Dos rescates
HACE APENAS ocho años, después de casi cuatro décadas de trabajo sostenido pero silencioso, Lydia Davis empezó a ser reconocida a nivel mundial. Fue en 2009 cuando la editorial Farrar, Straus and Giroux publicó sus Cuentos completos, un hito que permitió aquilatar la originalidad de una propuesta que conjuga la experimentación formal con la cercanía con el lector.
En español se encuentran sus Cuentos completos y No puedo ni quiero. Ambos volúmenes confirman el carácter inclasificable de Davis. Porque sus relatos no pretenden enganchar al lector al primer párrafo, los personajes rara vez tienen nombre, prácticamente no hay diálogos y el contenido se ajusta más a una idea que a un hecho. Lo que sí tiene es que escribe corto, aunque quizá sea demasiado breve para un cuento. Los textos de Davis pueden tener menos de una página; incluso un párrafo.
Como en Kafka y Pessoa, en ella la brevedad corre pareja con la intensidad, la inteligencia se entrelaza con las emociones, y el humor va acompañado de la seriedad. Sus preocupaciones abarcan toda la esfera humana y en la mayoría de los casos la narradora es una mujer de clase media, que reflexiona sobre sus vínculos afectivos, adorable a pesar de sus neurosis, que disfruta de la tranquilidad alcanzada aunque no por ello se sienta satisfecha con el cauce que van tomando las cosas: el avance de los achaques, el descenso del erotismo, el triunfo de los defectos.
Fue Davis, en gran medida, la responsable del éxito actual de Lucia Berlin (1936-2004). Manual para mujeres de la limpieza es para muchos uno de los grandes rescates editoriales del último tiempo. Lucia Berlin empatiza con los caídos sin ser políticamente correcta.
La ironía y una noción casi religiosa de la piedad (o la compasión) por sujetos más o menos marginales, ayudan a entender por qué su voz resulta tan envolvente. Algo tiene que ver el hecho de que muchas de sus historias están sacadas de su propia vida, que es de leyenda: múltiples viajes, tres matrimonios, oficios que van de empleada doméstica a profesora universitaria, alcoholismo y, al final, un tanque de oxígeno para respirar.
Aunque ahora se la pinta como una total desconocida, sus primeros relatos fueron publicados en Atlantic Monthly y The Noble Savage, la revista de Saul Bellow, y su libro Homesick recibió en 1990 el American Book Award. Algunos críticos la han comparado con Carver y otros exponentes del minimalismo. Me temo que hay algo desajustado. Cada cierto tiempo la maquinaria editorial estadounidense echa a correr un nuevo rescate que se presenta como La Gran Injusticia de la Literatura Universal. Si además de buenos escritores han tenido una vida intensa, tanto mejor. Pasó con Richard Yates, hace unos años, y seguirá ocurriendo. Lucia Berlin es una cuentista encantadora, incluso una gran exponente de lo que ha sido la tradición del cuento americano: directo, transparente, realista. Leerla como la mujer que remueve el canon, ese que va de Nathaniel Hawthorne a John Cheever, y que posee a Hemingway y O'Connor en la primera línea, sería una desmesura.








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