Estar a la altura




En la discografía chilena no existe álbum más triunfal y trágico que Las Últimas Composiciones (1966) de Violeta Parra. Lo tiene todo. Originalidad, temperamento interpretativo, poesía sublime y descarnada como retrato de un carácter volcánico y vulnerable, elementos conjugados en una musicalidad directa y a la vez compleja dada la maestría en guitarra, charango y cuatro. Incluye clásicos indemnes al tiempo tributados en el mundo entero como Gracias a la Vida y Volver a los 17, también ingenio lírico -Mazúrquica Modérnica-, relatos de amor desolador -Run Run se fue pa'l norte-, rabia y transgresión -Maldigo al alto cielo-, ternura y trascendencia -Rin del angelito-. Es tan monumental que cualquier intento de homenaje corre serios riesgos de palidecer ante el original.

Angel Parra, nieto de Violeta y uno de los guitarristas chilenos más celebrados de las últimas tres décadas, toma el desafío con algunas reglas: nada de desdibujar las canciones, sino más bien colorear, rellenar espacios e introducir ciertos ambientes oníricos. Hay escasas salidas de libreto. Los primeros segundos de El Guillantún se reinterpretan en clave rock, luego recula hacia los contornos originales, oscila entre ambas opciones y no cuaja del todo.

El músico ejecuta un magnífico trabajo en el área de su experticia. Mantos y mantos de guitarras ornamentan primorosamente. Los distintos estilos que Parra ha explorado los pone al servicio del material extraordinario de su abuela. Es un bello gesto. Todo lo que sabe en el instrumento se utiliza y en ese aspecto el disco es un goce. Su cometido instrumental y en los arreglos está a la altura del tótem que este álbum representa.

No se puede decir exactamente lo mismo de las voces.

En el papel, un buen casting. Está su hermana Javiera, que siempre ha tenido más actitud que caudal vocal, pero se defiende y funciona. En más de un verso logra una ligera transfiguración y se convierte en Violeta. Alvaro López intenta ir más allá y toma posesión de Run Run se fue pa'l norte. Es la mejor versión, le da una nueva envergadura al corte, conecta con el dramatismo que exige la letra.

El rendimiento difiere con Manuel García. Parece ahogado en Cantores que reflexionan. Alex Anwandter palidece aún más. Canta el Rin del Angelito como alumno en acto escolar preocupado de no olvidar la letra, imprimiendo escasos matices. Tampoco mejora en Mazúrquika Modérnica. Las canciones les quedan grandes a ambos y, sinceramente, ninguno de los invitados logra replicar la carga emotiva de las últimas composiciones de la artista más universal y trascendente que ha dado la música chilena.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.