Abel Ferrara: “Una sociedad que no respeta a los cineastas, no es civilizada”

En Siberia, de Abel Ferrara, Willem Dafoe es un estadounidense que regenta una cantina en medio de las nieves eternas al noreste de Asia.

El inconformista realizador de Maldito policía y Pasolini estuvo en el Sanfic con Siberia, el sexto filme en que dirige a su amigo Willem Dafoe.


Abel Ferrara (1951) es un hueso duro de roer. Se mueve a su propio ritmo, tiene un temperamento combativo y sólo una vez trabajó con los estudios: fue en la película Body snatchers, la más desbordada de todas las adaptaciones de La invasión de los ladrones de cuerpos de Jack Finney.

Tras dos décadas de trabajo en Estados Unidos, Ferrara se instaló en el 2001 en Italia, el país de sus ancestros. Vive en Roma, a poca distancia de su amigo y actor favorito Willem Dafoe, quien también es un expatriado en Europa y que, como el propio Ferrara, está casado con una italiana. Son amigos y han hecho seis películas juntos.

La sexta de ellas es Siberia, su cinta más rara y atípica. Nada de policías, dinero sucio o drogas, como Maldito policía, con Harvey Keitel, o El rey de Nueva York, con Christopher Walken. Sólo un gran personaje y un ritmo sereno, más en la línea de su Pasolini, el biopic donde Dafoe fue el malogrado cineasta italiano.

Siberia estuvo en el último Sanfic, donde Ferrara es un viejo conocido: vino en el 2010 y, entre otras cosas, aprovechó de sellar un pacto con los hermanos Juan de Dios y Pablo Larraín para hacer 4:44 Last day on Earth (2011), también con Dafoe.

Siberia fue rodada en Italia, Alemania y México con productores de esos países. Es la parábola de Clint (Willem Dafoe), un estadounidense que mantiene una posada en medio de las nieves de la región del norte asiático. No habla el idioma de los rusos ni de los inuit que lo visitan, pero su verdadero problema de comunicación es consigo mismo: desesperado, Clint decide emprender un viaje sin destino en un trineo tirado por sus cinco perros huskies.

Desde Roma y vía skype, Abel Ferrara trata explica en su estilo directo y algo pendenciero la motivación de esta enigmática película.

-¿De dónde vino la idea del filme?

-Parte de un territorio ya explorado antes por Jack London. En este caso es Siberia, pero para un americano promedio esa palabra quiere decir lo mismo que Alaska, con sus trineos, sus nieves eternas y sus perros semi-salvajes. Siberia como una especie de metáfora del exilio interior y exterior. No sé cuál es la inspiración exacta, pero si sé que el personaje de Willem Dafoe se confunde con el propio Willem Dafoe. Supuestamente Willem debería interpretar a Clint, pero tal vez es Clint quien interpreta a Willem.

-¿Qué le acomoda de trabajar con él?

-Creo que tú sabes esa respuesta.

-Es el actor que mejor canaliza sus intenciones artísticas. ¿O tal vez no?

-Es todo eso, claro. Los directores siempre están buscando algún actor o actriz con quien trabajar de la mejor manera, con quien hacer esta simbiosis artística. Una vez que encuentras a esa persona, ¿por qué deberías detenerte? Hay toda una tradición de cineastas con los mismos actores. Hitchcock, Ford o Kurosawa, por nombrar algunos.

-En Siberia, Clint sólo parece entenderse con sus perros, ¿Por qué? ¿Representan algo?

-Los perros representan sólo a los perros. Desde un principio sabíamos que nos interesaba mostrar mucho la naturaleza en todo su esplendor. No debía haber nada urbano. Y, en ese contexto, trabajar con los animales fue divertido. Algunos eran perros huskies y otros eran lobos. Tuvimos la suerte, además, de que Willem venía de hacer una película (Togo, para Disney Plus), con perros y trineos. Tenía experiencia y además tuvo el tiempo suficiente para adiestrar a los animales. El problema es que también tuvimos que ir a filmar a México y debimos usar otros perros. Eso fue una locura.

-¿Siempre tuvo la intención de contrastar los diferentes paisajes?

-Claro, esa era la intención. La nieve eterna, los bosques profundos o las arenas del desierto cuando Clint pasa del clima frío al árido.

-¿De qué trata Sportin’ life, que estrena en el Festival de Venecia?

-Es un documental que hicimos motivados por la experiencia de llevar Siberia a Berlín este año. Hicimos una gran fiesta, juntamos a dos mil personas y tocamos con una banda de amigos. Nadie tenía mascarillas. Esquivamos la bala, porque una semana después comenzó el infierno de la pandemia. Fue nuestra última gran fiesta.

-¿Qué opina de los festivales por internet?

-Que es mejor ver una película que no verla. Si alguien ve Siberia en su computador y le gustó, está muy bien. Las películas están hechas para quienes les importan. Si quieres ver una, la verás de todas maneras en cualquier formato.

-¿Por qué trabaja con productores de todo el mundo?

-No se puede vetar el dinero para hacer cine. A veces todo es muy “cool”, como con los hermanos Larraín, pero no siempre tengo esa oportunidad. He tomado dinero de otra gente. Del gobierno, de criminales de guerra, de gángsters.

-¿No es algo peligroso ?

-(Ríe) Por supuesto. Pero alguien debe hacerlo, hermano.

-¿Cómo fue su experiencia trabajando con los grandes estudios?

-Siempre es difícil estar con los estudios. A veces son peores que los gángsters. En ese caso hubo una suerte de guerra de cómo hacer la película y ningún bando ganó. De todas maneras, defiendo a Body snatchers. Pero, claro, si quieres trabajar con los estudios no tendrás el control total de tu película. En Europa es al revés: nadie se mete con el director. Por eso en este momento para mí es imposible trabajar en EE.UU. Como cineasta siento que en Europa soy respetado como tal. Una sociedad que no tiene respeto por los cineastas no es civilizada. Y ese es mi país, lo que de alguna manera es “cool”. Es lo que me gusta de Estados Unidos. Somos incivilizados y somos un país de cowboys. Y donde quiera que vaya, siempre la gente quiere ir. Incluso ahora, en medio de la pandemia, nueve de cada 10 taxistas de Roma me dicen que quieren ir a Nueva York. No les importa lo incivilizados que seamos, se mueren por ir. ¿Por qué? No lo sé. Eso lo deben saber ustedes.

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