Más de algún título de Carlos Droguett, desvencijado y amarillento por el tiempo, leyó Álvaro Bisama Mayné (48) durante su infancia y juventud. Un clásico de las letras chilenas, Premio Nacional de Literatura en 1970, y conocido por su pluma torrentosa, densa y a veces incómoda. “Buena parte de sus libros estaban en la biblioteca de mis padres, que los tenían desde la década del 60 -confiesa Bisama a Culto-. Supongo que los leí ahí, en medio de ediciones del Boom y de los libros de la adolescencia. Por supuesto, mi recuerdo más relevante es posterior: haberme acercado a Eloy y luego a las crónicas de Escrito en el aire, que me parecieron alucinantes por la soltura de estilo, la obsesión, el modo en que cruzaba el paisaje y saltaba a la autobiografía o luego a un fragmento perdido del guion de Eloy. Creo que esa lectura fue fundamental y quizás definió desde donde lo estaba leyendo o, mejor dicho, lo quería leer”.

Sin darse cuenta, el interés por el autor de Patas de perro se mantuvo en el tiempo, y en la última década Bisama comenzó a escribir sobre él en varios sitios. “Era un autor sobre el que me hacía preguntas, que me parecía que había que releer con urgencia. El 2020, hice un perfil sobre él para la revista Dossier. Lo que vino después fue la relectura, los cruces y más preguntas. Al fondo la silueta de Droguett se me aparecía como una suerte de testigo insobornable del siglo XX, como el narrador de una literatura que se adentraba en su tiempo como si se hundiera en la noche”.

06/12/2023 FOTOGRAFIAS AL ESCRITOR, ALVARO BISAMA FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

Así se explica que Bisama publique La rabia y el augurio: un ensayo biográfico sobre Carlos Droguett, a través de Ediciones UDP. A partir del perfil en revista Dossier (“fue la semilla de este libro”) comenzó un trabajo paciente de un texto ágil, que se aleja del academicismo y lo formal para mostrar dimensiones poco conocidas de Droguett. Como los buenos libros biográficos, al leerlo dan ganas de ir a revisar toda la obra del autor nacido en Santiago, en 1912, considerado parte de la llamada “Generación del 38″. Un grupo de escritores que comenzó a interesarse más en la realidad y menos en las vanguardias. Su idea era reflejar el Chile precario, tenso y pobre que venía saliendo de las terribles consecuencias del crack de 1929.

¿Cómo fue el proceso de escritura?, ¿Cuál dirías que fue la principal dificultad a la hora de escribir este libro?

Muy intenso por momentos. Complejo. Como autor Droguett supone una experiencia radical, donde la idea de lo que es la literatura va cambiando de modo permanente porque dialoga con su tiempo y con el lenguaje. Además, no escribí de modo lineal, fue más bien completar un puzzle, encontrar pistas, acomodarlas. Fue obsesionarme con algún dato y luego huir por las ramas. Y entre medio de todo, siempre, la relectura constante y la sensación de que toda su obra podía leerse como un solo gran libro que estaba escribiéndose y cambiando una y otra vez, que saltaba de modo eléctrico de la novela al ensayo, del ensayo a la diatriba, de la crónica a la alegoría, del presente nervioso a la historia de Chile como un crimen; de la propia memoria a la ficción; todo en una permanente tensión en la lengua y la identidad.

No es la primera vez que Bisama perfila a un escritor nacional, también lo hizo con el poeta Pablo de Rokha en 2020 (Mala lengua, Alfaguara). ¿Será un interés manifiesto el hacer esos rescates del pasado? Bisama responde: “No tengo esa obsesión. No tengo voluntad de archivista, en modo alguno. Más bien me interesan problemas o temas: qué es la novela, cómo funcionan las vanguardias, el modo en que el horror o la violencia construyen un imaginario, qué es habitar o inventar una lengua desde la literatura. Son cosas sobre las que vuelvo siempre, creo. Además, el olvido es algo relativo en la literatura, donde las voces de los vivos y los muertos existen en el tiempo presente del lector, que en su lectura reescribe una y otra vez la tradición, apropiándosela”.

