Erradicando a la machista: Ingeniero no es lo mismo que ingeniera

Mi mamá y mi papá son ingenieros y, como se conocieron en la universidad, muchos amigos de aquellos años hasta el día de hoy se refieren a ellos como la pareja de ingenieros. Son un grupo grande, todos compañeros de carrera que durante todos estos años han mantenido una linda amistad. Por eso suelo verlos seguido. La última vez fue en una junta que hacen todos los veranos en una parcela fuera de Santiago, a la que además de las parejas de amigos fuimos los hijos e incluso algunos nietos. Es una tradición. En esa oportunidad, la hija de uno de los amigos de mis papás contó que iba a seguir el camino de sus padres y que iba a ser ingeniera. “Un nuevo ingeniero en la familia”, brindó el padre. Y todos seguimos felices compartiendo.

Aunque para la mayoría esa pequeña distinción en el lenguaje pasó desapercibida, a mí me quedó dando vuelta. Lo comenté incluso con mis papás después, pero ellos tampoco le dieron importancia. De hecho, mi papá me dijo que daba lo mismo, que cuando se hablaba de ingeniero, obvio que se incluía a las mujeres, como cuando a ellos les dicen la pareja de ingenieros. Y claro, hasta entonces no me lo había cuestionado, como tampoco me cuestioné nunca que cuando decidí estudiar enfermería todo el mundo me iba a decir ‘la enfermera’ y jamás ‘la enfermero’, aunque la carrera la estudien hombres y mujeres.

Reconozco que soy de las personas a las que el uso del ‘les’ en vez de ‘los’ o ‘las’ no le acomoda. Incluso a ratos he dicho que me parece que es una cuestión sin importancia, porque las mujeres tenemos muchos otros terrenos más cruciales donde dar la pelea de la equidad. Pero cuando uno se enfrenta a situaciones como la de ese paseo, logro de cierta forma entender a lo que apuntan quienes luchan contra el lenguaje sexista.

Actualmente es normal que se hable de ministra o que los discursos comiencen con un señoras y señores. Esto demuestra que la incorporación de la mujer a todos los ámbitos públicos y privados ha obligado a modificar la forma de hablar en algunos casos: se han feminizado muchos términos referidos a oficios, cargos y profesiones y se han forzado cambios expresivos en el lenguaje formal sobre lo que es políticamente correcto. Sin embargo, en lo cotidiano, cuando no estamos frente a un discurso, el lenguaje sigue estando lleno de expresiones y estructuras que perpetúan estereotipos que perjudican o invisibilizan a las mujeres.

Vuelvo al caso de las enfermeras, que es lo que vivo a diario. Suelo escuchar de los pacientes frases como “tengo que ir al médico” o “le pediré la receta a la enfermera”, todas ocasiones en que no saben el sexo del profesional al que asistirán. Dentro de la medicina existe una jerarquización entre estas dos profesiones y cuando los pacientes le asignan a los médicos el masculino y a las enfermeras el femenino, inmediatamente lo que hacen es poner a uno por sobre el otro. No va a faltar el que diga que esto tiene que ver con que, al menos hace décadas, mayoritariamente las enfermeras eran mujeres y los hombres doctores. Pero eso también es producto de una sociedad sexista que ponía a las mujeres en roles privados y a los hombres en lo público.

Si lo vemos así, seguir usando ese lenguaje es perpetuar esas inequidades. Es como cuando se habla de la falta de referentes femeninos. No es que no existan, es que no las nombran. Y si una niña crece escuchando ingeniero en vez de ingeniera, difícilmente va a pensar en esa carrera como una posibilidad.

Es difícil verlo así, porque es cierto aquello de que las personas funcionamos un poco de memoria. En el ritmo de vida que tenemos no nos damos espacio para cuestionarnos las cosas, pero este tiempo de confinamiento me ha invitado a ver este tipo de cosas que antes me costaba más. Quizás también es tiempo de que empiece a hablar de ‘les’.

Andrea Gamboa tiene 29 años y es enfermera.

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