Derecho y política




Resulta paradojal la evolución que están experimentando tanto el derecho como la política en el último tiempo en nuestro país. Tradicionalmente los conflictos jurídicos se han resuelto encontrándole la razón a una parte en detrimento de la otra. La tarea de los jueces consiste precisamente en determinar a quién le asiste el derecho para luego adjudicarle, a través de su sentencia, lo disputado. De allí que se diga que los conflictos jurídicos son de aquellos de suma cero: en que todo lo que gana uno lo hace a costa del otro.

Por múltiples razones esta visión está hoy en cuestión. Se sostiene que la imposición de un veredicto no resuelve los problemas de fondo que hay en una relación, sobre todo en aquellos casos en que ella deberá seguir proyectándose en el tiempo. Que es mucho mejor una solución en que las partes se involucran directamente, construyendo un acuerdo que logra trascender sus meras posiciones para acercar sus intereses más profundos. Que esa es la forma democrática de entender y resolver los conflictos, pues estos -por ingratos que nos parezcan- son parte esencial de la vida y debemos aprender a enfrentarlos y no esperar siempre que sea otro el que nos los solucione. Naturalmente no todos los conflictos pueden resolverse a través de una mediación, pero en el caso de aquellos propios de la convivencia, que no entrañan el uso de la fuerza y en que las partes se encuentran en una situación de relativa igualdad, la calidad de una solución negociada es muy superior a la alcanzada a través de una sentencia. Algo de esto hay en el aforismo de que es mucho mejor un mal arreglo que un buen juicio. De allí que las políticas públicas en materia de justicia hayan puesto un fuerte énfasis en alentar este tipo de soluciones en materias como las de familia, laborales o de consumo.

Como puede apreciarse, el derecho transita así un camino que lo acerca a la forma como tradicionalmente se han resuelto los conflictos en la política, la que siempre ha estado caracterizada como el arte de lo posible, siendo buen político sinónimo de gran negociador.

Pero extrañamente no es lo que hoy en día se observa en la política chilena, en que las posiciones tienden a ser cada vez más inflexibles, en que los acuerdos y el consenso se han convertido casi en malas palabras y en que las cuestiones asociadas al bienestar de los ciudadanos, el objeto de la lucha política, se expresan hoy en términos de derechos, es decir, en un escenario que no admite la negociación sino la imposición. En fin, una forma de hacer política que cree que alcanzando una cierta mayoría, aunque sea circunstancial, basta para no tener que transar nada.

Es curioso que al mismo tiempo que en el derecho hemos ido construyendo una aproximación más pragmática y empática, se ha ido levantando una cada vez más rígida e ideologizada en la política. Más curioso aún es que sean las nuevas generaciones las que están transformando el derecho y que esos mismos actores, cuando se trata de la política, retomen una forma de actuar que creíamos superada.

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