Errores imperdonables




Dentro de los recuerdos que tengo de la infancia, y en particular de mi infancia ligada al fútbol y sus circunstancias, el puesto del arquero estaba lejos de ser un territorio envidiado. En las pichangas del barrio y en las del colegio, bajo los tres palos solían ubicar al que no tenía talento alguno para manejar la pelota con los pies. Y ahí en el arco hacía lo que podía soportando los pelotazos que llovían con intensidad y alevosía. De esos días de la niñez no tengo en la memoria a nadie que eligiera de puro gusto jugar al arco, pero sí recuerdo a muchos que se peleaban por ser el centro delantero del equipo, el "10" o incluso el líbero.

Y aunque con el correr del tiempo la idea que tenía del puesto del arquero evolucionó, siempre me ha parecido una función ingrata y con una carga de responsabilidad mayor a cualquier otra dentro del campo de juego. Porque un error puede perdonársele al goleador -al fin y al cabo, a la siguiente jugada puede embocarla dentro y ya nadie recordará el gol que no pudo convertir-, pero no al arquero. El error del arquero es un gol y nada de lo que haga luego podrá borrar ese tanto en contra.

Ejemplos sobran. El caso del arquero del Brasil del '50, Moacir Barbosa, es archisabido, al punto que el escritor mexicano Juan Villoro aseguró que había muerto dos veces: la primera el día en que Brasil perdió la final contra Uruguay en el Maracaná, tras un grueso error de Barbosa; la otra, cuando murió de manera definitiva, el 7 de abril de 2000.

Otro ejemplo es el del arquero peruano Eusebio Acasuzo, quien en el repechaje de las Eliminatorias para México 86 sufrió un revés que le cambió la vida. Nadie dudaba que Acasuzo era prenda de garantía para el arco peruano -había salvado invicta la valla peruana en Lima ante Argentina, y luego, en Buenos Aires, Perú había rescatado un empate 2-2, lo que le daba cartel de favorito en el repechaje-. A sus 33 años estaba en el mejor momento de su carrera. Y, sin embargo, en ese primer tiempo en el estadio Nacional, cuando enfrentó a Chile, en poco más de veinte minutos Acasuzo recibió tres goles, situación que fue agravada porque el técnico de los del Rímac, Roberto Challe, decidió sustituirlo luego de tan estrepitosa actuación.

Ni hablar de la situación por la que atraviesa el propio Claudio Bravo. Arquero de condiciones excepcionales por donde se le mire. Golero y capitán indiscutido de la selección nacional. Hoy vive una situación especial dentro del Manchester City, no sólo porque ha sido suplente durante largas fechas sino porque además ha recibido una crítica impía de parte de la prensa, la que dentro de sus últimos ataques lo ha sindicado como el segundo peor refuerzo de la temporada después del marfileño Wilfried Bony, quien llegó como carta goleadora al Stoke City y apenas ha jugado diez partidos y marcado dos goles. Es cierto que Bravo puede haber tenido actuaciones irregulares, pero de ahí a ser el peor segundo refuerzo de la liga hay casi un abismo.

De cualquier modo, son parte de los costos que deben pagar los arqueros. Sin ir más lejos, en el clásico del sábado los grandes responsables de que sus equipos no hayan ganado, según la prensa, fueron Paulo Garcés y Johnny Herrera. Más allá de los enojos circunstanciales de los hinchas, los errores de uno y otro no pueden echar por tierra la trayectoria de ambos. Es cierto, para muchos los únicos que no se pueden equivocar en la cancha son los arqueros. El tema es que nos olvidamos que también son humanos.

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