El acuerdo de París debe ser solo el comienzo




Con bombos y platillos, en diciembre de 2015 los 195 miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático firmaron el Acuerdo de París. Es una genuina hazaña de colaboración internacional. Nunca antes tantos concordaron metas así de ambiciosas. El acuerdo establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), así como medidas de  adaptación y criterios de resiliencia de los ecosistemas. La aplicación tendrá lugar a partir de 2020, año en que finaliza la vigencia del Protocolo de Kioto, y establece la fijación de metas hasta 2030.

Son fabulosas noticias, sin duda, pero solo en su categoría. Me explico: el cambio climático es el problema ambiental más conocido y más mediático, pero es solo uno de muchos. La actividad humana genera impactos a todo nivel, en decenas de variables ambientales, algunas más importantes que otras.

Una manera simple de ver el dilema global en que nos encontramos la proveee el concepto de "huella ecológica", de la que la "huella de carbono" es solo una parte. Cada año, una red global que estudia nuestro impacto sobre el planeta nos recuerda que estamos sobregirados en aproximadamente un 60%. Es decir, necesitamos 1,6 planetas para proveer los recursos y absober los residuos de nuestras actividades y consumos. El déficit, de manera similar a las emisiones de GEI, no se reparte en forma homogénea, pues mientras países como Estados Unidos, Arabia Saudita, Reino Unido y Japón poseen una huella ecológica del orden de cinco veces superior a las de su capital natural, otros aún poseen un superávit ambiental (por ejemplo, nuestros vecinos Brasil y Bolivia). En Chile actualmente exhibimos un déficit de 20% aproximadamente, bajo la media planetaria, pero al debe desde 2005.

A objeto de ofrecer una mirada más desagregada de nuestro desempeño ambiental, el Centro para la Resiliencia de Estocolmo ha propuesto nueve variables consideradas prioritarias, o límites planetarios. Estos son 1) capa de ozono estratosférica, 2) biodiversidad, 3) contaminación de nuevos productos químicos, 4) acidificación del océano, 5) consumo de agua dulce y el ciclo hidrológico global, 6) cambio en el uso del suelo, 7) ingreso de nitrógeno y fósforo a la biosfera y el océano, 8) carga de aerosoles atmosféricos, y 9), por supuesto, cambio climático. La lista se podría extender, pero estas son las esenciales.

Muchas de estas variables están interrelacionadas entre sí. El aumento de dióxido de carbono en la atmósfera, por ejemplo, ocasiona cambio climático y acidificación de los océanos, el cambio en el uso de suelo impacta en la diversidad, etcétera. Los esfuerzos en un frente, por lo tanto, suelen impactar el desarrollo de más de un indicador. Pero la lista es una manera comprensible de individualizar las áreas más relevantes donde concentrar la atención.

¿Y cómo estamos?

Nada de bien, por desgracia. Hemos sobrepasados nuestra cuota de incorporación de nitrógeno y fósforo a los ecosistemas. Lo mismo ocurre en el plano de la biodiversidad, como consecuencia de la pérdida de diversidad genética. En otras tres variables nos encontramos en la zona de riesgo. Tal es el caso del cambio climático, cambio de uso de suelo y acidificación del océano. Solo pisamos sobre seguro en el uso de agua dulce y en la capa de ozono. Respecto a las dos métricas restantes –aerosoles en la atmósfera y contaminación de nuevos productos químicos- la comunidad científica no ha logrado reunir suficiente evidencia para fijar un diagnóstico.

No sólo los científicos han alzado la voz. Desde el informe Brundtland, Nuestro Futuro Común (1987) hasta la encíclica Laudato si, del papa Francisco (2015), el mensaje ha sido consistente: en nuestra casa común todo está conectado, y no podemos resolver un problema ambiental sin tomar en cuenta también los otros.

Podemos sentarnos a discutir sobre la composición exacta de esa lista de nueve, pero una cosa es segura: el cambio climático es solo el representante más conspicuo de un patrón más global. Estamos tomando de la Tierra más de lo que ella puede dar. Mientras las naciones se desvelan para alcanzar sus metas para evitar el cambio climático, el nitrógeno y fósforo se están transformando en la próxima bomba de tiempo.

En La Ruta Natural creemos que el Acuerdo de París está bien inspirado: permisos transables, y que responden al historial de desarrollo de cada país miembro. Pero es incompleto. La próxima ronda (¿París + 10?), debemos comenzar a hablar de la inclusión de estos ilustres ausentes.

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