La historia de Luis y Hernán: 40 años de una amistad por carta
En 1961, Luis Valdés Quevedo, habitante de Catillo, un pueblo de casas bajas y olor a leña en la comuna de Parral, escribió en el diario colombiano El Campesino un anuncio: "Chileno quisiera entablar comunicación con algún colombiano". El resultado fue un intercambio epistolar que duró 40 años con Hernán Aguilar, un agricultor que vivía en medio de las guerrillas. Hoy ninguno puede recordar cómo fue su amistad a la distancia: el colombiano tiene alzhéimer y el chileno murió hace más de una década. Pero sí queda la voz de quienes los conocieron y, claro, algunas de sus cartas para reconstituir esta historia.
Josefina Aguilar, hija de Hernán Aguilar:
"Todo partió en 1961, cuando Luis Valdés Quevedo publicó un anunció en el periódico El Campesino. Al parecer, por onda corta escuchaba una radio colombiana y así supo de este. Decía algo así como: 'Chileno quisiera entablar comunicación con algún colombiano'. El mensaje llegó a El Solferino, la finca en Antioquía donde vivía mi padre con sus hermanos. Lo leyó una de mis tías, Josefina, quien empezó a escribirle. Así nació la amistad por cartas de Luis con mi familia. El año 65 ella cumplió 25 años, sintió que estaba muy vieja, que ya no se iba a casar y decidió irse a un convento. Entonces, le pidió a mi papá, Hernán Aguilar Hernández, que siguiera escribiéndole a Lucho".
Hugo Torres, sobrino-nieto de Luis Valdés:
"Mi tío se llamaba Amado Luis Valdés Quevedo. Nació en 1913, creo que en Longaví. Estuvo en Santiago. Luego fue trabajador público en la oficina del Registro Civil y Correos de Catillo. Yo llegué a vivir acá en 1985, a los 12 años, y él ya estaba jubilado. Vivíamos con mi mamá, que era su sobrina".
Josefina Aguilar:
"Mi papá era un gran lector y le encantaba la literatura. En la finca sólo tenían un libro: Las mil y una noches. Lo leía y les contaba las historias a sus hermanos después de las cinco de la tarde, cuando terminaban las faenas. De niñas, a mí y a mi hermana nos contó Las mil y una noches, a Perrault, a Hans Christian Andersen, todos los cuentos. Cuando llegamos a vivir en Medellín vimos los cuentos de los hermanos Grimm en la televisión y no lo podíamos creer: jurábamos que los había inventado él".
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Luis Valdés trabajando la tierra en Catillo.[/caption]
Hugo Torres:
"Mi tío nos hablaba de su amigo colombiano. Un día empezó a escribir una carta, decía 'estimado' (porque siempre se trataban de estimados). Le pregunté quién era y me dijo que era su amigo de Colombia. Esto fue el noventa y tantos. Recuerdo haber visto las cartas de Colombia, la letra del caballero era muy bonita. A mi tío le gustaba escribir correctamente, sin ningún error ortográfico. Y siempre estaba leyendo su amada Biblia".
Josefina Aguilar:
"En las cartas mi papá cuenta todo lo que va pasando: cuando se enferma mi abuelo, cuando se muere, cuando decide casarse con mi mamá, cuando nacemos mi hermana y yo. En cada carta Lucho le pregunta por sus hermanos, que eran 14. Decía que quería saber de 'sus hermanos' Aguilar Hernández. Sabía también los nombres de los hijos de los hermanos de mi papá".
Catillo, noviembre de 1976
Estimado hermano:
Me refieres que, en El Solferino viven tu madre, Enrique, Carlos y Blanca; que Lucita y Josefina andan derramando luz, consuelo y bondad en Sabanalarga y Zaragoza, respectivamente; que de los restantes, unos, están en Medellín, otros, en otra parte. Pues… chico, para todos, presentes y ausentes va, a través de ti, mi respetuoso y cordial saludo, homenaje que amplío y amplifico para tu progenitora puesto que ella, siendo madre tuya, también es mía.
