando que no éramos tan hippies. Sí, los grandes empresarios lo están entendiendo y se está produciendo un cambio generacional. Pero es clave un cambio a todo nivel. Porque algo nos pasa a los chilenos que nos gusta solo juntarnos entre iguales y nos perdemos de una riqueza muy grande de género, étnica y regional. Y todo eso es una tremenda materia prima para la innovación. Entonces, se están haciendo un flaco favor desde el punto de vista de negocios.