Paula 1122. Sábado 25 de mayo 2013.

El turbante es un gran elemento para lidiar con el pelo; también un accesorio que dignifica la estampa y da un acabado extremadamente glamoroso. Pero no cualquier turbante. El exceso de color y formas extravagantes terminan traicionando la acometida.

El turbante es un tocado de origen asiático de data muy antigua y cuya presencia en Occidente ha sido errática e intermitente.

Hay de muchos tipos, pero el hecho de una simple pieza de género, idealmente de color neutro, como suele ser el pelo y los sombreros, y de preferencia que haga juego con el tono del vestido, es inconmensurablemente perfecto. El turbante con esas características puede convertirse en el remate quirúrgico para salvar un mal peinado o un clima hostil (pensemos en la llovizna ruin que deja un frizz que solo le sienta a un cordero recién nacido).

La maestra de los turbantes atinados, y quien los ha llevado consistentemente a través del tiempo, es Sheikha Mozah, la celebre y elegante mujer del Emir de Qatar. Nadie como ella maneja la simpleza de su forma, y el hilo conductor monocromático en sus apariciones es inolvidable.

Todo indica que con la llegada de la primavera en el Hemisferio Norte la solitaria estampa turbantesca de Mozah dejará de serlo, y pasará a ser una más entre las hordas de turbante-maniacas que comienzan a aparecer. La actriz Chloe Sevigny lució su buena y simple versión durante la gala del Museo Metropolitano de Nueva York. La casa francesa Céline muestra lo suyo con un modelo de cuero, protagonista de un aviso publicitario, y las hiperventiladas fashionistas se preparan para cambiar el gorro de lana por sus propias versiones, llenas de rosetones, colores y bananas, que muy probablemente resulten perturbadores.

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