Bujumbura parece una ciu dad congelada en el tiempo. Años de conflictos y guerra civil detuvieron casi toda inversión y en el centro de la capital de Burundi -de sólo 300 mil habitantes- aún permanecen de pie los viejos edificios art deco levantados por los colonos belgas. Por las calles, sólo parcialmente pavimentadas, se suceden las sedes de organizaciones humanitarias como evidencia de que el país tiene uno de los índices de desarrollo humano más bajos del mundo -ocupa el lugar 174 entre 182 países- y más de un 65% de su población viviendo bajo la línea de la pobreza. En las cercanías del aeropuerto, la Oficina Unificada de Naciones Unidas para Burundi (Binub) ocupa más de 5 km2 de terreno.

Desde la firma de los acuerdos de paz y la normalización política de Burundi, la labor de estas ONG y de las misiones de cooperación extranjera se mantiene activa. El 82% del presupuesto del gobierno proviene de la ayuda extranjera. "Es necesario reconstruir la sociedad civil del país devastada durante años de guerra y para eso la asistencia internacional es clave", dice a La Tercera Charles Petrie, representante de Naciones Unidas. En este proceso, uno de los temas centrales es la reinserción de los miles de refugiados que abandonaron Burundi por el conflicto y comenzaron a regresar en masa. Según la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas entre 2002 y lo que va de 2010 más de 500 mil personas han vuelto desde los países vecinos.

"Muchas son personas que durante décadas vivieron en campos de refugiados recibiendo ayuda. Ahora deben volver a aprender actividades como trabajar la tierra", dice a La Tercera Roberto Llanza, encargado de Finanzas del Servicio Jesuita para los Refugiados (JRS) de Burundi, donde desde hace un mes también se encuentra el sacerdote  Felipe Berríos. La oficina del JRS en Bujumbura, instalada a los pies de los cerros que rodean la capital de Burundi, coronados por las instalaciones de un antiguo colegio jesuita, hoy sede universitaria, está a cargo no sólo de ese país, sino también de Ruanda y el este del Congo. Pero en Burundi no trabajan en campos de refugiados, sino en proyectos para reinsertar a ex refugiados.

La labor de Berríos es desarrollar un proyecto sobre el cual La Tercera no pudo obtener detalles. Tras su llegada en junio, se instaló en la residencia jesuita y comenzó a recorrer el país para conocer en terreno la labor de la JRS. "Yo le dije que se tomara su tiempo, que recorriera y de aquí a fin de año definiríamos qué puede hacer", dice Tony Calleja, el sacerdote jesuita a cargo de la oficina de JRS en Bujumbura y que estuvo varios años en Chile. "El no habla francés ni kirundi, que son las lenguas acá, y el kirundi es muy difícil, porque es una lengua tonal, donde si uno pronuncia más o menos una letra puede cambiar todo el significado", añade Calleja. Lo más probable es que Berríos cumpla inicialmente funciones de apoyo. No le van a ser difíciles, puesto que él ya vivió después de su ordenación dos años en África. El grupo que dirige Calleja reúne en Burundi a 60 personas, de las cuales sólo dos son sacerdotes: él y Felipe Berríos.

El JRS tiene hoy cuatro programas en todo Burundi. "Con la crisis en Europa, las platas se redujeron mucho", dice Calleja. Dirigen una iniciativa de seguridad alimentaria con los retornados desde Tanzania, para que vuelvan a trabajar la tierra, en localidades de las provincias de Rutana, Ruyigi y Muyinga, al sur y este del país. En Rutana una de las ciudades que recibió los altos flujos de refugiados que decidieron regresar desde Tanzania tras el fin de la guerra tienen también un programa de asistencia educacional para profesores junto con la diócesis local a la que han ayudado a construir nuevas instalaciones. A eso se agrega la construcción de casas y aportes para la educación de niños en edad escolar.

