Columna de Juan Ignacio Brito: Sonambulismo demográfico

Longevidad


La discusión sobre las pensiones ronda en torno a lo que incluye -o dejará de incluir- el proyecto presentado por el gobierno. Hay, sin embargo, una ausencia que pocos parecen advertir en el debate y en el texto: el aumento en la edad de jubilación.

Es esta otra muestra más del sonambulismo que a ratos caracteriza la conversación pública en Chile, un país cuyos líderes exhiben una aguda habilidad para concentrarse en lo accesorio y descuidar lo realmente importante. En este caso, el elefante en medio de la habitación es la crisis demográfica en la que nos venimos hundiendo desde hace ya largo tiempo.

Enfrentadas a un asunto serio que amenaza al país en variadas dimensiones, la consciente decisión de nuestras autoridades ha sido seguir la estrategia del avestruz: esconder la cabeza y esperar que el problema se arregle por sí solo, como si tal cosa fuera posible.

La conjunción entre una natalidad baja y el aumento de la esperanza de vida provoca el envejecimiento de la población, una tendencia que los inmigrantes solo alivian en parte. Una población encanecida supone una serie de desafíos y cambios en el ámbito productivo (mano de obra más cara debido a la disminución de la masa laboral), social (menor conflictividad y mayor resistencia al cambio), sanitario (opción por nuevas especialidades médicas, prevalencia de enfermedades asociadas al envejecimiento), de consumo, adaptación tecnológica y, por supuesto, en el sistema previsional, más todavía si se pretende que este contemple un componente solidario intergeneracional donde los que trabajan financian las pensiones de los ya retirados.

En la base de esta crisis se encuentran componentes culturales como el individualismo y el materialismo. Tener hijos ha llegado a ser visto como un peso tan insostenible que las nuevas generaciones optan por buscar su realización en el desarrollo de una carrera profesional “exitosa”, lo que va aparejado con la postergación del matrimonio y la paternidad. Peor aún, hablar de este tema parece sugerir un talante “conservador” y religioso, una combinación de la cual muchos hoy huyen como del veneno.

La consecuencia es que nadie hace nada mientras la situación tiende a hacerse más intratable y profunda. Esto ocurre pese a que ignorar el problema significa cometer la más grave injusticia intergeneracional, pues pone una carga sobre los chilenos que aún no nacen y los niños y jóvenes de hoy.

Este es uno de esos asuntos complejos que demandan respuestas interdisciplinarias, una muñeca política hábil para coordinar diversos frentes e intereses y una mirada de futuro que hoy no abunda. Se trata de una cuestión de la mayor seriedad que requiere la intervención de estadistas. Por desgracia, hace un buen rato que en Chile tampoco tenemos de esos.

Por Juan Ignacio Brito, periodista

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