Derrota histórica de la Concertación
El país votó en primera vuelta, abrumadoramente, en un 75%, para que se fuera la Concertación/Nueva Mayoría. La segunda vuelta lo confirmó con un 55%. El Frente Amplio votó contra Piñera por temor al revanchismo derechista, mientras que la Democracia Cristiana, Andrés Velasco y parte de MEO se volcaron a Piñera. Es necesario hacer una lectura adecuada a los hechos políticos recientes, para otear bien el futuro descartando los ideologismos y sandeces que han abundado tanto en Chile Vamos como en la Concertación, así como entre los opinólogos de la plaza. Con gran ingenuidad analítica, y un exceso de influencias familiares, el Frente Amplio ha caído en interpretaciones lineales y parece creer que el camino es moderar los planteamientos y hacer alianza con los derrotados.
Sebastián Piñera ganó holgadamente la elección presidencial porque supo navegar en aguas revueltas, con timón firme y plasticidad táctica. Captó bien que el malestar no es solo subproducto inevitable de la modernización, como majaderamente insiste el rector Peña, y deslizó audaces propuestas populistas, como las exigidas por Ossandón, para dar la impresión de detestar los abusos y precariedades de nuestra modernidad indecente. De otro lado, da tristeza constatar que la Nueva Mayoría demostró estar estructuralmente incapacitada para liderar, es decir, convocar y movilizar extraordinariamente a las fuerzas sociales y políticas reformistas: no sabía hacia dónde, no comprendía el porqué, ni el qué, ni el cómo. Guillier con todo su esfuerzo personal, fue incapaz de enrumbar tal barco a la deriva, que ahora termina de hundirse con más pena que gloria.
La Concertación devenida en Nueva Mayoría fue la alianza hegemonizada por los democristianos (Gabriel Valdés) y la fracción de la derecha del Partido Socialista (Ricardo Nuñez), con un definido rumbo democratizador pero continuista en lo socioeconómico y vacilante en las libertades individuales, esto que llamamos valórico. Gobernó autocomplacientemente por casi 30 años, incluido su influjo en el primer periodo de Piñera, en un contexto de libertades y de modernización indecente. Este ciclo terminó y para siempre. Diciembre 17 quedará inscrito como el día en que se inauguran tiempos raros, que anticipan una encrucijada hasta ahora insospechada. Así de grande es la sorpresa ante los resultados de la primera vuelta y segunda vuelta.
La alta votación por el "cambio a lo Piñera" en el balotaje se puede explicar por tres factores: en primerísimo lugar el cansancio extendido con la Concertación/NuevaMayoría dados su mediocridad y halo tóxico; el miedo a la inestabilidad que aterró a la burguesía y que logró traspasarse a amplios sectores de las capas medias; y las cuatro promesas sustanciales que Piñera y su equipo programático comprometieron ante el país en la hora nona: terminar con el abuso de las AFP y dar pensiones dignas; terminar con el abuso de las Isapres y poner fin a la discriminación en salud; avanzar en la gratuidad del sistema educativo chileno con metas inmediatas de un 60% en las universidades y un 90% en la educación técnico profesional, además de consolidarla en la infancia y la etapa escolar; por último, abrir un debate y proponer iniciativas para abrir paso al matrimonio igualitario. Este es el "programa mínimo" que le facilitó el triunfo a Piñera. Sus ya sabidas, y por cierto necesarias, propuestas sobre delincuencia, crecimiento y empleos no fueron suficientes y así lo demostró la primera vuelta.
Las ilusiones sembradas por la derecha en los últimos 30 días, que les concitó la mayor votación de la historia reciente, pueden devenir en catastróficas para Piñera si son traicionadas.
Dada su historia, difícilmente Piñera, un multimillonario y representante destacado da la modernidad indecente, se atreva a actuar a lo Patricio Aylwin quien, luego de ser uno de los íconos de la conjura del golpe militar junto a Onofre Jarpa, no desaprovechó la oportunidad para reinscribir su nombre en la historia. Piñera no parece tener interés ni coraje para ser un líder nacional que abra paso a una modernidad decente: con estabilidad institucional y social, economía pujante y diversificada para el siglo 21; avances sustantivos en libertades valóricas y; sobretodo, un sólido Estado de bienestar con derechos sociales garantizados para todos y todas. Muchos países que alcanzaron el desarrollo con este mínimo civilizatorio, lo hicieron liderados unas veces por socialdemócratas, otras por socialcristianos, otras por liberales y, en ciertas ocasiones, por derechas republicanas.
Es probable que en el pensamiento de algunos intelectuales y jóvenes que le rodean hoy se acaricie esta posibilidad, pero mascullan con resignación que Piñera, casi con seguridad, defraudará a Chile y las reformas civilizatorias seguirán pendientes. Lamentablemente para el país y su convivencia, Piñera, ante tal encrucijada, no tendrá ni la visión ni las agallas para inscribirse en la historia como un reformista democrático y liberal y, traicionando las esperanzas de las mayorías que lo eligieron, se convertirá en otro gobernante más que durante su mandato llevó al país por el camino de la división y la naturalización del abuso, parapetándose junto a los cavernarios para retardar el inevitable cambio civilizatorio.
Tal vez Piñera pudiese impulsar algunas inocuas reformas tras un discurso gatopardista; para ello podría contar con el apoyo parlamentario de una franja concertacionista, a quienes, en 30 años, no les ha incomodado el statu quo. Ante tal escenario, la respuesta no es la alianza con lo que muere, ni sumarse a la agonía nuevamayorista. Hay que atreverse a cambiar de ciclo. La opción es sacudirse de los Eyzaguirre y Quintana, de los Walker y Alywin, de los Velasco y Campos, de los Elizalde y Gutiérrez. Para eso, en vez de moderar el discurso hacia la ambiguedad del centro, es necesario levantar con más fuerza y convicción las banderas de una sociedad moderna y decente, del ancho camino hacia un desarrollo civilizado del país.








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