Columna de Gabriel Alemparte: El Presidente en su laberinto

Funeral of Chile's former President Sebastian Pinera, in Santiago
REUTERS


Se apagaron los sones marciales y el toque de trompeta al paso de la marcha presidencial y los hombros de los granaderos. Los símbolos de la República permanecen en nuestra memoria, las filas de hombres y mujeres intentando llegar a dar su último adiós al Presidente fallecido trágicamente y, que será reconocido por su sagacidad, inteligencia y gestión de crisis complejas, que la generación que gobierna intentó intensificar junto a los suyos, haciendo lo posible por la interrupción del orden democrático para imponer una seudo revuelta cargada de violencia, voluntarismo y lenguajes enrevesados, post modernos, a la larga ridículos, impostados e importados.

Quedan las fotos de la dignidad de Cecilia Morel recibiendo los símbolos del poder de su marido, con la fortaleza y aplomo de tantas primeras damas que la antecedieron. Ahí estaban Enriqueta Pinto, Emilia Toro, Juanita Aguirre, Maruja Ruiz-Tagle, Tencha Bussi, Leonor Oyarzún, Marta Larraechea o Luisa Durán, frente al pálido recuerdo de la “ni primera, ni dama” -como ella misma lo señaló- Irina Karamanos que de tanto “intentar desarmar el poder”, terminó armándolo a su gusto, con gabinete a su nombre, y una serie de torpezas, que más que deshuesar el cargo, lo convirtieron en una serie de errores, estulticias y una semántica ridícula para esconder una pereza intelectual que abunda en un gobierno donde todos quieren ser distintos.

Pero más allá de los detalles, los símbolos de la República, el funeral de Estado nos demuestran la trascendencia de la continuidad republicana y democrática, ese es su fin último. Es el rito del poder, la liturgia del mismo. Que recordemos al alto dignitario que ha partido para valorar que pertenecemos a un todo, a una nación, a una sociedad y comunidad de valores compartidos, más allá de nuestras diferencias.

Debe ser anotado. A todos nos sorprendió y nos hizo por un momento confiar en el futuro. La delicadeza de las vocerías del Presidente Boric y de una emocionada ministra Tohá, para anunciar el fallecimiento del Presidente Piñera, la preocupación por los ritos, el cariño humano a una familia destrozada en el abrazo del Presidente a Cecilia Morel.

Todos creemos aún que se puede cambiar el tono de nuestra política. Es más, las formas del Presidente Boric dicen mucho de lo que quizás ocurre dentro de él. No solo de su humanidad, sino además, probablemente de como el mismo confesó “sentarse en el sillón de O´Higgins” lo han hecho ponderar de manera distinta el peso del poder, la soledad del mismo. Se vio a ese Presidente cabizbajo reconociendo que no había sido justo ni él, ni su sector con el mandatario fallecido.

Lo anterior, llevó al Partido Comunista primero, y al Frente Amplio después a generar sus últimos gimoteos octubristas, con el grito en el silencio por la guardia al féretro de la ministra Camila Vallejo (PC), quien indigestión por medio -cual excusa colegial- no pudo resistir los estertores de un sector que aún, y quizás nunca, pueda entender la naturaleza de la continuidad democrática liberal. Los berrinches de las diputadas del PC y el FA, como la presión ejercida sobre la presidencia y el Gobierno esta semana nos demuestran lo frágil que son las convicciones democráticas de estos sectores. La disidencia no es aceptable, los gestos de unidad y respeto no se pueden ejercer, y Vallejo cometió -para ellos- el inexcusable error -que también desde ese sector le achacan al Presidente Boric- de pararse al lado de alguien que para ellos fue un “violador sistemático de derechos humanos”. El último falso grito del octubrismo, desmentido por la Presidenta y ex Comisionada Bachelet, por sendos informes en materia de derechos humanos y por la propia Vallejo ahí parada. Su gesto los hizo demostrar que poco les importa la verdad, lo importante es que parezca, porque ¿o Vallejo consintió al pararse ahí aprobar tácitamente que el ex Presidente no era ese dictador inventado, o bien sostuvo, que la tesis de su sector -de que Piñera lo era- se desmoronaba en su cara compungida llena de un dolor ficticio?

No es uno quien puede lograr escudriñar el alma de los demás, pero las reflexiones del Presidente parecen sinceramente maceradas en la soledad del poder, donde cada vez más solo y acorralado por su propio sector, comienza a darse cuenta, a dos años del término de su mandato que de triunfos hay muy pocos, de torpezas, corrupción y nepotismo mucho, que de desarrollo y grandes obras dará poco que hablar, y que el futuro no lo tratará quizás con la justicia de su antecesor.

¿Llegó el momento en que el Presidente Boric se da cuenta, por fin, que quien arrastrará el peso de la historia será él, y que sus colaboradores, coaliciones y seguidores serán con suerte un pie de página en esa historia larga, que es la que se empezó a escribir esta semana del fallecido Presidente Piñera?

¿Resistirá la pulsión antidemocrática de su sector, y entenderá que debe dejar de gobernar para su 30% y hacerlo para los chilenos? ¿Habrá sido capaz de entender que cuando, llegue su hora, y los ritos y símbolos de la continuidad democrática pasen por él, la historia será inexorable y la lenidad y brutalidad de quienes lo acompañan serán el tono que marcó su presidencia?

Estamos por verlo, es muy pronto para sacar conclusiones, pero que el tono presidencial y profundo apareció lo hizo, veremos cuánto dura. No me hago ilusiones.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.