Elecciones parlamentarias argentinas
Las elecciones parlamentarias celebradas el domingo pasado en Argentina han generado una apertura hermenéutica en la opinión pública y el mundo político en virtud de las señales que se dejan ver, tanto por sus resultados, como también por la participación ciudadana.
En relación al número de votantes, la expresión de prácticamente el 77% del padrón electoral, casi un 5% más que en las PASO realizadas en Agosto pasado, no deja a nadie indiferente (a modo de comparación, esta cifra dobla el número de participantes en las últimas elecciones realizadas en nuestro país). Este dato entrega además pistas interesantes, pues, al mirar los resultados electorales, el nítido triunfo de Cambiemos no puede aislarse del interés por participar en la elección de ayer. Claro pues, dicha participación permitió a la coalición gobernante –en comparación con los resultados obtenidos en Agosto- aumentar la votación en casi todos los distritos junto con dar vuelta varios resultados.
Desde la dimensión de los intereses políticos, el desenlace de los comicios de ayer es una señal –tanto para Argentina como para la región en general- de la crisis que atraviesan los populismos latinoamericanos. Por lo mismo, la derrota sufrida por el peronismo y el kirchnerismo ha dado paso a un ambiente de merecido triunfalismo en el bloque Cambiemos, el cual ha generado además una tendencia transversal en los análisis que se observan en los distintos medios de opinión argentinos, a saber, que estos resultados tienen rostros. El triunfo estaría representado en el presidente Mauricio Macri, y la derrota en Cristina Fernández.
A simples luces esta ilustración parece no sólo evidente, sino además, necesaria. Es decir, Cristina, a pesar de haber logrado salir elegida senadora en segundo lugar, habría perdido no sólo electoralmente (derrotada por el ex ministro Bullrich), sino además, políticamente. Por ende, el nuevo mapa político abriría la oportunidad de marginarla, cuestión que debiese, para muchos, marcar el camino a seguir por el gobierno para ampliar su poder y avanzar en su proyecto de reformas. Sin embargo, aun cuando prácticamente todos los análisis se encargan resaltar que es el momento de dar una estocada mortal al liderazgo de la ex presidenta, es dable pensar que dicha estrategia puede ser apresurada.
Si la alta participación está estrechamente relacionada con la motivación de derrotar al kirchnerismo y sus prácticas, cuyo símbolo es la figura de Cristina Fernández, entonces no resulta un disparate seguir manteniéndola como el adversario referente. Si a esto sumamos que la voluntad de la ex presidenta será mantener sus cuotas de poder (más aun considerando que las otras figuras que podrían sucederla perdieron en sus distritos), pero que sus obligaciones judiciales, así como las constantes denuncias de corrupción que no cesan de apuntar a sus gobiernos, y la crisis por la que pasa la izquierda peronista no le permitirán ser una real amenaza política, entonces pareciese más bien útil para el oficialismo que la confrontación política sea con quien representa la derrota, división, y corrupción en el país vecino.
Si el objetivo a largo plazo del gobierno es lograr un cambio político cultural, pero en la inmediatez enfrenta un escenario donde, a pesar del triunfo del macrismo, el gobierno necesitará llegar a acuerdos con la oposición (el más próximo es la discusión sobre el presupuesto 2018), "mantener con vida" a la figura que ha inspirado el relato que le ha dado dos triunfos a Cambiemos pareciese ser una opción más que efectiva.








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