Con mi ex pareja nos conocimos en la universidad. Fuimos compañeros durante la carrera pero nos acercamos durante el último año, cuando estábamos haciendo el internado. Nos casamos en 2013, siempre teniendo el anhelo de construir juntos una familia. Yo tengo un diagnóstico de ovario poliquístico desde chica y después de ir a varios doctores me dijeron que no podía embarazarme si no me hacía algún tipo de tratamiento. Mis ciclos duraban alrededor de 50 días por lo que detectar la ovulación era muy difícil. Empezamos por etapas. Partí tomando unas drogas que estimulan la ovulación. El objetivo era lograr que los huevitos se convirtieran en un óvulo que sirviera. Para eso, me inyectaban gonodotropina corionica humana, que es la hormona que sube cuando estás embarazada. Con eso, nos dijeron que teníamos un 20% de probabilidad de embarazo, que es lo que todo el mundo tiene.

Era difícil que resultara en el primer intento, pero milagrosamente funcionó. A las tres semanas, un examen de sangre confirmó mi embarazo y me empezaron a hacer ecografías para ver que la guagua se fuera afirmando. Todo iba bien hasta que a las 12 semanas nos dijeron que venía con problemas. Uno se da cuenta al tiro. El  doctor se demora, no te dice nada, mira, mide. Teníamos que esperar hasta la semana 16 para un diagnóstico, porque la guagüita todavía era muy chica, pero la translucencia nucal estaba aumentada. Lo más probable era que fuese Síndrome de Down.

Ese mes de espera fue terrible. Me metía a internet a leer cosas, a buscar información. Todos me decían que no lo hiciera, pero seguí buscando papers científicos. Me obsesioné con el tema. Aunque sabía que algo andaba mal, quise llevar mi cabeza al mejor escenario para sobrevivir ese tiempo. El día de la ecografía fue terrorífico. En Santiago llovía a cántaros, el cielo estaba completamente gris. En la eco, el doctor se detuvo en la cabeza. Lo primero que le dije fue que por favor me dijera qué pasaba, que quería la verdad. Ahí me dijo que las estructuras no estaban bien, y nos explicó que su cerebro era una masita y que todo estaba concentrado en el medio. Yo y mi ex pareja somos odontólogos y sabemos de anatomía. Al tiro le dije que esta guagüita no era compatible con la vida. Y se confirmó lo peor.

Mi guagua además tenía una protuberancia en la frente que no se sabía lo que era y solo tenía un ojito. Después de eso, vinieron una serie de estudios. Exámenes de cariotipo para ver si alguno de nosotros dos tenía algún problema que se pudiese transmitir. Yo ya sabía que la guagua no iba a vivir. Siempre había tenido una concepción de no abortar porque cuando era chica una amiga lo hizo y lo pasó pésimo, pero cuando vives algo así de heavy, la idea te pasa por la cabeza. Estaba recién de cuatro meses de embarazo, me quedaba más de la mitad por delante. Pero finalmente me di cuenta de que quería vivir ese proceso con mi pareja. Los dos. Y por lo mismo decidí no hacerlo.

Mi embarazo fue súper bueno. Nunca me sentí mal ni tuve mayores problemas, salvo que como la Emma no tenía su cerebro desarrollado, no se tragaba el líquido amniótico y yo lo acumulaba. Eso era muy incómodo porque tenía una guata enorme que no me dejaba ni comer, me aplastaba. Pero seguí trabajando hasta el final para distraerme. Resistí lo más que pude. Los doctores no podían asegurar si la Emma iba a vivir una hora, tres días o unos minutos, pero nosotros desde el primer momento decidimos que no le íbamos a dar asistencia. Tomamos la decisión de no alargar el proceso porque la Emma iba a morir de todas formas.

Cuando la gente me veía, me felicitaba. A veces no quería decir nada, a veces daba las gracias y otras contaba que mi guagua se iba a morir al nacer. La respuesta dependía de mi estado de ánimo. A las 39 semanas, me indujeron. Entré a la clínica a las 8:30 de la mañana y la Emma nació cerca de las 9:30 de la noche. Estaba mi familia, la familia de él. Fue un momento muy emotivo. Como no sabíamos cuánto iba a vivir, dejamos que nuestros papás estuvieran con nosotros. Me la pusieron encima y ella me apretó el dedo. Fue fuerte, pero muy lindo. En esa pieza se respiraba amor. La Emma nació el 8 de febrero de 2016. Vivió 90 minutos.

Después vino el sufrimiento. Y me encontré internada en maternidad, pero sin mi guagua. Fue muy difícil asimilarlo. Enfrentar la muerte es muy heavy y uno cree que es el único que pasa por estas cosas, porque nadie las habla. Y menos cuando se trata de un hijo. No preparé nada para la llegada de la Emma. No tenía ni cuna, ni ropa. Había gente que me decía que tuviese cosas por si acaso, pero fui tajante, porque sabía que la Emma se iba a morir. No le veía sentido a torturarme a mí misma teniendo esas cosas. Lo que sí hicimos, fue comprar una cerámica en frío en la que marcamos sus manos y sus patitas al nacer. Ése es el recuerdo físico que tenemos de ella.

El diagnóstico de la Emma fue una una deleción del brazo corto del cromosoma 18. Fue una mutación de novo, que es una mala suerte que no tiene explicación. Eso me ayudó a encontrarle un poco más de sentido a todo esto, porque creo que cuando te pasa algo que podría haberle pasado solo a uno en millones de personas, es porque alguna misión tenía su venida. Y hoy siento que misión fue cambiarme. Todo este proceso fue una emancipación. Ahora soy más decidida, me atrevo a hacer más cosas, tomo decisiones que antes no hubiese tomado. Evidentemente soy una persona diferente. Antes era muy planificada, pero esto me sirvió para darme cuenta de que uno no lo controla todo. Ahora me frustro menos y no me detengo en pequeñeces. Siento que soy una mujer mucho más valiente que antes.

Después de todo esto, mi matrimonio empezó a tener problemas. El proceso lo vivimos acompañados del grupo Acompañar-es de la Católica, donde van personas que están pasando por procesos similares. Compartir con otros nos ayudó mucho a vivir el duelo. También hicimos terapia con una sicóloga. Me acuerdo que en la primera cita nos dijo: "de esto sobreviven o no sobreviven. Aquí no hay medias tintas". Lamentablemente, no sobrevivimos. Y nos separamos al año.

Meses después de la separación, conocí al papá mi hija, que hoy tiene cinco meses. Al principio no quise asumirlo, pero me enamoré. La Sofi llegó milagrosamente, sin tratamiento de por medio, sin buscarla. Cuando supe que estaba embarazada de nuevo, estuve mucho tiempo en shock, muy asustada. Me hice como diez ecografías y, aunque todas me confirmaron que venía bien, el miedo no se me fue hasta que nació. Y pude ver que estaba sana. Durante el embarazo soñé una vez con la Emma, que me decía que ella me había mandado esta guagüita de regalo. Después del parto he vuelto a soñar tres veces con ella. De cierta manera se ha convertido en mi compañía, y me viene a calmar en momentos difíciles.

Macarena García es mamá de Emma y Sofía. Es Cirujano dentista con especialidad en rehabitación oral.