La DC, de cara a su futuro




Los partidos políticos son, por definición, instituciones que están llamadas a evolucionar, en función de la realidad en que interactúan; incluso, como ocurre cada cierto tiempo, estar en condiciones de adecuarse o, simplemente declinar hasta desaparecer. Así ocurre en todas las democracias representativas.

Algo de eso ocurre con la Democracia Cristiana.

No podemos eludir que la ecuación, por nosotros mismos asumida, de desechar los acuerdos de candidatura presidencial compartida con la Nueva Mayoría – obligándonos a llevar lista parlamentaría propia y contenidos de campaña que no sintonizaban con casi ningún electorado sustantivo- generó las condiciones para el peor desempeño electoral presidencial, desde la fundación de la DC y, consecuentemente, una baja en diputados que, medido por la tasa de representación, nos hizo perder más de la mitad de ella.

Esos son los hechos.

A cambio, los promotores de este diseño, el del "camino propio", acentuaron la idea de la "identidad", sin capacidad para definir aquello, conceptualmente, que permitiera motivar a espacios electorales mayores. Lo más expresivo de esta apuesta se reflejó en una descalificación al Partido Comunista, en una retórica propia de la guerra fría que, evidentemente, no entusiasma casi a nadie, dada la realidad de los tiempos que corren.

Así, la Democracia Cristiana vagó, entre la búsqueda de un electorado "moderado de centro", que los resultados mostraron que existe solo en la imaginación de algunos; su alejamiento a un gobierno del que formamos parte y, polémicas solo hacia la centro izquierda, curiosamente, cuando la idea matriz suponía que se disputaba al electorado de centro, con la candidatura de la derecha.

Resultado real, un gran descalabro del que, desgraciadamente, sus promotores se niegan a rendir cuenta.

Los próximos meses, nuestro partido tendrá que definir no solo su estrategia de mediano plazo; no solo "la forma" que tomará la oposición, donde el pueblo nos ha ubicado, sino y, especialmente,  cuáles son los sustentos conceptuales, donde se afirmarán las propuestas, de mediano y largo plazo, que la Democracia Cristiana le propondrá al país, no para "recuperarse como partido", como se escucha a algunos de sus dirigentes, sino para intentar reconcursar por la adhesión ciudadana, en función de la capacidad de sintonizar adecuadamente, con la aspiraciones de una realidad socio económica y, socio cultural, que hoy acompaña a esos votantes que, en esta oportunidad, nos fueron tan esquivos.

Lo segundo que deberemos aprender, y la enseñanza principal del último proceso electoral, es que no es posible tener eficiencia política, con la conducta "del llanero solitario". Nadie, en mucho tiempo, podrá crecer al nivel de no necesitar conformar coaliciones, ojalá conceptualmente sólidas o, por lo menos, como lo enseñado por Chile Vamos, donde privilegiaron los acuerdos, dejando en un segundo plano la diferencia notoria entre sus principales líderes. Resta esperar como se manifestará esto a la hora de gobernar.

Por cierto, cada partido tendrá que definir sus límites y puntos de encuentro y los de la DC se orientarán, sin duda, hacia los que comparten la idea imprescindible de defender los cambios alcanzados y profundizar las reformas necesarias.

Ello requerirá, desde luego, salvaguardar los elementos de responsabilidad fiscal y preparación de propuestas que den cuenta de las reales posibilidades del país. Así, uno de los límites será no caer en un populismo que, de algún modo, hemos visto presente en algunos integrantes del Frente Amplio.

Aquí está el desafío para la Democracia Cristiana. El próximo proceso de elección de la nueva directiva (alrededor del mes de mayo), definirá no solo el liderazgo en su conducción, sino las definiciones que acompañarán al partido en los próximos años.

Esta vez, la discusión deberá ser, honesta; vale decir, tocando todos los temas en los cuales tenemos divergencias. Mucho mejor es tener una definición clara que no guste a algunos, a seguir con indefiniciones que provocan, como pasó durante toda la campaña,  que respecto de cualquier tema relevante, se escucharan dos o tres opiniones distintas de dirigentes que, teniendo o no personería, ocupaban, a veces con impudicia, la representación del partido.

Por mi parte, creo que la definición de la hora actual, debe poner a la DC como el partido que se pone a la vanguardia en la defensa de los derechos adquiridos por los ciudadanos, especialmente aquellos que benefician a los más necesitados.

Así, tal vez, el pueblo nos entregue, de nuevo, la capacidad para representarlos, sustantivamente.

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