Berríos mientras tanto está visitando los proyectos y no cabe duda de que está resuelto a mantenerse alejado del primer plano. "El quiere salir un poco de toda esa sobreexposición pública que tenía en Chile", dice Tony Calleja. "Nos ha pedido reserva, no quiere que se comente nada de su labor acá y por eso no podemos dar información", dice Alberto Lana-Linati, el encargado de prensa de la oficina del JRS. Esos niveles de reserva describen mejor que muchas palabras el cambio que decidió el sacerdote justo el día en que cumplió 50 años.

Hace pocos días Berríos estuvo en Rutana, uno de los centros del JRS en el interior de Burundi. Pese a ser una de las principales ciudades de país, sólo la calle principal está parcialmente pavimentada. La oficina del JRS es una casa de no más de cuatro habitaciones. Allí el sacerdote, según contó el encargado del lugar, visitó los programas de seguridad alimentaria en localidades rurales como Giharo y los de capacitación de profesores que se mantienen en la sede de la diócesis local. El responsable de ese último proyecto se limitó a confirmar que había visitado el lugar para seguir camino al norte. "Por ahora está recorriendo el interior y familiarizándose y colaborando con los trabajos que hace JRS aquí", comentó a La Tercera uno de los funcionarios de la entidad.

Para Calleja, "Berríos es un hombre con muchas capacidades y en condiciones de aportarnos buenas ideas". En estas semanas Berríos también ha conocido los lugares donde el servicio de los jesuitas se orienta a la construcción de viviendas. El tema no es desconocido para él. Claro que el contexto es distinto: "Son construcciones de adobe de 3 por 3 metros", sostiene Calleja.

PERIODO DE TRANSICION
Tiene algo sobrecogedor el destino que escogió Berríos para iniciar otra etapa de su apostolado. Burundi tiene más de nueve millones de habitantes distribuidos en poco más de 27 mil kilómetros cuadrados y estas cifras lo convierten en uno de los países más densamente poblados del mundo. En el camino desde la capital a Rutana, Ruyigi y Muyinga, en los límites de la frontera con Tanzania, los centros poblados se suceden uno detrás de otros, coronados siempre con una iglesia y letreros de proyectos humanitarios de países europeos, Naciones Unidas u organizaciones religiosas. Las señales de la guerra civil que asoló el país entre 1993 y 2005 son apenas perceptibles. Sólo a la salida de la capital hay unos improvisados controles policiales, para "revisar que los autos no lleven armas" explica el conductor. Y hoy crecen las plantaciones de té y bananos en las antiguas zonas guerrilleras.

Más de 200 mil personas murieron en el conflicto. Una guerra que, sin embargo, estuvo opacada por los sucesos de su vecino del norte, Ruanda, pese a la estrecha relación entre el genocido tutsi en ese país y los acontecimientos de Burundi. Acá el conflicto estalló tras el asesinato por parte de los tutsis -que habían controlado hasta entonces el poder- del primer presidente electo democráticamente en la historia del país, de origen hutu. A la inversa, en Ruanda, fueron los hutus los que asesinaron en masa a los tutsis para evitar la eventual venganza tras lo sucedido en el país vecino. No todo, sin embargo, está superado y los términos hutu y tutsi son palabras casi prohibidas. A los extranjeros se les aconseja no pronunciarlas.

Fue evidente que el fundador de Un Techo para Chile rehusó hablar con La Tercera. A pesar de buscarlo, se hizo invisible. Como si quisiera dejar en claro que cuando partió a Africa no fue de picnic, sino a otro destino pastoral que es muy distinto de todo cuanto hizo en Chile. Berríos sí se ha hecho el tiempo para reunirse con otros dos chilenos que también viven en Bujumbura, los sacerdotes del movimiento Schoenstatt Claudio Jeria y Rodrigo Delazar. "Cuando supimos que venía para acá hablamos con Tony Calleja que es nuestro contacto", cuenta Jeria, quien lleva 14 años en Burundi, donde llegó a ser director nacional de los sacerdotes de Schoenstatt. Los tres se reunieron pocos días después de que Berríos llegara a comienzos de junio. "Tenemos programado otro encuentro para cuando vuelva del interior…  y creo que vamos a preparar algo para el 18 de septiembre", agrega el sacerdote schoenstattiano que hoy dirige el seminario de ese movimiento en Bujumbura.