Después de la Nueva Mayoría




SOLÍA DECIRSE que La Nueva Mayoría (NM) nació con fecha de término y que tenía un programa limitados al período de la presidenta Bachelet. ¡Así fue! Antes incluso de transcurrir tan breve intervalo, la NM perdió su carisma, la ilusión que la rodeaba y el favor de la opinión pública encuestada. La efectividad de sus políticas y la calidad de su gestión fueron cuestionadas. La gobernabilidad empezó a debilitarse. La cohesión interna de la coalición cesó. Y, al final, no pudo siquiera levantar una opción de continuidad.

Para todos los efectos prácticos, la NM -tal como la conocemos- está concluyendo. Su desempeño, igual como el del gobierno, son negativamente evaluados o solo tibiamente respaldados. El sentido de misión histórica que aún transmite el discurso oficial -esto es, el de grandes cambios que habrían modificado las bases de nuestro desarrollo como nación- despierta escaso eco y es recibido con escepticismo por la sociedad. No hay entusiasmo respecto del legado ni certidumbre frente al futuro.

Más bien, la centroizquierda -que hasta ayer proporcionó la base social a un proyecto de democracia progresista al cual concurrían vertientes socialistas, socialdemócratas con diversos énfasis, socialcristianas y comunitarias, humanistas y social-liberales- se encuentra recién al comienzo de un difícil proceso de recomposición. Y éste se caracteriza por provocar tensiones, se lleva a cabo competitivamente y compromete el propio futuro de este espacio político cultural.

En juego está, primero que todo, la propuesta de gobernabilidad de la centroizquierda. Por un lado, debe competir con una derecha que busca, ella misma, evolucionar hacia posiciones de centroderecha y tomar distancia del populismo nacionalista y del autoritarismo conservador. Hay allí pues una amplia zona de disputa en torno al eje de clases medias de la sociedad y a sus demandas por integrarse a los beneficios de la modernidad. Por otro lado, compite con una izquierda emergente que se proclama contestataria y declara objetivos igualitarios, pero sin sustento de economía política. Hay aquí pues una zona de confrontación ideológica entre reformismo y revolución, o entre capitalismo democrático y capitalismo de Estado conducido por una burocracia militante.

Segundo, está en juego el propio proyecto de centroizquierda, el cual necesita articularse en torno a una propuesta de desarrollo. En su base debe existir una estrategia de crecimiento de las capacidades productivas del país sobre el cual pueda sostenerse un régimen mixto de provisión de bienes públicos, complementado con una fuerte modernización del Estado.

Tercero, está en juego una visión del cambio en democracia. La idea clave es la gobernabilidad del cambio y, el centro de gravedad, los acuerdos en torno a políticas compartidas y a la calidad de su gestión e implementación.

Por último, está en juego la conducción del proceso de recomposición de la centroizquierda, algo que trasciende la contienda presidencial y la duración de la próxima administración. Es una disputa político cultural para la post NM.

Mientras no se reconozca el agotamiento de esa experiencia y la necesidad de un nuevo arreglo de ideas, partidos, alianzas, propuestas y expectativas de futuro, la renovación de la centroizquierda no avanzará.

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