Por Juan Carvajal, periodista y ex director de la Secom

Que quién ganaba, quién perdía, era tema de matinales del llamado “súper lunes”. Conversaciones de pasillo, discusiones entre amigos, con cálculos de votos incluido y analistas, proyectaban cuánto subiría la inflación de aprobarse el retiro universal, y surgían las consabidas amenazas y ultimátum de la oposición. En tanto, el ministro Jackson destinaba los días del feriado largo a negociaciones para lograr los apoyos necesarios para el proyecto acotado del gobierno. En definitiva, todo un gran despliegue para influir, motivar y llevar a cabo acciones para lograr un fin marcado por el ministro de Hacienda: salirle al paso a lo que se consideraba un peligro mayor para los planes de recuperación económica que debe impulsar el Ejecutivo.

El sorpresivo resultado echó por tierra los planes de los parlamentarios díscolos y de quienes se subieron a un carro que parecía ganador. En tanto, pese a sus esfuerzos, el gobierno sufría un traspié con su proyecto alternativo.

Y de nuevo los matinales y análisis transitan entre quién perdió o quién ganó, en una dinámica sin sentido y que, más que nada, se asemeja a los pormenores de un dramático reality cuyo actor ausente y principal es el propio pueblo, que alimentó esperanzas y que luego no entiende porque tanta disputa sin resultado para algo que, en su entender, era obvio: contar con esa plata ahora.

Lo que está pasando en el país es el tránsito de la política por un sendero delicado y que lleva a un solo fin: la debacle de los principios democráticos que tanto buscamos. Sabido es que cualquiera fuese el signo del gobierno hoy, estaría enfrentado similares problemas, con altos grados de dificultad e incertidumbre.

Lo grave es insistir en posturas que, más que buscar el bienestar o el progreso del país, persiguen conseguir la aceptación de los votantes sin importar las consecuencias. Se trata de una actitud irresponsable, que cae en conductas populistas y contrapuestas a un sentido mínimamente razonable como el que le corresponde tomar a los partidos, a los liderazgos y a todos quienes tienen algún rol en conducir al país hacia realidades que fortalezcan la estabilidad económica, la democracia y la gobernabilidad del país.

Y aunque hay quienes piensan que el populismo constituye una corriente política con características objetivas, destacando aspectos como las  propuestas de igualdad social o que pretendan favorecer a los más débiles, lo único real es que -como ya ocurrió en Rusia en la segunda mitad del siglo XIX y en tantos otros países con el devenir de los años- esta práctica socaba la democracia, genera inestabilidad económica y pobreza en los países y termina creando las condiciones para revueltas y estallidos sociales que solo ensanchan los niveles de desigualdad y lo que es peor -en el caso chileno- especulando y tratando de hacer política con el dinero de los propios trabajadores. Así no se puede menos prestigiar la política.