El año del pensamiento mágico es la novela más célebre de Joan Didion. Publicada en 2005, es una exploración autobiográfica que transcurre el año después del repentino fallecimiento de su marido, el también escritor John Gregory Dunne; período en el que también falleció la hija del matrimonio, Quintana.

Didion falleció en 2021, a los 87 años. Con cerca de veinte publicaciones entre ficción y no ficción, es considerada una de las voces más potentes de la literatura, y en específico, El año del pensamiento mágico, es una obra reveladora que muestra la complejidad de la mente humana frente a la pérdida.

A pesar de la obviedad que significa la muerte de una persona, Didion muestra en el escrito que la aceptación es un proceso lento, continuo, marcado por los retrocesos. Durante todo el año, la protagonista –que es la misma autora–, piensa que su marido volverá, que entrará a la habitación donde ella se encuentra y que todo parecerá un mal sueño; pero la realidad hizo que el tiempo siguiera su curso, igual que la vida, y John nunca volvió.

La escritura sobre el duelo es un tópico bastante utilizado en la literatura, sin embargo, cada pieza tiene sus singularidades, pues la propia experiencia de los duelos –ya sea por muerte, pérdida, ruptura, cambio– es distinta en cada oportunidad.

Asimismo, cada libro puede abarcar distintas partes del proceso. En el caso de Didion, narra desde el fatídico día, avanzando cronológicamente; aunque otras voces abordan la pérdida desde el antes, por ejemplo, desde la enfermedad; en otros casos se relata el duelo ya interiorizado, tiempo después. Todas tienen como resultado experiencias de lectura y escritura completamente diferentes, pero al mismo tiempo reúnen el dolor como un hilo que las entrelaza.

El duelo desde la voz nacional

Hay autoras nacionales que han explorado los distintos tipos de pérdida, a través de las miradas mencionadas, con la literatura de por medio.

Sofía Troncoso, escritora de Funerales, publicado por Trazos de Aves, comenta que su novela surge del dolor generacional: “Traté de transmitir lo que pasa en las familias en las que no se habla del dolor”.

Por otra parte, Belén Fernández Llanos, autora de Ella estuvo entre nosotros, por Overol, cuenta que el proceso de escritura fue complejo: “Implicó tomar alta conciencia de cosas que en el momento, cuando yo era niña, no había observado con detención”. “Me interesaba mucho escribir sobre la enfermedad, porque creo que es algo de lo que se habla muy poquito. Porque un cuerpo enfermo no es algo que a la cultura le guste ver, estamos acostumbrados a ver cuerpos sanos, atractivos”. Y agrega: “En mi colegio no conté que mi mamá estaba enferma muriéndose, fue algo que me callé, entonces ese silencio me motivó mucho a darle una voz, amplificar esa tendencia que teníamos a callar lo que estaba pasando”.

Y como otra experiencia distinta, Lyuba Yez, con La noche del nunca más, publicada por Editorial Planeta, comparte: “La pérdida nos aniquiló a todos, a mi marido, a mí, a mi familia, empecé a escribir de manera muy frenética sobre la experiencia. Se convirtió en una especie de escape, escribía en automático, en todas partes; en el ascensor, en la clínica, saliendo de la ducha. La novela es sobre un duelo con muchas dimensiones, empieza con una pérdida enorme y se va sumando a muchas pérdidas posteriores”.

Así como hay diversos tipos de duelos, hay distintas maneras de abordar la escritura doliente en la literatura. “Me senté frente al computador, escribí la primera frase y pensé que podía ser un cuento. Seguí escribiendo y empezó a surgir la novela, pero era un proceso muy desgastante, exageradamente triste, así que la escribí de un tirón”, contó Troncoso.

En varios casos, escribir se ve como una acción terapéutica, que ayuda a entender las vivencias, que entrega definiciones a lo imposible de decir. Transmite el dolor dotando al lenguaje de sentires.

Sin embargo, esto no es universal, Fernández, por ejemplo, dice no comulgar mucho con esa función –la terapéutica–: “Creo que puede tenerla, pero no es una facultad intrínseca para mí, en mi ejercicio”.

Y así como la escritura puede no sentirse terapéutica para las autoras, la idea de encontrar respuestas en la autoexploración, es otra creencia que se pone en tela de juicio: “Intenté quizás darle sentido, ordenar el caos, pero finalmente me di cuenta de que el dolor no tiene sentido, es todo terrible y pues para mí toda la situación sigue sin tener ningún sentido”, reflexiona Yez.

La trascendencia de Didion

De las tres autoras, solo Troncoso no ha leído la obra en cuestión. “No la he leído porque no me atrevo”, cuenta. Y es que tanto escribir como leer sobre el dolor es complejo. La novela de Didion narra sin tapujos la incoherencia de una situación impensada, no comprensible por la razón.

“Leí El año del pensamiento mágico antes de iniciar el proyecto del libro, fue un libro importante e inspirador”, comparte Fernández. “Me transmitió una pérdida de la vergüenza, ella estaba esperando que la persona muerta vuelva y a mí me pasó eso muchas veces en mi propio duelo, no sé si alguna vez lo había contado porque me daba mucha vergüenza, era un pensamiento irracional. Didion me despojó de ese sentimiento relativo al duelo, que me liberó”.

La sombra de la muerte en la literatura

Así como el duelo es un tópico que se encuentra reiteradas veces en las historias, es imposible obviar la sombra de la muerte que acecha en la literatura en general. Con perspectivas que la ponen como protagonista, como personaje secundario, o incluso como un aura que cubre la escritura.

“La muerte, en la literatura, es como el amor, los celos, la envidia, tópicos que pueden expandirse, no es un género, pero tampoco creo que pueda pasar como una subtrama, porque siento que tiene que tener su rol protagonista cuando se habla de ella. Finalmente la muerte pide espacio, estar presente en la literatura”, comenta Fernández.

A su vez, Yez reflexiona: “El sufrimiento es parte de la vida y del ser humano y de las experiencias, y el duelo también es parte de la vida, y la muerte está ahí, constantemente. Hay muchas cosas que me tocó enfrentar, cachetada tras cachetada; la muerte, la enfermedad, la pérdida, los duelos varios, la injusticia que sentía. Creo que todos están incluidos en la novela”.

Entre muchas cosas, el duelo no es algo universal. Les ocurre a todas las personas pero cada caso en sí mismo, a pesar de ser la misma pérdida, se vive en la individualidad. Troncoso comparte: “El duelo llega distinto para todas las personas, llega como llega, no se puede decidir nada al respecto. En mi experiencia transité en un estado como la protagonista de Funerales, no estaba consciente de las cosas que pasaban, entonces mi manera de pasar eso al papel fue hacer una protagonista que no tuviera nombre, identidad, que estuviera vacía, sin memoria, sin recuerdos, precisamente porque para mi los primeros pasos del duelo son eso: espacios transitorios hasta llegar a la confrontación con el trauma que viviste”.

Fernández, complementa la reflexión: “El duelo no es universalizable, el duelo de Joan Didion, según como se ve en sus libros, fue muy distinto al mío, depende de los contextos. Es por eso que creo que es super bueno a veces refugiarse en la literatura, y tener una pila de libros que exploren el tema, que sirvan no para universalizar, sino que para hacer notar las diferencias. Porque la muerte es una cosa de los vivos”.

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