(...)
Y ahora, muchacho, ¿qué te puedo decir de Luz Estela y Josefina, mis nuevas sobrinas que Dios me ha dado? En nuestro idioma o cualquier otro faltan palabras para que yo pueda ponderar con exactitud la dicha que siento. Sin embargo, diles que ellas son bienvenidas al corazón de este chileno.
Hugo Torres:
"Él se ponía ansioso para esperar las cartas. Al principio llegaban al correo de Catillo, pero lo sacaron. Como en el 97 dejaron de escribirse porque no sabían dónde mandar las cartas. Después había una persona que traía las cartas de Parral y él, como sabía que las repartía, le preguntaba si había alguna para él. Cuando llegaban se sentaba a leerlas y ponía su música clásica, que escuchaba en la radio de la Universidad de Talca".
Josefina Aguilar:
"En 1981 nos vinimos a vivir en Medellín y perdimos contacto con Luis. Pero en 1984, él 'encontró' a mi papá, quien tenía una tienda en Bello, un municipio cercano a Medellín. Llegaba los domingos en la tarde a casa y traía todo el mercado de la semana en un costal. Un día ahí venía una carta. Mi mamá la tomó y dijo: 'Llegó carta de Lucho'. Fue la primera vez que oí hablar de él, tenía seis o siete años. El único momento que tenía para escribirle a Lucho eran los lunes festivos, en que no iba a la tienda. Se sentaba y yo, que era muy metida, le preguntaba 'papi, ¿qué le estás escribiendo?'. Él me leía la carta y me preguntaba qué más le contábamos. Así me convertí en su suerte de secretaria de cartas. Yo era la encargada de dejarlas en el correo. Tienen que haber sido unas 120 cartas en los 40 años".
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Josefina Aguilar:
"Nos acostumbramos a pensar que teníamos un tío que vivía en Venezuela, tres en Estados Unidos, que eran los hermanos de mi papá, y otro en Chile, que era Lucho. Por eso cuando tuve que presentar la propuesta de trabajo final para un magíster de escritura creativa decidí contar la historia de mi papá y Lucho. Mi papá siempre tuvo el deseo de conocerlo. Fui un par de veces a Chile, pero no se me ocurrió llevarlo, sólo para que pudiera ver la cordillera de los Andes. Siempre me quedó esa espinita y ya no es posible: lo diagnosticaron con alzhéimer hace tres años y perdió casi completamente el habla y la movilidad".
Catillo, noviembre de 1976
(…)
Algunas noticias de Catillo, tu patria chica:
La primavera es reina y señora de este lugar y de Chile. Todo luce bien: flores que ríen, charlan y perfuman el ambiente. Pájaros que rivalizan en canto, vuelos y acrobacias. Campos cubiertos de bosques y cultivos y, al oriente, la magnificencia de la cordillera de los Andes, exquisita demostración del poder del Padre Eterno.
Pero no todo es reír y cantar, no! Desde hace un rato un tábano impertinente, cansa y molesta a este fulano. Le he rogado y suplicado que deje de fregarme la cachimba, pero él continúa sin darse por aludido. De seguir las cosas así, habrá que tomar una medida drástica y perentoria ¿verdad?
En este momento, 15.47 horas, la radio dice: Tiempo presente, claro y despejado a lo largo del territorio; temperatura actual 21 grados; visibilidad buena e ilimitada; viento del sur 29 kilómetros por hora; presión barométrica 1027 milibares.
Adelina Maureira, conocida como Osi, vecina y ex suplementera de Catillo:
"A don Luis lo conocí cuando llegamos acá, en el 64. Mi madre le dio pensión de almuerzo 5 años. Era una persona alta, con poquito pelo. Siempre le decía a mi mamá: 'señora Rosa, mándeme lo que usted quiera de almuerzo. Pero que no sea chanfaina, que son unos interiores que se hacen en carbonada'. Nunca le gustó porque decía que cuando chico su mamita mataba el cordero y lo aburría con la chanfaina. Le gustaban las pantrucas y los porotos. Tenía entendido que don Luis era casado, pero no tuvo hijos. Creo que la señora se llamaba Yolanda, pero cuando se vino desde Santiago llegó solo. Él vivía con su sobrina esquizofrénica, la Emilia, y con el hijo de ella, el Hugo".