Hubo un cierto vínculo entre De Rokha y Droguett…

Esa conexión fue más bien natural. Ambos eran amigos. De hecho, la mejor antología que se puede leer de De Rokha la hizo Droguett, un libro cuyo prólogo es demoledor, insoslayable. Por otro lado, volví a leer y a escribir sobre Droguett con más detalle mientras revisaba las pruebas de imprenta del libro de Pablo de Rokha. Ahí Droguett aparecía en sus últimas páginas por lo que la continuidad entre ambos me pareció clarísima, sin que yo saliera a buscarla. Los fantasmas conversan entre sí, supongo, y con eso dejan por un rato de ser fantasmas.

Pablo de Rokha.

Mencionas mucho de que lo autobiográfico fue un factor importante en la obra de Carlos Droguett, ¿dirías que es una de las principales características de su escritura?

Es una de las principales y también de las más conmovedoras. Droguett la ocupa al límite, él mismo se pone de protagonista o testigo, hace que amigos suyos como el cura Escudero aparezcan en sus libros; y dinamita los bordes de la novela con eso. No podemos pensarlo sin esa tensión, sin ese deseo, sin esa voluntad de hacer de la ficción una forma de la vida.

También hablas de su sensación de soledad, acentuada desde la muerte de su madre. ¿En qué influyó eso en su literatura?

Él mismo habla de esa orfandad, escribe de ella muchas veces. Su literatura tiene muchas veces que trabajar con los ecos de esa ausencia, tomando esa orfandad y proyectándola sobre el mundo, para comprenderlo o inventarlo, para acercarse desde la compasión y la rabia, mientras se pregunta si esa soledad, si ese abandono, si ese desamparo no son una característica de la sociedad completa, como pasa en Patas de perro. Ahí la novela es la también una forma del encuentro, de la esperanza frágil que solo puede otorgar la ficción.

Citas una frase de él: “La práctica del periodismo le sirve al escritor para hacerse hombre”, ¿crees que efectivamente le dotó de ciertas herramientas para su narrativa?

Droguett hizo periodismo de manera continuada y profesional por muchos años. En sus años de formación, estuvo en redacciones de diarios, fue cercano a Juan de Luigi, escribió columnas y crónicas. Su narrativa no puede entenderse sin esa formación, sin esa biblioteca de la realidad inmediata, que es la alguien que recoge pistas de la realidad para comprenderla muchas veces como si fuese la escena de un crimen. En cualquier caso, para Droguett, me interesa más bien cómo cambió al periodismo: Los asesinados del Seguro Obrero es una novela de no ficción que debe ser leída al lado de Operación Masacre, de Walsh, por ejemplo; y sus crónicas y perfiles son trabajos de una densidad y una libertad única, originalísimos, al abordar la silueta amigos o autores admirados como Alberto Romero o Manuel Rojas, haciendo un amasijo único y brillante entre la propia memoria, la lectura literaria y el ensayo.

06/12/2023 FOTOGRAFIAS AL ESCRITOR, ALVARO BISAMA FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

Carlos Droguett también escribió novela histórica. ¿Crees con ellas de alguna manera dialogó con su tiempo?, ¿crees que hay alguna correlación con el actual modelo de novela histórica?

No sé qué muy bien qué es una novela histórica, la verdad. Es un rótulo muy amplio que mete en mismo saco muchas cosas. De hecho, no sé que pueden tener que ver autores que me interesan como Fernando del Paso o Simón Soto con Guillermo Parvex, por ejemplo. Sí me parece relevante que para Droguett redactó las primeras versiones de sus novelas históricas en la Biblioteca Nacional, después de escribir su crónica de la Masacre del Seguro Obrero. Con ellas vuelve sobre el pasado para entender el presente. Hay una continuidad ahí que solo la ficción permite. Es el mismo paisaje, la misma ciudad llena de cadáveres.

Un aspecto muy poco conocido es la admiración que Droguett le profesaba a Gabriela Mistral. ¿Crees que hubo un influjo de ella en su obra?

Droguett hace aparecer su fantasma en Materiales de construcción, al modo de un recuerdo de los años veinte. Quizás eso era Mistral: un fantasma que estaba vivo y que poseía una mirada terrible y a la vez esperanzada sobre Chile, construida en la distancia que era física y sentimental. Una silueta que hablaba desde la lejanía. Una literatura hecha de soledad y destierro. Droguett compartiría traductor con ella, una idea que me gusta: el inquieto Francis de Miomandre, ganador del Goncourt. Miomandre los tradujo a los dos, reconoció sus voces en la marea extraña de la literatura latinoamericana de esos años. Las dos voces, al de Droguett y Mistral se encontraron con la suya como si fuesen una tradición posible.

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