Un gobierno que va de crisis en crisis
El gobierno de Bachelet parece que nunca dejará de sorprendernos, por cierto para que se cumpla a cabalidad su lema: "cada día puede ser peor". La última crisis de gabinete ha sido inédita, al menos desde 1990. El equipo económico completo esta vez fue pulverizado por el pecado de defender la trascendencia del crecimiento económico, la madre de todas las batallas. Es el tercer cambio en tres años y medio. Lo curioso es que ella misma dijo que "sin crecimiento económico no había desarrollo social", que se suponía era el sello de su gobierno. Pero nunca le interesó la economía. Ergo, no tenemos ni crecimiento ni desarrollo social.
A días de haber asumido se mandó un bono que definió como un "derecho social", algo impensado en políticas públicas de calidad. Ahí no más se lanzó un gasto permanente de US$ 500 millones por año. Y así continuó gastando y generando la enfermedad crónica de déficit fiscal agudo y aumento de deuda. Es decir, hipotecó la casa para la gran farra, que deberán pagar los gobiernos sucesivos. Sus reformas fundacionales aprobadas con retroexcavadora son todas literalmente contra el crecimiento e improvisadas. Prometió que nadie se repetiría el plato, y hoy tiene ocho ministros de Lagos.
Terminada la noche oscura de Arenas, de la gestión de Valdés se esperaba mucho, especialmente acoplado con un buen jefe de gabinete como Burgos. Pero no fue así. Burgos fue prontamente sacrificado, y Valdés apoyó algunas de las peores reformas contra el crecimiento, como la reforma "sindical". Prometió controlar el déficit fiscal pero en los hechos no fue capaz. Prometió mejorar la productividad (con Céspedes), pero ésta cayó. Prometieron más y mejores empleos y fue exactamente lo contrario, y en esa desesperación contrataron más de 100.000 funcionarios públicos adicionales. Valdés nunca fue capaz de acertar a un solo pronóstico de la economía y siempre el ajuste fue a la baja, lo que le permitía gastar más y así se generó el tremendo déficit.
La izquierda dura lo despreciaba y lo atacaba sistemáticamente por no soltar aún más la billetera fiscal ya reventada. La derecha lo alababa por parar los goles del populismo, pero su tarea era meter goles en el crecimiento de la economía. El prestigio técnico de Valdés se deterioraba día tras día lo que culminó con el episodio Dominga. Ahí se le paró la pluma y dijo basta. Esta actitud decidida contrasta con su gestión anterior, pero con ello desenmascara las enormes debilidades de la Presidenta y su verdadera agenda. Con esta decisión de Valdés y todo el equipo económico, su prestigio se ha recuperado, ya que el foco del problema quedó muy bien identificado.
Ahora vuelve Eyzaguirre, que ha sido el mejor ministro de Hacienda de todos los gobiernos de centroizquierda. Fue él (ideada por Marcel) quien instauró la sana regla del superávit fiscal y el gasto en función del ingreso permanente. Una regla que fue literalmente despedazada en los dos gobiernos de Bachelet. Qué paradoja tan grande de la historia. Ahora concluirá en Hacienda con las cuentas fiscales totalmente desequilibradas. Como ya dejó de ser técnico, fracasó en educación, y pasó a ser político, y a estas alturas del año, si hace algo será aumentar aún más el gasto para enfrentar las elecciones. Este es el ministro que cree que todo lo ocurrido en la gestión de este gobierno fue en realidad "mala pata", lo que no parece un comentario muy profesional de un economista serio.
Bachelet seguirá en el limbo soñando con la refundación del país, defendiendo al chavismo, y con el peso de sus malas reformas, todas repudiadas por la ciudadanía. Todos queremos cambios, reformas y progreso, pero no estos continuos transantiagazos. Esta gran falta de competencias y sobreideologización que ha mostrado la Presidenta, dan pánico en los meses que le quedan de gobierno.








Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.