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Luis Valdés junto a Emilia, su sobrina, y Hugo, el hijo de ella, en Catillo.[/caption]
Hugo Torres:
"Parece que era viudo, aunque parece que tuvo dos señoras. Ellos eran cuatro hermanos: Jorge, Eduardo, Natalia y él. Era como todos, con su lado bueno y malo, aunque se notaba mucho lo malo: me retaba, me echaba chuchadas, me pegaba, castigaba a mi mami. Era mañoso y enchapado a la antigua. Podía estar muy alegre, gruñón, retándote o conversando contigo y si le molestaba algo que dijiste llegaba hasta ahí nomás la conversa. ¡No era bipolar, era tripolar! Tenía mala relación con sus hermanos y su mejor amigo era don Domingo, el vecino que vivía al frente. Él era su mano derecha".
Domingo Villagra, vecino:
"Era muy buen vecino, muy reservado. Nosotros éramos vecinos así nomás: nos saludábamos y nada más. Alcancé a compartir con él un año antes de que muriera. Con mi señora lo cuidamos un poco antes de eso".
Catillo, sin fecha:
(...)
Algunas breves noticias: mi esposa en Santiago con marca-pasos, única manera de seguir viviendo. La atienden mi hermana, mis hijos y nietos. Acá, en Catillo, Emilia con una oligofrenia después del accidente que sufriera. Esta chica olvidó todo o casi todo: no recuerda el padrenuestro ni las tablas de multiplicar. Sin embargo recuerda leer. Además de tío tengo que hacer las funciones de padre, madre y enfermero.
Jorge y yo cautelamos el humilde patrimonio que nos dejaron nuestros padres y antepasados, labor que, en mi caso, se acrecienta con las actuales vicisitudes de mi familia; pero ¿dónde no hay, no hubo o no habrá penas, angustias y dolores?
Josefina Aguilar:
"Para nosotros fue muy sorprendente saber hoy que Lucho no tenía hijos ni nietos porque siempre lo creímos así y no sé por qué nunca hablaba de eso en las cartas. En las cartas nos contaba de Jorge, de Emilia y de su esposa".
Adelina Maureira:
"Su casa era muy admirada y cuando venía gente de afuera le tomaban fotografías. Un año Los Jaivas vinieron a la Semana Parralina, se los trajeron a las termas y uno de ellos estaba tomándole fotos. Era una casa con corredor por tres lados".
Yeni Soto, secretaria junta de vecinos número 15 de Catillo y ex alumna del Colegio Alberto Molina Castillo, única escuela de Catillo:
"Siempre estaba sentado en el corredor de su casa con una frazada en la espalda. Recuerdo que por el año 90 se acercaban los jóvenes que salían del colegio, que estaba al frente, a la malla de su casa, que tenía una camelia roja. Los niños le gritaban cosas o le pedían plata y él les decía que si se pasaban la lengua por la espalda les pasaba plata. ¡Imposible! Era solitario porque tenía un genio medio mañoso".
Pedro Muñoz, profesor por 40 años en el Colegio Alberto Molina Castillo:
"Luis colaboraba bastante con la escuela. Los fines de semana se encargaba de mirarla, de vigilarla. Era un apoderado bien cooperador con el Hugo. Con él y la Emilia era bien estricto respecto a las reglas. En voz alta les llamaba la atención".
Hugo Torres:
"Él me retaba mucho, aunque también me ayudó harto. Me pasaba cualquier cosa y estaba siempre ahí. Lo veo como un padre porque me dio la (educación) básica, la media y la oportunidad de seguir estudiando y la desaproveche. Él quería que fuera carabinero, detective o gendarme y no postulé a ninguna porque me fracturé la cadera. Yo era muy bueno para el dibujo y quería estudiar algo relativo a eso, pero él no quiso. Entré al Instituto Massachusetts, en Linares, a una carrera agrícola. Estudié un puro año y después no di más porque había que viajar todos los días y llegaba tarde a las clases. Todavía me acuerdo cuando me dijo: 'Yo ya cumplí con darte estudios, lo desaprovechaste, así que ahora gánate la vida por tu cuenta'".
