¿Qué hay detrás de la tormenta regulatoria de China?
Individualmente, muchas de las reglas tienen sentido. Pero tomadas en conjunto, es una clara expansión del gobierno y del Partido Comunista chino, argumenta un experto en China.
Las autoridades de China atrajeron la atención del mundo durante el 2021, con una serie de cambios regulatorios y de políticas abruptos e imprevistos. De un plumazo, los reguladores eliminaron cientos de miles de millones de dólares de valor de capital e impusieron regulaciones nuevas y más restrictivas en una variedad de sectores, desde las finanzas por Internet hasta la educación.
La realidad es que muchas de las acciones chinas tienen un fundamento regulatorio razonable y pueden defenderse fácilmente de forma individual. Pero desde una perspectiva más amplia, no hay duda de que las últimas acciones gubernamentales representan una expansión sustancial del poder del gobierno y del Partido Comunista chino. A partir de ahora, todas las empresas que operan en China -incluidas las extranjeras- tendrán que averiguar qué quieren el presidente Xi Jinping y el partido, y estar preparadas para responder con agilidad. Es probable que esta nueva realidad hiperpolitizada perjudique a largo plazo el rendimiento de la economía china y, sin duda, plantea nuevos riesgos para los inversionistas y los operadores comerciales.
Timing plausible
Echemos un vistazo más de cerca a algunas de las nuevas regulaciones, que no solo eran plausibles, sino que también, al menos en términos de tiempo, pusieron a China por delante del mundo. Por ejemplo, se ha impuesto una serie de restricciones al uso de datos y prácticas monopólicas por parte de los gigantes de Internet de China. Las empresas de Internet se enfrentan a nuevas y estrictas limitaciones en su capacidad para explotar los datos recopilados de sus innumerables actividades comerciales en otros tipos de negocios, incluido los financieros.
La seguridad de los datos nacionales también se ha intensificado, lo que casi con certeza conducirá a la exclusión de las empresas chinas de las bolsas de valores estadounidenses, ya que los reguladores estadounidenses exigen más acceso a los datos chinos por parte de los auditores, mientras que los reguladores chinos ahora permiten menos acceso. Estas medidas son controvertidas, pero también abordan directamente problemas que los países desarrollados, incluido Estados Unidos, reconocen, pero que hasta ahora han fallado en actuar.
Además, las acciones chinas abordan problemas reales de la economía nacional china. Los gigantes chinos de Internet han ejecutado prácticas de exclusión incluso peores que los gigantes estadounidenses de Internet; y los servicios financieros de Internet se estaban expandiendo rápidamente hacia áreas financieras grises con solo la más débil de las coberturas regulatorias. Por lo tanto, se puede considerar que los responsables políticos chinos están abordando sus propios problemas, al mismo tiempo que avanzan como proveedores para el mundo respecto de los estándares regulatorios, posicionándose como una alternativa a Estados Unidos y a la Unión Europea.
Si las medidas que propone China se detuvieran aquí, sería razonable tratarlas como un régimen regulador nuevo y expansivo. Pero no lo hacen. El presidente Xi también ha propuesto una gran cantidad de nuevos objetivos políticos, cuya búsqueda implica una expansión sustancial del poder del gobierno y del Partido Comunista chino.
Los nuevos objetivos inmediatamente relevantes para las empresas incluyen la autosuficiencia tecnológica, la seguridad de los datos, la eliminación de riesgos en el mercado de la vivienda y el camino hacia la neutralidad de carbono. Pero otros objetivos nuevos y amplios también afectarán rápidamente a las empresas. Consideremos, por ejemplo, la orden por la que se les retira la licencia a las empresas de tutoría y se les exige que se vuelvan a registrar como organizaciones sin fines de lucro. Esto no fue por ningún motivo comercial. Fue porque el presidente Xi estaba cada vez más preocupado de que los costos excesivos y el estrés estuvieran desanimando a las familias chinas de tener más hijos.