Adelina Maureira:
"Lo tenían catalogado como una persona loca. Los niños del colegio se reían de él y lo catalogaban como enfermo, pero no lo era. Algunos le tenían miedo. Era una persona que no le hacía mal a nadie; era muy culto, pero por la manera de ser de él nadie lo tomaba en cuenta, porque de repente estaba conversando con alguien y le daba rabia y se iba".
Pedro Muñoz:
"Era muy buen lector. Hay una buena biblioteca en la escuela y él se leyó casi todos los libros. Siempre venía a buscarlos. Era muy bueno para escribir poemas. Hace unos 20 años publicamos un folleto tipo revista del colegio y él nos hacía poemas a la escuela que nosotros publicábamos".
Adelina Maureira:
"Los niños de la escuela le pedían que los ayudara a hacer las tareas; y otros del pueblo, a escribir cartas. Gabriel Vega, el mejor amigo de su hermano Jorge, le pedía que le escribiera las cartas".
Juan Chandía, garzón en el restaurante de las Termas de Catillo
"De niño lo conocí. Venía a la iglesia, cantaba muy bonito y nosotros cantábamos con él. Era simpático y muy educado, teníamos unas conversaciones largas. Yo fui militar y estuve mucho tiempo en Putre y un día, conversando con él, de repente me dice: 'Oiga don Juan, ¿allá se usaba la llareta, que es una planta que se da en el altiplano, como leña?'. A mí me extrañó y le pregunté si él anduvo por allá y me dijo: 'No, yo estudio'. Y era verdad: siempre se veía estudiando".
Catillo, junio de 1977
(…)
Este país está recibiendo extrañas visitas por sus cuatro puntos cardinales. En efecto, los platillos voladores aparecen y son el pan cotidiano, y, el caso más insólito se registró en Putre, donde una patrulla militar tuvo un encuentro con uno de esos bichos. El jefe de la facción se entrevistó con los tripulantes de tal platillo por espacio de quince minutos; pero cuando se reintegró a sus hombres ¡estaba cinco días más viejo! ¿Cómo?... pues, su reloj, que tenía calendario, había registrado cinco días a bordo del OVNI durante el cuarto de hora que estuvo ausente de sus… (ilegible).
Colombia, tu hermosa Patria, también ha tenido experiencias con estos platos, y, en Bogotá existe una consecuencia ingrata y penosa, pues un aviador quedó ciego luego de sufrir un roce con pájaro semejante.
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Hernán Aguilar con su esposa, Fanny Ríos, y su hija Luz, en 1976. Ella está embarazada de Josefina.[/caption]
Josefina Aguilar:
"Ellos tenían en común la vida de campo. Para mi papá era muy sorprendente cuando Luis le hablaba de las estaciones en Catillo o de los desastres naturales. Hay una postal sobre Antofagasta, donde le cuenta de una inundación grandísima y que hubo muchos muertos. Hay otra carta donde le habla que Chile tuvo el invierno más terrible del mundo y que el año anterior había tenido el verano más seco. Esas eran sus conversaciones".
Catillo, sin fecha
Felicidades para ti y toda tu familia, cuando estas palabras lleguen a tus manos.
Muchacho: ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto silencio?
Quiero suponer que tú me has escrito, y, quiero, suponer, además, que esa comunicación se ha perdido.
Para equilibrar ambas suposiciones es lo urgente y principal que te envío estas líneas, invitándote a que me contestes cuanto antes. ¿Estamos?
Porque ha habido un invierno truculento y… fatal. Tanto que el puerto y ciudad de Antofagasta quedó sepultado en el lodo, luego de una lluvia cruel e hipócrita.
Hernán: Salúdame a tu esposa e hijas, salúdame a todos nuestros Aguilar Hernández, y, tú recibe mi afecto fuerte, cordial y sincero.
Hugo Torres:
"Las cartas lo ayudaban a escapar de Catillo. Eran su fuente de salida al encierro que tenía porque a veces se quedaba en la casa y no salía a ninguna parte. Cuando hacía frío o llovía mucho, se quedaba encerrado con el humo del brasero. Nos sentábamos ahí con toda la ropa ahumada".
Josefina Aguilar:
"Ellos tuvieron vidas paralelas; hay una coincidencia muy bella y es que los dos estaban muy lejos del mundo. Mi papá vivía en medio de una zona selvática donde se desarrolla uno de los grupos guerrilleros más fuertes de Colombia, el Ejército de Liberación Nacional, y Lucho vivía en una zona muy alejada. Él tenía la dictadura; y mi papá, las guerrillas. De hecho, la comunicación entre ellos ocurre muy fluidamente hasta 1973. Con la dictadura las cartas ya no llegan. En una de 1977, Lucho le escribe al embajador de Colombia en Santiago pidiéndole que le reenvíe una copia de una carta anterior a mi papá porque presiente que no le llegó. Efectivamente, esa carta nunca llegó y la que recibe mi papá es la copia enviada por la embajada".
Catillo, junio de 1977
Excelentísimo señor embajador:
El catillano que roba a usted su alta y distinguida atención lo hace acuciado por una preocupación que lo tiene muy angustiado.
El suscrito mantiene una amistad muy estrecha, fraternal y sincera con una noble familia colombiana. Esta relación, hasta el presente, es sólo epistolar y son muchas, muchísimas las cartas que el modesto chileno ha intercambiado con todos y cada uno de los miembros de esa destacada familia, colombianos que, a su modo y manera, bregan por engrandecer y dar más lustre al brillo actual de Colombia.
El año pasado recibí una hermosa misiva del señor Hernán Aguilar Hernández que el chileno se apresuró a contestar; pero dicha contestación ¿llegó a manos del destinatario? Parece que tal respuesta se haya extraviado.
Hoy, señor embajador, a través de su buena voluntad este antártico sujeto intenta llegar a su familia y, así, ruega a Su Señoría se sirva ordenar se traslade ésta y la que adjunto -duplicado de la perdida- a la persona que más abajo especifico.
Con todo respeto y mucha gratitud saludo a usted, suplicándole, además, trate de disimular, lo mejor posible, el disgusto que con todo esto le pudiera causar.
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Hugo Torres:
"Él sabía que le iba a llegar la hora de 'despedirse de este mundo', como decía. No decía morirse, le tenía miedo a la muerte. Empezó a decaer y decaer, a quedar postrado, dejó que lo cuidáramos hasta el último y ahí mi mami lo cuidaba a él. Hasta que lo vimos partir, murió el 17 de diciembre de 2003. Antes nos dejó bien, con casa propia. Me acuerdo que nos llamó a los dos y nos pidió perdón".
Josefina Aguilar:
"Mi papá dejó de recibir las cartas de Lucho como en el 2001. Me pidió que escribiera y preguntara a ver qué pasó. Mandé una carta a la misma dirección del remitente, que era una cosa muy elemental: Catillo, Parral, Chile. Nunca recibimos respuesta y la cosa quedó así".
Hugo Torres:
"La nuestra era una casa grande, de 15 o 20 metros de largo, con murallas gruesas y techos altos. Tenía tres piezas con entrada y salida. En septiembre de 2003, antes de que él muriera, nos cambiamos y la revisamos: mi tío tenía una pieza llena de escritos y hojas, era muy cachuriento. Ahora dirían que tenía mal de Diógenes, pero sólo de papeles. Ahí encontré cartas, sobres, diarios. Los vecinos nos decían que esas hojas eran pura acumulación de ratones y para evitarlo se quemó todo, estuvimos un día entero quemando papeles. Puede que ahí hayan estado las cartas de Colombia".
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