Si bien los nuevos objetivos han ganado importancia, no han desplazado la meta general a la que China se ha dedicado durante una década: construir una base industrial de alta tecnología que sea líder en el mundo. China ya ha invertido cientos de miles de millones de dólares en industrias que encarnan la trinidad de la revolución tecnológica, datos, inteligencia artificial y telecomunicaciones de alta velocidad. China ha estado apostando a que el compromiso total con estas nuevas tecnologías de uso general lo impulsará en un camino hacia el liderazgo mundial.
El compromiso de China con estos objetivos de alta tecnología no ha vacilado ni un ápice, pero las nuevas medidas políticas, definitivamente, han enturbiado las aguas. Hace un par de años, las empresas privadas sabían lo que el Estado quería de ellas: impulsar la alta tecnología y ser parte del equipo de China. Pero ahora el Estado exige lealtad a un conjunto de objetivos mucho más amplio, diverso y en constante cambio. Ninguna empresa privada puede darse el lujo de ignorarlos, sobre todo porque el Estado ha demostrado su voluntad de ser caprichoso y brusco.
El panorama general
La “tormenta de verano” (verano boreal), en otras palabras, no fue solo una tormenta regulatoria. En cambio, representó una importante expansión del alcance del Estado chino, que -por decirlo suavemente- ya era considerable. Si bien casi todos pueden encontrar algo que les guste entre las nuevas regulaciones, sería ingenuo no ver el panorama general: el Partido Comunista chino ahora está afirmando su derecho a dirigir directamente el comportamiento en franjas virtualmente ilimitadas de la sociedad china.
Además, casi todas estas medidas tienen una motivación de seguridad directa: seguridad de datos; seguridad financiera; seguridad tecnológica; seguridad de la cadena de suministro; bioseguridad. Y seguridad ideológica. Todas las limitaciones en información que implican los cambios del verano boreal conducen directamente a un control más estricto por parte del Partido Comunista de la ideología y la cultura. China, como mínimo, se está preparando y cerrando para una divergencia prolongada con el orden mundial dominado por Estados Unidos, asegurando el control sobre su base de operaciones y buscando la capacidad para sobrevivir a la tensión, la hostilidad o incluso algo peor a largo plazo.
Sin duda, los Estados modernos deben legislar sobre un amplio espectro de ámbitos políticos, y la seguridad nacional es una preocupación legítima de todos los gobiernos. Sin embargo, también es sorprendente que la expansión del alcance del poder estatal chino en 2021, a menudo, se haya producido sin instrumentos de política apropiados y razonablemente efectivos. Por ejemplo, Xi también ha decretado un impulso para la “prosperidad común”. Las medidas serias para reducir las enormes brechas de ingresos de China requerirían cambios importantes en la política fiscal y de seguridad social, que actualmente no hacen casi nada para mejorar la desigualdad en China. Tales cambios de política serían efectivos e implicarían costos modestos para las empresas, que podrían adaptarse fácilmente a las reformas tributarias a largo plazo. Pero los responsables políticos chinos se han negado a impulsar reformas fiscales importantes y, en cambio, han instituido un vago programa de “distribución terciaria”, que en la práctica significa coaccionar a las empresas para que recauden sus donaciones caritativas “voluntarias”. Las empresas en China -tanto extranjeras como nacionales- han tenido que luchar para iniciar y ampliar programas de donaciones sociales. Nadie puede darse el lujo de quedarse sin nada.
La proliferación de objetivos estatales y la falta de instrumentos efectivos ha creado una nueva realidad fundamental dentro de China. Todas las empresas en China se encuentran mirando por encima del hombro para cumplir, o incluso anticipar, los objetivos cambiantes de las autoridades supremas. En cuanto a las empresas estatales, ya no tienen que preocuparse mucho por su capacidad para competir con las empresas privadas: siempre pueden afirmar que sus pérdidas se debieron a sus enormes contribuciones a otros objetivos gubernamentales.
Los cambios regulatorios reales se basan en reglas imparciales y no discriminatorias. Según este estándar, es obvio que la tormenta de verano de China no fue solo una tormenta regulatoria, sino algo más grande. Los vientos siguen soplando y los ciudadanos -y los inversionistas- deberían prepararse para más.
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